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Creencias y pensamientos desadaptativos en la Hipocondría.

La hipocondría, o ansiedad por la enfermedad, se sustenta, entre otras, en un tipo característico de pensamientos y creencias donde básicamente se sobrestima la gravedad y probabilidad de sufrir una enfermedad y morir.

Algunos ejemplos de estos pensamientos y creencias son:

– Es muy fácil padecer una enfermedad grave, a menudo escuchas o sabes de algún caso.

– Si tengo un dolor que dura varios días, es porque tengo una enfermedad grave.

– Tengo que estar atento/a cualquier sensación porque podría ser el origen o el síntoma de una enfermedad grave.

– No debería notar nada (dolor, sensación “extraña”), eso es indicativo de enfermedad.

– Lo normal debe ser no notar nunca nada. Si notas algo es que estás enfermo/a.

– Estas sensaciones/síntomas son por mi problema de corazón, que todavía no me han diagnosticado.

– Estas sensaciones/síntomas son por un cáncer, que todavía no me han diagnosticado.

– Estas sensaciones/síntomas son por una enfermedad grave, que todavía no me han diagnosticado.

– Moriré pronto.

– Los médicos no han sabido ver/diagnosticar todavía, pero algo grave me pasa.

– Algo va mal en mi cuerpo.

– Si no tengo la enfermedad ya, la tendré en un futuro.

– Tengo diferentes síntomas, y a menudo, que seguro que son de alguna enfermedad grave.

– Tengo mayor predisposición que otras personas.

– Un síntoma siempre indica un problema grave.

– Debo encontrar la explicación exacta de mi síntoma.

La persona con ansiedad por la enfermedad ha podido tener experiencias, propias o de alguien cercano, en relación a enfermedades, errores médicos, etc. A partir de ahí, se aposentan una serie de pensamientos y creencias, como los anteriormente descritos, que se activan ante diferentes circunstancias:

– Si leo sobre alguna enfermedad me empiezo a preocupar por ella.

– Si me explican de alguien que padece una enfermedad grave creo que la tengo o la tendré y me empiezo a preocupar.

– Creo que los demás no se toman en serio mis síntomas. Al final tendré razón y será algo grave, y no me habrán hecho caso.

– No puedo leer sobre enfermedades o noticias sobre muertes.

– Busco por internet a menudo información sobre enfermedades.

– Si noto alguna cosa busco información sobre ese síntoma y su posible relación con cáncer, problemas cardíacos o neurológicos, o enfermedades graves o raras.

En el tratamiento psicológico de la hipocondría, se trabajan estos pensamientos y creencias para lograr que la persona desarrolle pensamientos y creencias más realistas (menos extremistas y catastrofistas) en relación a los síntomas. A menudo también se trabajan las dificultades en relación a la idea de la muerte, a la incertidumbre que representa, y como gestionar mejor esta incertidumbre.

La persona, igual que hace con otras preocupaciones, debe aprender a mejorar su capacidad de distanciarse de sus pensamientos y adoptar una visión crítica de los mismos. Si creemos 100% todas las afirmaciones que antes hemos descrito, es normal que estemos altamente preocupados por la enfermedad y la muerte. Tomar distancia de estos pensamientos y creencias, entendiendo que una parte importante de la ansiedad por la enfermedad son estos propios pensamientos, es un paso relevante en el tratamiento.

Además de todo esto, se trabajan estrategias para regular mejor la ansiedad, para no focalizar la atención en los síntomas y para reducir las conductas de evitación-seguridad-tranquilización.

Fuente: Clínica de la Ansiedad.

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Ansiedad por la enfermedad: características.

En las personas que sufren hipocondría, a parte de experimentar una gran ansiedad, el problema básicamente circula entre la malinterpretación de sus síntomas físicos y sus conductas de seguridad al respecto de los mismos. Este círculo les lleva a comprobaciones continuadas sobre sus síntomas o sensaciones y a emplear mucho tiempo en preocupaciones e imaginaciones respecto a “su enfermedad”, el pronóstico, el deterioro que sufrirán, la muerte…etc, con el sufrimiento que ello conlleva.

De manera resumida podemos describir los siguientes problemas en quién sufre ansiedad por la enfermedad:

Creencias desadaptativas y poco realistas respecto al significado de sus síntomas, como por ejemplo: “estar sano significa no tener nunca ningún síntoma ni malestar”.

Sobreestimación de la probabilidad de morir por una enfermedad.

– Darle un excesivo valor de realidad a las preocupaciones y pensamientos catastrofistas que tienen respecto a su salud, a una posible enfermedad grave, etc.

Focalización de la atención en las sensaciones, supuestos síntomas y valoraciones al respecto.

– Respuesta de ansiedad elevada dado que supuestamente se están enfrentando a una enfermedad grave, a un diagnóstico terrible, a la muerte.

Conductas de seguridad y conductas de evitación: en este sentido hay quien se revisa constantemente, personalmente o a través de consultas médicas, o preguntando a personas cercanas, y hay quien evita ir al médico. Muchas personas, en busca de tranquilización y seguridad, hacen continúas búsquedas por internet, pero lejos de tranquilizarse, suelen acabar más preocupadas y ansiosas. Lógicamente muchas personas evitan toda información sobre enfermedades, ver series o películas relativas a cuestiones médicas y enfermedades.

Todas estas manifestaciones y características de la hipocondría se tratan en terapia para lograr que la persona tenga una respuesta más adaptativa y no sufra ansiedad por la enfermedad. La persona aprende a regular su respuesta emocional excesiva, sus valoraciones catastrofistas y sus conductas de seguridad y evitación.

Fuente: Clínica de la Ansiedad.

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Ansiedad y depresión

Ansiedad y depresión son dos trastornos emocionales complejos que afectan al pensamiento, la conducta y la fisiología. Alrededor de un tercio de las consultas a los centros de asistencia primaria lo son por molestias psicosomáticas comúnmente relacionadas con la ansiedad y la depresión; teniendo también en consideración que los  procesos de adaptación al estrés suelen cursar con dichas manifestaciones emocionales.

Aspectos diferenciales

La ansiedad es un sistema de alerta que se activa ante situaciones consideradas amenazantes para nuestros intereses o estatus. Su cualidad emocional se corresponde con sentimiemtos de miedo, inseguridad, agobio, irritabilidad, desconfianza, recelo. Tiene como función movilizar conductas  de afrontamiento frente a la amenaza, a veces de forma primaria -evitación, escape, lucha, inhibición- y otras de forma más compleja -anticipaciones, prevenciones, disposición de medidas de seguridad, busqueda de apoyos- . Los pensamientos y evaluaciones están relacionados con la amenaza, la (sobre)valoración del riesgo, la (minus)valoración de los propios recursos, etc. La ansiedad, por tanto, esta orientada fundamentalmente hacia el futuro, para que no se produzcan ciertas consecuencias desagradables que se presuponen.

El ánimo es una emoción relacionada con el sistema de conservación/regulación de la energía y la motivación. El estado de ánimo deprimido, o depresión, se activa ante eventos pasados que implican pérdida, degradación,  fallo o fracaso, produciéndose quietud, disminución o lentificación de los movimientos, y una tristeza profunda. Si no es excesiva sirve para  curar las heridas, facilitar la reflexión y la resolución de los problemas; recibir apoyo social que supla las posibles pérdidas, recargar la energía. Pero, si persiste en exceso, puede ser se produzca aislamiento social, pérdida del sentido de la existencia, mayor abatimiento, pérdida de la capacidad de disfrute, desesperanza, y la creencia de que no existe solución para los problemas. La atención y el pensamiento se orientan preferentemente a pérdidas, fallos o degradaciones imaginados o reales, que además de tristeza, culpa inapropiada, disminución de la autoestima y, en algunos casos, ideación suicida.

Resumen de las características definitorias de la Ansiedad

  • Sistema de alerta
  • Eventos de daño o amenaza
  • Pensamientos de daño o amenaza
  • Aumento de la activación y conductas de ataque, lucha o huida.
  • Tensión
  • Aspectos específicos de los trastornos de ansiedad (rituales, flashbacks, miedo al miedo…)
  • El tratamiento reduce la activación y demuestra la no relación entre los estímulos o situaciones y una amenaza real y altamente probable.

Resumen de las características definitorias de la Depresión

  • Sistema conservación/regulación de energía
  • Eventos de fallo, pérdida o degradación
  • Pensamientos de fallo, pérdida o degradación
  • Disminución de la actividad física y social (retraimiento y enlentecimiento de los movimientos)
  • Tristeza y dificultad para sentir placer
  • Pérdida del sentido de la existencia
  • Culpa inapropiada
  • Baja autoestima y sentimientos de inferioridad
  • El tratamiento quiere aumentar la actividad y enseñar que hay relación entre actuar y recibir recompensas.

Coexistencia de manifestaciones de ansiedad y depresión

Tanto ansiedad como depresión son formas de reaccionar ante eventos externos o internos. Por lo que en ellas son muy importantes las atribuciones. Si un evento lo vemos como una amenaza se disparará nuestro sistema de alerta (la ansiedad), si lo interpretamos como una pérdida o un fallo, seguramente se activará nuestro sistema de conservación de energía (la depresión).

Un 70% de los trastornos depresivos refieren ansiedad de diferentes grados y tipos. Un porcentaje todavía mayor de personas que sufren trastornos de ansiedad, terminan por presentar también sintomatología depresiva de diversa consideración.

Vamos a enunciar algunos aspectos que pueden explicar la confluencia que usualmente se da entre la ansiedad y la depresión:

  • En ocasiones, las situaciones implican amenaza y pérdida a la vez, por lo que llevan a la activación de los dos sistemas con diferentes posibilidades de combinación.
  • Los trastornos de ansiedad, si generan mucho sufrimiento y son incapacitantes, terminan por propiciar la depresión, por verse nuestros planes y propósitos afectados muy negativamente. Asimismo la baja autoestima que acompaña a la depresión propicia el incremento de la ansiedad al sentirnos menos capaces y en peores condiciones para afrontar los problemas. 
  • Algunos síntomas aparecen tanto en la ansiedad y como en depresión, por ejemplo la atención centrada en uno mismo, el sentimiento de inseguridad y vulnerabilidad, las dificultades de rendimiento intelectual, el insomnio, y las molestias digestivas, etc.
  • Pueden llevar a conductas y pensamientos muy similares, aunque con causas y contenidos diferentes. Así la reclusión en casa se dan en la agorafobia con trastorno de pánico y en la depresión, pero en la primera se debe al miedo a experimentar una crisis de pánico y en la segunda a la tristeza y a la falta de motivación. 
  • En niños es difícil separar ansiedad y depresión, posiblemente porque la depresión como la conocemos requiere más elaboración cognitiva con lo que en la infancia se parece más a la ansiedad. Esto se demuestra por que el estado de ánimo en niños diagnosticados de depresión puede ser de irritabilidad. 
  • Algo parecido ocurre en la vejez.
  • En muchos casos, se utilizan los mismos psicofármacos para ambos trastornos, lo que hace suponer que comparten algunos sistemas de neurotransmisión. 
  • Puede haber precursores o concomitantes comunes. En ambos trastornos es corriente encontrar en el inicio o en el transcurso, falta de habilidades para la resolución de problemas, de habilidades sociales, situaciones estresantes o estrés continuado, pensamiento desadaptativo y rígido. 

La relación que pueda darse entre ansiedad y depresión no es fija ni inamovible. Puede presentar oscilaciones a lo largo de su curso. De manera que, en un cierto momento, es posible que predomine una u otra sintomatología.

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Fuente: Miguel Luna. Clínica de la Ansiedad. Psicólogos y psiquiatras en Madrid y Barcelona

Referencias para saber más

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  1. Ansiedad generalizada
  2. Ansiedad y personalidad
  3. Autoestima, asertividad y disposición de apoyos sociales
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Hipocondría: Ansiedad por la enfermedad

Hipocondría: una aproximación al problema

“…el paciente describe ataques ocasionales de dolor abdominal leve, sensación de plenitud, ruidos intestinales, y una masa abdominal firme (…) Durante los últimos meses ha ido aumentando progresivamente su preocupación por estas sensaciones, hasta el punto de estar convencido de que pueden traducir la presencia de un carcinoma de colon. Somete sus heces a valoraciones semanales para ver si hay sangre oculta y dedica 15-20 minutos cada 2-3 días a palparse cuidadosamente el abdomen (…) Cuenta su historia con un tono sincero, desanimado, y sólo se alegra (…) cuando puede proporcionar una explicación detallada del descubrimiento de una anomalía uretral genuina, pero clínicamente insignificante…” (Fuente: DSM-IV: Libro de Casos).

El cuidado de nuestro cuerpo y las preocupaciones razonables por la salud son conductas adecuadas, sirven para prevenir diferentes enfermedades. Y, desde luego, cuando se padece realmente una enfermedad, son aún más adecuadas, siempre y cuando, sean proporcionadas a la enfermedad padecida. Lo que ocurre en la hipocondría es una desorbitada preocupación por padecer enfermedades que, o no se tienen, o, teniéndolas, no justifican semejante preocupación. Las cavilaciones se basan en pequeñas sensaciones físicas vagas e imprecisas. Esta inmensa preocupación genera mucha angustia y suele llevar al descuido de diferentes actividades que la persona antes realizaba con normalidad -ej. abandono del trabajo, desatención a la vida de pareja por estar más centrado uno en sus propias sensaciones-.

Los componentes esenciales de la hipocondría se pueden dividir en tres formas de respuesta:

Cognitivos

  • preocupación por el propio cuerpo y por padecer diferentes enfermedades.
  • rumiaciones sobre síntomas, salud y enfermedad y sus consecuencias.
  • autobservación excesiva de las funciones del cuerpo y tendencia a verlas como señal de enfermedad.
  • más atención a las posibles consecuencias negativas, desoyendo los aspectos más saludables de uno mismo y de la vida.

Emocional-fisiológicos

  • ansiedad
  • temores sin correspondencia con el peligro real
  • cambios en el estado de ánimo

Conductuales

  • hablar a propios y extraños de las varias dolencias y síntomas.
  • búsqueda de información en diferentes fuentes (enciclopedias, otros enfermos, familiares…).
  • autoobservaciones repetidas y manipulación de diferentes partes del cuerpo para comprobaciones diversas.
  • aumento de las visitas a médicos y especialistas, y deterioro de las relaciones con éstos.
  • disminución de otras actividades sobre todo las de buena salud y aquellas que implican responsabilidad social o laboral.

La persona hipocondríaca está muy metida en el rol de enfermo, es decir, centra la mayor parte de su vida en la vivencia de estar enfermo. Aunque la hipocondría como trastorno se clasifica independiente de la ansiedad y la depresión, muchas veces aparece junto a ellas. Esta coexistencia se explica por varios motivos. El tono de ánimo negativo hace que nos centremos más en nosotros mismos, lleva a interpretar sensaciones neutras como señales de peligro potencial de enfermedad, y vuelve más catastrofistas nuestras expectativas de padecer una enfermedad y lo que significaría padecerla. Además también se ve aumentada nuestra atención a aspectos negativos de la vida, entre ellos las enfermedades, y a recordar enfermedades que se padecieron o padecieron otras personas en el pasado. Y no hay que olvidar que las propias emociones negativas pueden generar síntomas físicos (la ansiedad, por ejemplo, genera palpitaciones, sudores, temblores…) que pueden ser vistos como enfermedad física si se desconoce su origen, o, incluso pueden provocar problemas físicos reales (úlceras, psoriasis, cefaleas tensionales, hipertensión arterial, asma bronquial, etc…).

Entre los factores que facilitan el inicio de los cuadros de hipocondría, suelen citarse los siguientes:

  1. Experiencias previas con efectos sensibilizadores(p.ej. conocimiento de errores médicos, familiares enfermos, padre hipocondríaco…) y factores de aprendizaje en relación al propio cuerpo (fundamentalmente costumbres sociales en la expresión emocional de la enfermedad y las reacciones a ella, capacidad amplificada para percibir las propias reacciones internas, y fallos en la forma de afrontar situaciones estresantes).
  2. Formación de creencias erróneas sobre los síntomas, la salud y la enfermedad. Además de una atención selectiva a aspectos negativos y tendencia a confirmar estas creencias erróneas.
  3. La presencia de un incidente crítico externo (muerte de un familiar, información sobre una enfermedad cuyos síntomas uno cree padecer) o interno (estado de ánimo negativo) suele activar estas creencias y comportamientos arriba señalados, desencadenándose así los componentes característicos de la hipocondría.

Una vez iniciada la hipocondría, hay otros factores que contribuyen a su mantenimiento, entre ellos:

  • continúas visitas a los médicos y a especialistas, sin encontrarse causa física al problema, y sin explicación satisfactoria. Hay un grupo de pacientes hipocondríacos, sin embargo, que evitan sistemáticamente cualquier consulta o exploración médica por temor a que se les confirme la enfermedad temida.
  • insistente búsqueda de información sobre enfermedades a partir de diferentes fuentes.
  • rumiaciones sobre síntomas, salud y enfermedad y sus consecuencias.
  • aparición de enfermedades reales que confirmen las creencias.
  • la persona centra la mayor parte de su vida en la vivencia de estar enfermo.
  • el abandono de interés y la falta de actividad llevan a atender más a las propias sensaciones.
  • atención continuada a la persona y sus quejas por parte de sus conocidos.

En medicina esta enfermedad tiene un mala aceptación y entendimiento. La relación médico-paciente se va deteriorando. El paciente no está satisfecho con las explicaciones médicas que le dicen que no tiene ningún problema físico o que es un enfermo imaginario.

Desde el punto de vista psicológico, una vez comprobado que hay un buen estado de salud, el foco de tratamiento pasa a ser las preocupaciones por la salud y las emociones y conductas asociadas. Los medicamentos no son efectivos, salvo en la medida en que reducen la ansiedad o el desánimo.

El tratamiento psicológico que más claramente ha demostrado su eficacia es el llamado cognitivo-conductual . Se caracteriza por ser básicamente educativo, se enseña al paciente, y a sus familiares si es necesario, nuevas formas de afrontar el problema y se les anima a que dejen de afrontarlo como hasta ahora hacían. Además hay otros componentes específicos como son la relajación, la exposición a las propias sensaciones previniendo respuestas de evitación, reconsideración de los síntomas regulación del estado de ánimo y la ansiedad, análisis de errores en la atribución, programación de tareas y prohibiciones, etc… Los más importantes de estos tratamientos específicos, están más detallados en el apartado correspondiente.

Diagnóstico diferencial de la Hipocondría

El diagnóstico diferencial sirve para hacer una correcta valoración de una enfermedad con respecto a otras parecidas, con las que pudiera confundirse o solaparse. Es una valoración clínica que corresponde exclusivamente a los especialistas, en ningún caso a los pacientes. En muchos casos requiere de pruebas y exploraciones complementarias que han de solicitarse a los servicios médicos pertinentes en cada caso.

En el caso la hipocondría el diagnóstico diferencial se hace respecto a:

  • Enfermedad médica: explica completamente la hipocondría, y conlleva unas preocupaciones realistas en relación a la gravedad objetiva de la enfermedad.
  • Síntomas somáticos en la niñez: Son normales en esta etapa y no se debe diagnosticar hipocondría a menos que haya preocupación prolongada por padecer una enfermedad grave.
  • Preocupaciones por la salud en la vejez: son más realistas o bien se relacionan con un trastorno del estado de ánimo.
  • Trastornos de ansiedad: en el trastorno por ansiedad generalizada puede haber preocupación por padecer una enfermedad grave, pero ésta es sólo una de las preocupaciones. Aunque en la hipocondría son posibles pensamientos obsesivos sobre la enfermedad y rituales asociados, en el trastorno obsesivo compulsivo las obsesiones y las compulsiones no se restringen a la enfermedad. Las preocupaciones hipocondríacas pueden desencadenar ataques de pánico, sólo se diagnosticará trastorno de pánico cuando estos ataques sean recurrentes e inesperados. En la fobia específica a las enfermedades la persona tiene miedo sobre todo a la posibilidad de llegar padecerá alguna enfermedad, en cambio en la hipocondría hay preocupación por padecerla ya. También se diferencia del trastorno de ansiedad por separación que se inicia en la infancia y en situaciones en que hay separación de personas importantes para el sujeto.
  • Trastornos somatomorfos: en el trastorno dismórfico corporal la preocupación se centra en el aspecto físico (recordemos que esta distinción no la hace la CIE-10). En el resto de trastornos somatomorfos (trastorno de somatización, trastorno de conversión, trastorno por dolor y trastorno somatomorfo indiferenciado) también hay síntomas físicos pero no existe preocupación por padecer una enfermedad grave.
  • Episodio depresivo mayor: puede haber preocupación excesiva por la salud física, pero se limita a los momentos en que la persona está deprimida.
  • Trastornos psicóticos: en la hipocondría la creencia de padecer una enfermedad no llega a las proporciones de los delirios somáticos (p. ej. se puede aceptar que la enfermedad temida no exista, o que no se corresponda con la estructura del propio organismo).

Tratamiento de la hipocondría

El inicio de cualquier tratamiento requiere:

  • Una valoración diagnóstica precisa
  • Un conocimiento exhaustivo de los factores implicados en el origen y desarrollo del problema: antecedentes, factores desencadenasteis, factores predisposicionales, factores de mantenimiento, soluciones intentadas, etc.
  • Un conocimiento suficiente del paciente y sus circunstancias: grado de deterioro de la salud y el bienestar, incapacitación e interferencias en planes de acción o estatus significativos para la persona, recursos personales, atribución de capacidad y eficacia, rasgos destacados de la personalidad y del sistema de valores, estado emocional general, etc.
  • La formulación de un esquema explicativo que identifique las variables más relevantes del caso, las relaciones críticas entre ellas, y el proceso que han ido siguiendo a lo largo del tiempo.
  • El establecimiento de una relación adecuada entre el paciente y el especialista que les permita trabajar juntos de manera eficiente: reconocimiento mutua, comunicación eficaz, confidencialidad, seguimiento de prescripciones etc.
  • Finalmente, en función de todo lo anterior, el establecimiento de unos objetivos evaluables y unos medios convenientemente ordenados y secuenciados. Estos últimos, los medios y su despliegue, en función de la demanda formulada por el paciente, son los que constituyen el tratamiento propiamente dicho.

La intervención terapéutica conjuga, normalmente, tratamientos específicos, en función del diagnóstico principal, con otros de carácter más general o contextual, en función de las características personales y circunstancias del paciente. Normalmente, las primeras intervenciones van encaminadas a reducir los síntomas de ansiedad y la incapacitación que producen. Posteriormente se analizan y tratan los factores que originan y/o mantienen la ansiedad y otras alteraciones que puedan acompañarla.

Habitualmente, los tratamientos incluyen aspectos relacionados con la recuperación de la salud, si se ha perdido, aspectos relacionados con la prevención, y aspectos relacionados con el desarrollo personal del paciente que de un modo u otro tienen que ver con lo que le pasa.

Normalmente, al inicio del tratamiento, se acude a consulta una vez por semana. Cuando el tratamiento está mínimamente encauzado, se espacian las visitas, efectuándose habitualmente a razón de una visita cada 15 días.

Tratamientos específicos de la hipocondría

Los tratamientos que han demostrado una mayor eficacia en el tratamiento específico de la hipocondría son los tratamientos psicológicos basados en procedimientos cognitivo-conductuales.

En los tratamientos psicológicos se explican al paciente los factores de origen y de mantenimiento de la hipocondría, se le insta a que deje de hacer continuas visitas a médicos y especialistas, a que procure no hablar repetidamente de sus dolencias y síntomas y, en general, a que deje de centrar su vida en la preocupación por padecer una grave enfermedad. A las personas cercanas se las invita a que no recompensen las quejas ofreciendo algún tipo de beneficio o ganancia. Todo esto que se desaconseja, está relacionado con la solución que hasta ahora se ha intentado, y que, seguramente, no ha dado resultado.

He aquí una relación de aquellas técnicas consideradas más efectivas:

  • Técnicas de Reestructuración Cognitiva: son un conjunto de técnicas que trabajan con los pensamientos, usando el diálogo y las pruebas para validar los pensamientos. Para la hipocondría se trabaja con los errores al atribuir los síntomas vagos, ambiguos y normales a enfermedad grave. También se anima a cambiar el foco de atención, que parece estar atascado en las enfermedades y sus perniciosas consecuencias, ampliándolo a sensaciones saludables del propio cuerpo. Y se busca instaurar nuevas creencias más realistas sobre la salud y la enfermedad.
  • Técnicas de relajación: Recuérdese que la ansiedad puede provocar síntomas que se pueden atribuir a enfermedad grave o, incluso, generar enfermedades graves. Además el generar estas nuevas sensaciones agradables y gratificantes, ayuda a cambiar el foco de atención y orienta hacia un pensamiento menos negativista, reduciendo en algo las preocupaciones existentes.
  • Inundación imaginaria ante la posibilidad de enfermedad grave o muerte: consiste en intentar visualizar los pensamientos y presentimientos negativos sobre enfermedad y muerte, como si realmente hubieran ocurrido. Aunque pueda padecer muy angustiante, sirve para afrontar directamente el miedo a la muerte, el envejecimiento y el posible rechazo de los demás, de manera que la vida presente se hace mucho más llevadera.
  • Exposición intereoceptiva. Técnica de las conocidas con el nombre de paradágicas, donde se pide al paciente que, mediante diversos procedimientos, se genere y se exponga voluntariamente a los síntomas y sensaciones temidas. De esta manera el sujeto percibe que tiene un control sobre dicho síntomas. Se consigue que sensaciones que antes se consideraban como señal de peligro se vean como absolutamente normales. Por tanto, esta técnica, también contribuye a un cambio en el pensamiento y a reducir la angustia y la preocupación.
  • Entrenamiento en Técnicas de Asertividad: Con la mejora de la asertividad y la autoestima se desarrollan formas más efectivas de conseguir los objetivos y deseos (laborales y, sobretodo, sociales), sin tener que usar la queja y los síntomas como forma de comunicación.
  • Análisis y resolución de áreas conflictivas de la vida de la persona: se tratan específicamente, y con tratamientos también específicos según el área, aspectos de la vida de la persona que han quedado seriamente dañados como consecuencia de la enfermedad, o bien han incidido de alguna manera en su aparición o mantenimiento.
  • Medicación: en la hipocondría los medicamentos no tienen mucha efectividad, salvo para regular la sintomatología ansiosa o depresiva que suele acompañarla. Normalmente se utilizan Ansiolíticos y/o Inhibidores Selectivos de la Recaptación de la Serotonina.

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Fuente: Clínica de la Ansiedad. Psicólogos  y psiquiatras en Barcelona y Madrid.

Referencias para saber más

Avia, M.D. (1993). Hipocondría. Barcelona. Ediciones Martínez Roca S.A.

Bauris, M. (1990). Hipocondría. Barcelona. Gedisa Editorial.

First,M; Frances, A.; Pincus H.A. (1999). DSM-IV: Manual de diagnóstico diferencial. Barcelona. Ed. Masson.

First,M; Frances, A.; Pincus H.A. (2002). DSM-IV: Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. Barcelona. Ed. Masson.

Radio Televisión Española: Hipocondríacos, programa La observadora, emitido el 5 de mayo de 20014, con participación de Rosa León, psicóloga de Clínica de  la  Ansiedad :

Video: Hipocondría: Ansiedad por la enfermedad.

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Ansiedad: miedo a perder el control o volverse loco

El temor a perder el control sobre el propio pensamiento, conducta o impulsos, es frecuente en los trastornos de ansiedad. En cierto modo, este sentimiento, o pre-sentimiento, es consubstancial a la experiencia de ansiedad elevada. Si la ansiedad guarda relación, como hemos señalado en otros documentos de la web, con la percepción del sujeto de verse desbordado, respecto de su capacidad y recursos, por las demandas y exigencias del medio (externo o interno), es natural que dicha experiencia se equipare a pérdida de control sobre uno mismo o sobre el medio: cuando tenemos una dificultad pero es asumible, nos consideramos con los recursos, apoyos, y capacidad para hacerla frente, decimos, en términos coloquiales, que “tenemos un problema, no está resulto, pero está controlado”. Si, por el contrario, nos vemos excedidos o desbordados decimos que “tenemos un problema, no está resuelto, ni bajo control”, es decir nos sentimos a merced de las circunstancias.

Es probable que la ansiedad altere la ejecución de repertorios de conducta, incluso algunos que normalmente “salen solos” sin que medie la conciencia en su producción, ya sea por tratarse de respuestas autónomas, o bien automatizadas tras un proceso de aprendizaje y entrenamiento: la articulación y fluidez del habla, la atención y concentración, la respuesta sexual, la conciliación del sueño, etc. La percepción de dichos fallos, crea dudas en la persona que los experimenta sobre su adecuada regulación y produce desconfianza sobre el normal y correcto funcionamiento de sus funciones y facultades.

En algunos casos, la ansiedad genera, como parte de sus síntomas y manifestaciones, una sensación de extrañeza e irrealidad, como si estuviéramos viendo la realidad a través de un cristal o “como en una película”, como si nos sintiéramos ajenos a nosotros mismos (despersonalización) o al entorno (desrealización).

Del mismo modo que la sobre-preocupación por la salud física lleva a la vigilancia y observación de diferentes funciones y manifestaciones fisiológicas, el temor a perder el control lleva a la auto-observación y seguimiento de nuestro pensamiento, la ejecución de actividades y sus posibles efectos.

El temor a volverse loco

En algunos casos, ese sentimiento de descontrol, desorden o irrealidad se equipara a la idea de trastornarse o volverse loco. En casos extremos este miedo está en la base de las llamadas “fobias de impulsión”, que se caracterizan por la percepción de un alto riesgo de perder la cabeza, trastornarse, en un momento dado y, como consecuencia, hacer algo grave e irreversible, como tirarse desde al balcón, hacer daño a niños u otras personas con cuchillos, o de otras formas, empujar a alguien al tren o a la calzada al paso de los coches, etc.

La presunción de que podría trastornarse, lleva a la persona a estar especialmente alerta y evitar aquellas circunstancias (balcones, jugar con niños pequeños, etc.) dónde, si se llegara a perder la razón, las consecuencias fueran más graves e irreversibles. No es que tenga intención de hacerlo y haya de vigilarse para impedirlo (como a veces piensan los propios pacientes). Todo lo contrario: lo último que quisieran que pasase en el mundo es eso, y por ello, quieren estar advertidos y prevenir los riesgos para que ni siquiera en un supuesto “momento de locura” pudieran hacerlo.

Digamos que, en cierto modo, se ha dado al cerebro la orden de que no se olvide de ese riesgo –por otro lado, absolutamente inexistente-, y dispare las alarmas cuando las consecuencias de la supuesta pérdida de la razón pudieran ser extremas. En consecuencia, el sistema de avisos y advertencias asociado al mecanismo de la ansiedad hace que vengan reiteradamente al pensamiento imágenes o ideas al respecto, muy particularmente cuando estamos frente a circunstancias más críticas (presencia de cuchillos, alturas, etc.). El objetivo es… prevenirse de uno mismo si se diera la supuesta locura.

Estos pensamientos, que confunden e importunan al individuo, son efecto de extremados sistemas de prevención, sin embargo, son tomados por el sujeto como si fueran impulsos internos o pensamientos perversos que les llevarán a hacer lo que no quieren.  Aunque no tienen nada que ver, muchas pacientes interpretan estos fenómenos como indicadores de estar sufriendo, o llegar a sufrir, trastornos mentales de tipo psicótico, como esquizofrenia. Es imposible volverse loco como consecuencia de crisis de pánico u otros trastornos de ansiedad.

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Fuente: J. Carlos Baeza Villarroel. Clínica de la Ansiedad. Especialistas en Madrid y Barcelona. Psicólogos y psiquiatras.

Video: El temor a perder el control o a volverse loco

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Ansiedad y drogas

Numerosos trabajos ponen de manifiesto la importante relación existente entre el uso y el abuso de algunas sustancias y la presencia de problemas de salud mental. Sin embargo, es difícil establecer cuál es el papel específico que juega cada sustancia en el inicio, mantenimiento o empeoramiento del trastorno mental. Esto se debe a varios motivos: en primer lugar, la mayoría de las sustancias suelen consumirse en asociación a otras (por ejemplo, el alcohol y el tabaco, se habla entonces de policonsumo). En segundo lugar, se considera que el comienzo del trastorno mental podría preceder al uso de la sustancia, o simplemente coincidir en el tiempo, en muchas ocasiones. Finalmente, las diferentes patologías, y en especial los problemas de ansiedad y estado de ánimo, suelen ir asociados a otros trastornos (comorbilidad), por lo que es complicado establecer la relación directa entre la sustancia y cada problema en particular.

En este texto se hablará de sustancias como el alcohol y el tabaco, conocidas como drogas legales, y de otras ilegales, como el cannabis, la cocaína, las anfetaminas, las drogas de síntesis, los alucinógenos, los inhalantes y los opiáceos. Se señalará finalmente la relación entre ansiedad y el uso tan extendido en nuestra sociedad de barbitúricos, tranquilizantes e hipnóticos.

Si bien se tratará de forma específica la relación entre cada grupo de sustancias y la psicopatología, en general se puede considerar que esta asociación se puede establecer a dos niveles: el consumo de la sustancia como factor de riesgo de desarrollar un problema psicológico (causa) y como consecuencia de padecerlo (efecto). El consumo regular y prolongado de una sustancia puede conducir a la aparición de diversas patologías. Es el caso de los cuadros psicóticos inducidos por el consumo de cannabis o cocaína, por ejemplo. Por otro lado, el consumo de la mayoría de sustancias que aquí se describen se asocia a contextos lúdico-festivos. Las personas toman esa droga porque quieren divertirse, se sienten más eufóricos, más sociables y desinhibidos. Es posible que algunas personas no sean capaces de disfrutar e interaccionar a nivel social si no consumen alguna sustancia (por ejemplo, el alcohol), o tengan dificultades para afrontar sus problemas cotidianos o exigencias diarias si no es gracias a alguna de ellas (por ejemplo, los tranquilizantes o, en otros casos, la cocaína). En estas situaciones diremos que el consumo de sustancias es un efecto o consecuencia de problemas previos.

Uso, abuso y dependencia de substancias

Se habla de uso de una sustancia cuando su consumo es ocasional y no interfiere en ningún ámbito de la vida de una persona (social, laboral, familiar, etc.). Según la Asociación Psiquiátrica Americana (DSM-IV), se habla de abuso cuando el consumo de una o más sustancias conlleva un deterioro o malestar clínicamente significativos y se observan uno o más de los siguientes síntomas durante un período de 12 meses:

  1. Consumo repetido de la/s sustancia/s, que implica el incumplimiento de obligaciones en el trabajo, la escuela o en casa.
  2. Consumo repetido de la sustancia en situaciones en que es peligroso hacerlo (por ejemplo, conduciendo un vehículo).
  3. Problemas legales relacionados con la sustancia.
  4. Consumo continuado de la sustancia a pesar de los problemas sociales o interpersonales que éste ha causado o exacerbado.

La dependencia se produce como consecuencia de repetidos abusos. Según la APA, el consumo de la/s sustancia/s implica un deterioro o malestar clínicamente significativos y se deben dar uno o más de los siguientes ítems durante un período de 12 meses:

  1. Necesidad de consumir cada vez una cantidad mayor de la sustancia para conseguir los mismos efectos que antes (tolerancia) o bien el efecto de la misma cantidad de sustancia disminuye claramente tras su consumo continuado (habituación).
  2. Abstinencia: la supresión o cese de la toma de la sustancia provoca malestar y una serie de síntomas (específicos en cada droga). En muchos casos, se consume la misma sustancia o una similar para aliviar o evitar dichos síntomas.
  3. La sustancia se toma en mayor cantidad o por un período más largo de lo que inicialmente se pretendía.
  4. Deseo persistente o esfuerzos infructuosos de controlar o dejar de consumir esa sustancia.
  5. Se emplea mucho tiempo en actividades relacionadas con la obtención y/o el consumo de la sustancia o en la recuperación de sus efectos.
  6. Reducción de actividades sociales, laborales o recreativas a pesar de tener conciencia de problemas físicos o psicológicos causados o exacerbados por el consumo de la sustancia.

Tabaco

Cerca del 30% de la población española de 16 o más años es fumadora. En general, fuman más los hombres que las mujeres, si bien entre los más jóvenes esta relación se invierte. Aunque la tendencia general sugiere que el consumo de tabaco está disminuyendo de forma lenta en la población general, se observa un preocupante aumento del número de fumadores en el colectivo de menor edad.

La nicotina es la principal sustancia psicoactiva del tabaco. Esta sustancia tiene un efecto muy importante sobre el sistema nervioso central (SNC) y periférico. Se absorbe rápidamente y llega en pocos segundos al cerebro atravesando la barrera hematoencefálica con facilidad.

Su poder adictivo es muy importante, especialmente debido a estos factores: produce múltiples efectos placenteros (mejora la concentración, el estado de ánimo, disminuye la agresividad, el peso); el efecto de una inhalación de esta sustancia es muy rápido (la nicotina tarda menos de 10 segundos en llegar al cerebro); la ingestión de nicotina se produce muchas veces al día (depende del número de cigarrillos que se consuma) y se asocia a muchas situaciones.

Aunque el tabaco es una droga estimulante, la mayoría de los fumadores fuman para relajarse. De hecho, fumar un cigarrillo calma la ansiedad provocada por su falta en las situaciones asociadas al consumo.

Se considera que el tabaco es una herramienta psicológica que se suele utilizar para reducir el estrés o manejar mejor un estado de ánimo negativo, para afrontar una situación problemática, para controlar el peso, etc. Por otro lado, se trata de una sustancia comúnmente aceptada por la sociedad, potenciada desde los medios de comunicación y con una percepción de riesgo o peligrosidad por parte de la población prácticamente nula.

Se puede hablar de dependencia y de abstinencia de nicotina. Estos síntomas aparecen al cabo de unas pocas horas (2-12 horas) y pueden extenderse un promedio de cuatro semanas o más tiempo. La interrupción o reducción de la cantidad de nicotina puede provocar disforia o estado de ánimo deprimido, insomnio, irritabilidad, frustración o ira, ansiedad, dificultad de concentración, nerviosismo o aumento del apetito y/o el peso, entre otros.

Las consecuencias del consumo continuado de tabaco en la salud lo convierten en uno de los principales problemas de salud pública. Fumar constituye un poderoso factor de riesgo de padecer cáncer (de pulmón, boca, faringe, esófago, etc.), enfermedades cardiovasculares (cardiopatías, enfermedades cerebrovasculares) y respiratorias (bronquitis crónica), así como úlceras, daños en el feto, etc.

El consumo de tabaco se ha visto asociado a diferentes problemas psicológicos: trastornos del estado de ánimo, esquizofrenia, alcoholismo, trastornos de ansiedad y trastorno de déficit de atención con hiperactividad.

De las anteriores relaciones, una de las más estudiadas es la asociación entre tabaco y depresión. El estado de ánimo deprimido es uno de los síntomas más frecuentes del síndrome de abstinencia asociado a esta sustancia. Diversos estudios señalan que algunos fumadores pueden desarrollar una depresión durante la abstinencia de la sustancia si tienen una historia previa de este trastorno. Se considera que la nicotina tiene una función antidepresiva. A nivel biológico, se ha propuesto que la nicotina aliviaría alguno de los síntomas de la depresión porque actúa sobre los sistemas de recompensa del cerebro (sistema dopaminérgico).

Otros estudios han asociado el consumo de tabaco con mayores niveles de estrés y ansiedad. Se considera que muchas de estas personas no afrontan de forma efectiva sus problemas cotidianos, recurriendo al consumo de tabaco para aliviar la ansiedad que éstos producen. De hecho, una de las situaciones relacionadas con la recaída del consumo de tabaco es el afrontamiento de situaciones conflictivas. Otros estudios han asociado el tabaco con una mayor incidencia de ataques de pánico.

Alcohol

El alcohol es sin duda la droga más consumida por la población, en todos los grupos de edad y en ambos sexos. Su uso aparece asociado a contextos lúdicos y festivos y forma parte de los hábitos alimentarios diarios de muchas personas. Según el Observatorio Español sobre Drogas, el 87% de los ciudadanos de 15 a 65 años ha consumido alcohol en alguna ocasión, mientras que el 4.7% lo hace de forma semanal y un 13% diariamente. Los estudios epidemiológicos revisados indican que el consumo de alcohol se ha estabilizado en la población española. Esto ha sido posible gracias a: un aumento del número de abstemios, la estabilización en la edad de inicio del consumo de alcohol y la reducción del porcentaje de bebedores ‘abusivos’ (bebedores de elevadas cantidades y consumo regular). En el colectivo de jóvenes también se observa un descenso de los bebedores habituales y un incremento de los escolares abstemios.
Sin embargo, el consumo de alcohol, especialmente entre los jóvenes, sigue siendo un tema de candente actualidad y de preocupación a nivel de salud pública, dado que su consumo se ha convertido en un componente esencial de las noches de fin de semana, constituye una de las principales causas de los accidentes de tráfico, y tiene consecuencias muy graves a nivel físico, psicológico y social si se utiliza de forma abusiva.

Pese a ello, existe una importante tolerancia social respecto al uso de esta sustancia. Se trata de una droga percibida como poco peligrosa y es frecuente la banalización de su consumo.

El alcohol es un depresor del sistema nervioso central, actúa bloqueando la parte del sistema nervioso responsable de controlar las inhibiciones. La sensación inicial tras su consumo es de euforia, alegría y desinhibición, calma la ansiedad y el dolor. Sin embargo, le sigue un estado de somnolencia con visión borrosa, incoordinación muscular, lentitud de reflejos, vértigo y visión doble, pérdida de equilibrio y lenguaje farfullante.

Efectos del consumo de alcohol

Efectos agudos

  • Físicos: El consumo excesivo de alcohol produce acidez de estómago, vómitos, diarrea, descenso de la temperatura corporal, sed, dolor de cabeza, deshidratación… Si las dosis ingeridas han sido muy elevadas hablamos de una intoxicación etílica aguda (borrachera), que puede implicar depresión respiratoria, coma (coma etílico) y ocasionalmente la muerte.
  • Psicológicos y conductuales: bajo los efectos del alcohol, muchas personas desarrollan una falsa sensación de seguridad en sí mismo. Esta sensación de seguridad, unida a una percepción irreal del riesgo y alteraciones en la coordinación, la visión y el tiempo de reacción se han visto asociadas a la realización de conductas temerarias o de riesgo. El consumo excesivo de alcohol, como se ha indicado anteriormente, se ha relacionado con accidentes de tráfico. También se vincula un consumo elevado de esta sustancia con la realización de conductas sexuales de riesgo, aumento de la agresividad física y, por tanto, de los conflictos interpersonales.

Efectos crónicos

  • Físico: El consumo regular de dosis elevadas de alcohol tiene efectos perjudiciales en múltiples sistemas del organismo. Uno de los órganos más afectado es el hígado, encargado de la metabolización del etanol, principal componente activo del alcohol. Se han descrito alteraciones neurológicas (epilepsia, atrofia cerebral, síndrome de Wernicke-Korsakoff, entre otros), gastrointestinales (cáncer de boca-faringe, de esófago, de estómago, de colon y de hígado, cirrosis, pancreatitis, hepatitis, etc.), cardiovasculares (arritmias, hipertensión, miocarditis), respiratorias (apneas, enfermedad pulmonar obstructiva crónica, neumonía, tuberculosis, etc.), endocrinas y metabólicas (diabetes, por ejemplo), así como complicaciones en el sistema reproductivo, musculo esquelético, en la sangre y durante el embarazo y el parto.
  • Psicológicos: Se ha descrito tolerancia y dependencia del alcohol. El cese brusco de su consumo prolongado provoca un síndrome de abstinencia que puede cursar con inquietud, nerviosismo y gran ansiedad, calambres musculares, temblores, náuseas, vómitos, irritabilidad, insomnio e incluso crisis epilépticas. El síndrome de abstinencia puede acompañarse del denominado “delirium tremens”, que se caracteriza por un estado confusional y aparición de delirios y alucinaciones.
  • Sociales: el abuso o dependencia del alcohol puede comportar problemas a nivel familiar (pérdida de responsabilidad, malos tratos), en las relaciones interpersonales (agresividad, beligerancia) y a nivel laboral (absentismo, inestabilidad). El consumo de alcohol juega un importante papel en la violencia familiar, en los accidentes de tráfico y en los delitos contra la propiedad, alteraciones del orden, etc.

Consumo de alcohol y salud mental

El alcoholismo se asocia a otras patologías, como trastornos afectivos (depresión, manía), trastornos de ansiedad, trastornos de la personalidad (especialmente personalidad antisocial) y esquizofrenia, y al abuso o dependencia de otras sustancias (principalmente cocaína, opiáceos y benzodiacepinas). La asociación o comorbilidad con otros problemas psicológicos empeora el pronóstico del alcoholismo: puede presentar más recaídas, más complicaciones psicosociales y un mayor riesgo de suicidio.

Consumo de alcohol y problemas psicológicos

En general, se considera que la intoxicación o la abstinencia de alcohol podría conducir a la presencia de determinados síntomas o trastornos psiquiátricos. Estos trastornos reciben el nombre de trastornos inducidos por el alcohol según el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-IV, APA, 1995) y podrían ser los siguientes:

  • Delirium: durante la abstinencia aparece un síndrome confusional, alteraciones perceptivas (alucinaciones o ilusiones), interpretaciones delirantes, agitación psicomotriz y alteraciones emocionales.
  • Demencia persistente: cursa con deterioro de la memoria, alteraciones cognitivas (afasia, apraxia o agnosia), alteración de la ejecución y deterioro significativo de la actividad laboral y social.
  • Trastorno amnésico: puede ser transitorio, por intoxicación aguda, o también persistente. En ese caso se conoce como síndrome de Korsakoff.
  • Trastorno psicótico: se pueden dar alucinaciones, trastorno delirante (con delirios de tipo persecutorio o celotípico)
  • Trastorno del estado de ánimo: Se considera que los estados depresivos inducidos tras el consumo prolongado de alcohol pueden ser graves pero transitorios.
  • Trastornos de ansiedad: el consumo prolongado de alcohol podría inducir estos trastornos en personas con cierta vulnerabilidad, ante la presencia de acontecimientos estresantes o por episodios repetidos de abstinencia.

Problemas psicológicos que llevan al consumo de alcohol

Se considera que muchos de los problemas psicológicos que se asocian al alcoholismo son previos al inicio del consumo de alcohol. Los trastornos de ansiedad, de personalidad y la esquizofrenia podrían aparecer antes que los problemas de alcohol. Sin embargo, en muchos casos la depresión podría ser una consecuencia de los problemas de alcoholismo, ya que su inicio suele ser posterior al comienzo del problema y su sintomatología tiende a mejorar tras pocas semanas de abstinencia.

Al margen de la direccionalidad de la relación entre psicopatología y consumo de alcohol, se ha señalado que entre un 23 y un 70% de los pacientes con problemas de alcoholismo presentan también problemas de ansiedad. Por otro lado, del 20 al 45% de los pacientes con trastornos de ansiedad presentan elevados consumos de alcohol. Entre los trastornos de ansiedad que aparecen asociados con mayor frecuencia al alcoholismo se encuentran la agorafobia (con o sin trastorno de pánico), la ansiedad generalizada, la fobia social y las fobias específicas.

Los pacientes con problemas psiquiátricos podrían beber para reducir los síntomas de ansiedad o ‘evadirse’ de sus problemas y para mitigar un estado de ánimo deprimido. En el caso de las personas con fobia social, por ejemplo, el consumo de alcohol y la desinhibición consecuente puede facilitar su comportamiento en situaciones sociales. En el caso de personas con agorafobia o ataques de pánico, el consumo de alcohol puede calmar la ansiedad que experimentan en esas situaciones. Sin embargo, el uso continuado del alcohol puede agravar estados de ánimo negativos y aumentar precisamente esos síntomas de ansiedad que los pacientes pretendían mitigar con su consumo. Las personas que padecen depresión o tienen un bajo estado de ánimo, podrían beber para animarse y reducir la tristeza. Sin embargo, los efectos depresores de la droga actúan de tal forma que tras un período relativamente breve de euforia y alegría sobreviene la sintomatología depresiva de forma acentuada.

El café

El café es muy probablemente la bebida más consumida en los países desarrollados. Su consumo no aparece únicamente asociado a un contexto lúdico: forma parte de los hábitos alimentarios de la gran mayoría de las personas y constituye una buena inyección de energía por la mañana. De hecho, su principal componente, la cafeína, tiene propiedades estimulantes.

La cafeína se encuentra en el café, en el té, en la Coca-Cola, en muchas bebidas gaseosas y en productos derivados del chocolate. También es un ingrediente común en medicamentos que se recetan para contrarrestar la fatiga, tratar la migraña y otros tipos de cefalea. Por su capacidad para estimular la respiración también se recomienda su uso en el tratamiento de la apnea en los recién nacidos. Se trata de una sustancia que atraviesa la barrera hematoencefálica con mucha facilidad. Su efecto dura entre 2 y 6 horas. A dosis bajas o moderadas (por ejemplo entre la mitad de una taza y tres tazas de café instantáneo) proporciona energía, estado de alerta, motivación y concentración. Sin embargo, a dosis elevadas puede provocar inquietud, nerviosismo, excitación, insomnio, diarrea, taquicardia y sudoración, entre otros.

¿Por qué hablamos del café en un texto sobre ansiedad y consumo de sustancias?

En primer lugar, porque la cafeína, su principal componente, es una sustancia con propiedades estimulantes que se considera adictiva. Algunas personas que consumen grandes cantidades de café pueden desarrollar dependencia y presentan tolerancia y quizás abstinencia. No está claro qué cantidad de cafeína es necesaria para hablar de dependencia e incluso para determinar el grado en que su consumo puede provocar efectos perjudiciales. Algunos trabajos consideran que el consumo de café es elevado si es igual o superior a 4 tazas (300-400 mg de cafeína) diarias. En segundo lugar, el consumo elevado de cafeína se ha asociado a problemas de ansiedad y depresión. Por un lado, se considera que el uso prolongado y de cantidades elevadas de esta sustancia puede provocar alteraciones en el estado de ánimo, además de complicaciones físicas a diferentes niveles. Por otro, el consumo de café y de otras bebidas estimulantes está contraindicado en personas que padecen ansiedad, ya que podrían potenciar la aparición de los síntomas.

Efectos perjudiciales del café

Los datos acerca de los efectos perjudiciales o beneficiosos de la cafeína no son concluyentes e incluso en muchos casos resultan contradictorios. Aquí detallamos los más significativos.

El uso prolongado de más de 650 mg diarios de cafeína, equivalentes a ocho o nueve tazas de café al día, puede ocasionar úlceras gástricas, incremento en el nivel del colesterol y alteraciones del sueño. Este tipo de consumo también parece estar relacionado con disfunciones cardíacas (hipertensión arterial y arritmias) y con la aparición de ciertos tipos de cáncer asociados a los alquitranes del café. En consumidores crónicos se han descrito migrañas. También se ha asociado a una mayor prevalencia de artritis reumatoide, si bien los trabajos aparecidos hasta la fecha no son concluyentes.

Algunos estudios han demostrado que un alto nivel de consumo de cafeína por parte de mujeres embarazadas podría estar asociado a una incidencia por encima de lo normal de nacimientos prematuros, bajo peso al nacer y abortos espontáneos. Basado en datos disponibles, el FDA (Food and Drug Administration) recomienda a las mujeres embarazadas que eviten la cafeína durante el embarazo.

Por otro lado, algunos científicos relacionan el exceso de cafeína con la ansiedad, la hipersensibilidad al dolor y la hipoxia (una disminución de la protección frente a posibles decrecimientos de oxígeno de las células del sistema nervioso). Los autores consideran que este efecto podría producirse con consumos de seis o más tazas de café diarias.

Café y salud mental

Algunos trabajos sugieren que tras el cese brusco de consumo de café o de otras bebidas que contienen cafeína una persona puede experimentar un síndrome de abstinencia que puede durar incluso varios días. Los síntomas varían en severidad según la persona, pero generalmente incluyen dolor de cabeza, fatiga, somnolencia, apatía, irritabilidad y nerviosismo. Como se ha comentado, el consumo prolongado de esta sustancia puede provocar tolerancia y dependencia. A largo plazo se ha descrito que el consumo prolongado de dosis elevadas de cafeína puede generar ansiedad y/o depresión.

Por otro lado, se considera que esta sustancia podría agravar trastornos psicológicos presentes. Hay estudios que demuestran que la cafeína aumenta la ansiedad en algunos pacientes que padecen trastorno de pánico. Por otro lado, se considera que puede intensificar los síntomas del síndrome premenstrual, de otros trastornos de ansiedad o del humor e incluso de cuadros psicóticos ya presentes.

Cannabis

El cannabis, conocido también como marihuana (haciendo referencia a las hojas de la planta) o hachís (si se consume su resina) es, después del tabaco y el alcohol, la droga cuyo uso está más extendido en España y en la mayoría de los países occidentales. Así, según los últimos datos disponibles en el Observatorio Español sobre Drogas, casi uno de cada cinco españoles lo ha probado alguna vez. Las tasas de consumo experimental y regular de esta sustancia han ido incrementándose en los últimos años. Su consumo es especialmente elevado entre los más jóvenes, que se inician en él cada vez a edades más tempranas: el promedio se encuentra entre los 14 y 15 años. En un reciente estudio realizado con estudiantes de 14-18 años de Madrid se observó que el 30% habían consumido cannabis en los últimos 30 días.

Cada vez son más numerosos los estudios que consideran que el cannabis es una droga de “acceso” o “puerta de entrada” al consumo de otras drogas ‘más fuertes’, como las anfetaminas, los alucinógenos o la cocaína. Por otro lado, los estudios que examinan la percepción de riesgo o de peligrosidad asociada a esta droga señalan que la mayoría de las personas consideran al cannabis poco peligrosa, y por tanto, con bajos riesgos.

Efectos del cannabis sobre el organismo

La vía de administración más usual y extendida del cannabis es la fumada. Las sustancias psicoactivas del cannabis, los cannabinoides, son absorbidas por los bronquios, pasan a la sangre y atraviesan la barrera hematoencefálica (BHE) muy fácilmente debido a su gran liposolubilidad. Los cannabinoides actúan sobre diversos receptores del SNC. Sus efectos suelen durar de 1 a 4 horas después de su consumo.

Se puede considerar que el efecto de esta sustancia en las personas es principalmente depresor, si bien los efectos agudos más conocidos de esta droga son un estado de euforia y bienestar, aumento de la sociabilidad y desinhibición, aumento de la percepción sensorial, analgesia y relajación. Tras el consumo de un ‘porro’, una persona se siente más animada, relajada y desinhibida. Debido a estos efectos, su consumo se suele asociar a situaciones sociales. Por otro lado, sus propiedades relajantes lo relacionan con estados de ansiedad y de depresión.

Efectos agudos

  • Efectos conductuales y psicológicos: Además de las sensaciones de bienestar y relajación, se produce una alteración de la percepción sensorial, enlentecimiento de los procesos de pensamiento y dificultades de concentración y de memoria. Se origina confusión, las personas suelen tener lagunas y utilizar un lenguaje monótono. La percepción alterada de la velocidad, la distancia y el tamaño de los objetos, unida al enlentecimiento psicomotor que produce la droga, se ha relacionado con dificultades para el manejo de máquinas complejas, por lo que su consumo se asocia a un mayor riesgo de accidentes (de tráfico, laborales).
  • Efectos físicos: A parte de los efectos que produce sobre el SNC, el cannabis tiene efectos perjudiciales sobre el sistema respiratorio (broncodilatación), el sistema cardiovascular (taquicardia y a dosis elevadas bradicardia, sensaciones de vértigo y desmayos, debido a la disminución de la presión sanguínea), el aparato digestivo (puede producir diarrea), produce hipotermia, sequedad de boca, sed y aumenta el apetito.

Efectos crónicos

  • Físicos: problemas en el sistema respiratorio (bronquitis o asma, aumenta el riesgo de padecer cáncer de pulmón), sistema reproductor (disminución de la libido acompañada de alteraciones en la producción de testosterona, estrógenos y de esperma), efectos sobre el sistema cardiovascular similares a los que produce el tabaco, alteraciones en el sistema endocrino, menor actividad del sistema inmunitario y efectos perjudiciales en el desarrollo del feto.
  • Psicológicos: alteraciones en los procesos de atención, memoria y aprendizaje. Puede producir dependencia y su interrupción un síndrome de abstinencia. El consumo prolongado a dosis elevadas puede conducir a un estado de pasividad e indiferencia conocido por síndrome emotivacional. También se asocia a otros síntomas de deterioro social y laboral por la alteración de la atención, la escasa capacidad de juicio, y la disminución de la capacidad de comunicación y de afecto en situaciones interpersonales.

Consumo de cannabis y problemas psicológicos

El uso prolongado de esta sustancia y, en ocasiones, el uso puntual por parte de sujetos con cierta predisposición, puede producir episodios breves de ansiedad, pánico, tristeza o depresión. En otras ocasiones las personas presentan alucinaciones (especialmente visuales) o delirios. Estos síntomas aparecen por períodos breves de tiempo y suelen desaparecer al cabo de pocas horas o pocos días.

El consumo prolongado del cannabis puede producir un síndrome de dependencia, similar al producido por otras drogas, y su interrupción conducir a un síndrome de abstinencia caracterizado por ansiedad, depresión, irritabilidad, alteraciones del sueño y disminución del apetito.

Cannabis y psicosis: el consumo de cannabis puede causar episodios psicóticos agudos sin alteración del nivel de conciencia del sujeto. Estos episodios suelen ser de corta duración, si bien pueden persistir incluso si se interrumpe el consumo de la sustancia. Muchos estudios se plantean la relación entre el consumo elevado y prolongado de cannabis y la aparición de psicosis o trastornos del humor (manía, depresión). Los datos acerca de si el cannabis actúa como inductor de estos trastornos o bien sólo como ‘mero acompañante’ de los mismos no son concluyentes. Por otro lado, se considera que el consumo prolongado de cannabis precipita el inicio de la esquizofrenia en pacientes con predisposición genética y que empeora su curso. Está asociado con un menor efecto del tratamiento y un mayor porcentaje de recaídas (nueva aparición de episodios psicóticos).

Síndrome amotivaciona: El uso crónico de cannabis se ha asociado con un estado caracterizado por apatía y pérdida de motivación, que se acompaña de déficits en el funcionamiento escolar o laboral y cambios en la conducta.

Problemas psicológicos que llevan al consumo de cannabis

Como se ha comentado anteriormente, el efecto inmediato del cannabis es euforizante y relajante. El consumo de esta sustancia se ha asociado a problemas de ansiedad principalmente por sus propiedades depresoras. La desinhibición asociada a esta sustancia permite al sujeto desprenderse de sus miedos y complejos mientras dura su efecto. El enlentecimiento psicomotor y atencional permiten ‘bajar la guardia’ a personas que constantemente se encuentran sobreactivadas e hipervigilantes a cuanto acontece a su alrededor. Sin embargo, la aparición de episodios breves de pánico o ansiedad, o la taquicardia que suele acompañar al consumo pueden hacer desaparecer estos efectos ‘deseables’.

Por otro lado, las personas que presentan un bajo estado de ánimo pueden verse ‘atraídas’ por esta sustancia elicitadora de bienestar, euforia, una sonrisa fácil y un aumento de la sociabilidad. Sin embargo, el consumo continuado de esta droga en personas con depresión puede incrementar las dificultades atencionales, enlentecimiento psicomotor y deterioro laboral y social característicos de este trastorno.

Cocaína

La cocaína es un estimulante del sistema nervioso central que provoca sensación de euforia, bienestar, aumenta la comunicación verbal, la sociabilidad y disminuye la sensación de fatiga o sueño. Se consume principalmente asociada a contextos de ocio y el objetivo principal de quien la toma es la búsqueda de placer y diversión y aumentar la energía. Algunas personas señalan que la cocaína les ayuda a desinhibirse en situaciones sociales, a ser más sociable. Otros relatan que cuando han tomado esta sustancia se sienten más seguros de sí mismos, con una mayor autoestima. Muchos de los consumidores de esta droga la toman como ayuda para escapar de sus problemas. Como dijo Freud, la cocaína es un ‘quitapesares’ capaz de alterar el estado de ánimo.

El consumo de cocaína sigue siendo mucho menor al de otras sustancias como el tabaco, el alcohol o el cannabis. Sin embargo, los datos aportados en los últimos años por el Observatorio Europeo de las Drogas y las Toxicomanías sugieren un incremento en la prevalencia del consumo de cocaína tanto experimental como regular. En España, el porcentaje de población general que ha probado esta droga al menos una vez en su vida se sitúa en torno al 3%, aumentando esta tasa al 5% en el colectivo de jóvenes. Si bien la edad de inicio del uso de cocaína ha permanecido relativamente estable, el mayor incremento en su consumo se ha producido en el colectivo de jóvenes de 14 a 16 años.

La cocaína se asocia al consumo de otras sustancias como el alcohol, el tabaco, el cannabis y otros estimulantes. La vía de administración más frecuente es esnifada, aunque algunos también la consumen fumada combinada con tabaco o marihuana, o mezclada con heroína. Un número elevado de consumidores de heroína también utilizan la cocaína por vía intravenosa o pulmonar (crack).

Efectos de la cocaína sobre el organismo

Efectos agudos

  • Efectos conductuales y psicológicos: la administración de cocaína provoca euforia inicial, aumento de la comunicación verbal, inquietud psicomotora, autoconfianza. También puede provocar irritabilidad, impulsividad y agresividad. Por otro lado, se pueden presentar alteraciones sensoperceptivas como alucinaciones visuales o táctiles.
  • Efectos físicos: el consumo agudo de esta droga puede producir taquicardia, alteraciones de la tensión arterial, sudoración, escalofríos, náuseas o vómitos, disminuye la fatiga, el sueño y el apetito. Tiene también efectos anestésicos a nivel local. Suele ser habitual la midriasis (mirada ‘cristalina’) y la sequedad de boca.

Efectos crónicos:

  • Físicos: Además de tener una elevada capacidad adictiva, se trata de una sustancia muy tóxica. Entre las complicaciones orgánicas asociadas a la cocaína destacan las alteraciones cardiovasculares en forma de arritmias, hipertensión, infartos agudos de miocardio o hemorragias cerebrales, las alteraciones neurológicas como las convulsiones, las complicaciones respiratorias y gastrointestinales, y las cefaleas. Pueden aparecer lesiones locales de la mucosa nasal.
  • Psicológicos s: El consumo crónico de cocaína puede producir depresión, crisis de angustia, irritabilidad y agotamiento general, déficits de atención y memoria, compulsividad, alteraciones del deseo sexual e intentos de suicidio. Son muy frecuentes la inhibición y el retraimiento social y la rumiación del pensamiento. Se ha asociado a trastornos psicóticos, como paranoia y esquizofrenia, y al trastorno bipolar. El consumo prolongado de esta sustancia puede derivar en un problema de dependencia, y su interrupción provocar un síndrome de abstinencia.

Consumo de cocaína y problemas psicológicos

El consumo prolongado de cocaína puede conducir a desarrollar tolerancia a la droga y dependencia. Los sujetos con dependencia suelen gastar mucho dinero en un espacio breve de tiempo e implicarse en robos o solicitar anticipos para comprar la droga. Frecuentemente aparecen alteraciones en el funcionamiento a nivel familiar, social o laboral. El síndrome de abstinencia se caracteriza por un estado de ánimo deprimido, apatía, fatiga, pesadillas, insomnio o hipersomnia, aumento del apetito e intranquilidad, acompañados de un deseo irresistible de consumir nuevamente la droga.

El consumo de cocaína se ha asociado a depresión. Aunque puede ser complicado diferenciar si el trastorno afectivo es previo o una consecuencia del uso de la droga, la mayoría de estudios apuntan a que la depresión aparece después de iniciar el consumo de cocaína. Otros trabajos señalan que el consumo de esta droga exacerbaría el estado de ánimo deprimido previo, aumentando la intensidad de los síntomas.

El uso reiterado de esta droga también puede provocar ansiedad. El sujeto puede experimentar intranquilidad (especialmente tras la interrupción del consumo) y crisis de angustia.

Los síntomas psicóticos son muy frecuentes tras el consumo, agudo o crónico, de cocaína. Se han descrito ideas delirantes y alucinaciones auditivas, visuales o táctiles. Por otro lado, entre el 22 y el 31% de los esquizofrénicos consumen cocaína, siendo complicado en la mayoría de los casos discernir si el consumo ha inducido el trastorno o éste es previo.

Problemas psicológicos que llevan al consumo de cocaína

Como se comentaba al principio de esta sección, el uso de cocaína aumenta la comunicación y disminuye la inhibición en situaciones sociales. Es muy probable que personas con ciertas dificultades para establecer relaciones sociales o moverse con comodidad en ambientes de ocio y diversión hagan uso de esta droga para superar sus limitaciones.

Numerosos trabajos han intentado asociar el consumo de cocaína con la presencia de ciertas características de personalidad. Si bien los estudios no son concluyentes, se ha descrito una importante asociación entre problemas por el consumo de esta sustancia e historia previa de otro trastorno psicológico.

Se considera que muchos consumidores de cocaína tienen problemas de estado de ánimo. En estos casos, se utiliza la sustancia para intentar mejorar su sintomatología depresiva. Del mismo modo, muchos usuarios de esta sustancia que no presentan un trastorno del estado de ánimo pueden recurrir a ella cuando se sienten desanimados tras algún acontecimiento negativo (problemas laborales, personales).

Por otro lado, también se ha descrito un mayor consumo de cocaína en pacientes con trastorno bipolar, especialmente durante la fase maníaca, y en personas con trastornos por déficit de atención con hiperactividad (TDAH).

Drodas recreativas

Si bien el término ‘drogas recreativas’ hace alusión a todas aquellas sustancias que principalmente se consumen con fines recreativos o lúdico-festivos, hemos tratado por separado la relación entre ansiedad y drogas más conocidas y utilizadas, como el alcohol, el tabaco, el cannabis o la cocaína, y los derivados anfetamínicos y alucinógenos. En este apartado nos referiremos a la relación entre ansiedad y consumo de éxtasis, anfetaminas y derivados, y alucinógenos. Hablaremos por tanto de drogas de diseño o de síntesis como el MDMA (éxtasis), MDA o ‘píldora del amor’, MDEA o ‘Eva’, del GHB o éxtasis líquido, la ketamina, y del LSD (alucinógeno) o las anfetaminas.

La prevalencia de consumo de estas sustancias, en comparación a la del alcohol o el cannabis, es relativamente baja. De acuerdo con la Encuesta sobre Drogas a la Población General, cerca del 3% ha probado el éxtasis o las pastillas alguna vez en su vida. Sin embargo, este porcentaje ascendió hasta el 5.7% en el 2000 entre la población escolar (14 a 18 años).

Estas sustancias se consideran facilitadoras de la sociabilidad, por lo que se consumen. Principalmente en contextos de ocio y diversión. Como se ha indicado, su consumo está aumentando entre los más jóvenes, se asocia a salidas nocturnas de fin de semana, se suele dar en discotecas, pubs, bares o fiestas, y se relaciona frecuentemente con el consumo de otras sustancias psicoactivas como el alcohol (91.4%), el tabaco (87.3%), el cannabis (93.1%) y la cocaína (53%). El nivel de riesgo percibido ante el consumo de éxtasis y de alucinógenos es bastante elevado, si bien es menor entre los hombres que entre las mujeres y en los jóvenes en comparación con los adultos.

El consumo de drogas de síntesis provoca cambios en la conducta, como euforia, elevación de la autoestima y desinhibición. Disminuye la sensación de hambre y cansancio, puede mejorar la capacidad de concentración e incrementar la actividad física. Alguna de ellas puede provocar efectos alucinógenos breves (en el caso del MDMA estos efectos son nulos). Asimismo, a alguna de estas sustancias se le ha atribuido un efecto afrodisíaco (por ejemplo el MDA o ‘píldora del amor’), aunque los estudios científicos no han confirmado este hecho.

En los últimos años han aumentado los estudios que relacionan el consumo de estas sustancias con problemas psicológicos, alteraciones físicas, accidentes de tráfico y aumento de conductas de riesgo.

Problemas asociados al uso de drogas recreativas

Problemas agudos

  • Físicos: el consumo de anfetaminas y éxtasis produce una sobreestimulación del SN simpático. No es infrecuente observar efectos neurológicos o cardiovasculares como sequedad de boca, sudoración, sofocos (son conocidos los golpes de calor) o una mayor sensibilidad al frío, pupilas dilatadas, visión borrosa y percepción distorsionada de los colores, tensión muscular, entumecimiento, aumento de la frecuencia cardiaca y la presión arterial, agitación o palpitaciones, vómitos o pérdida del apetito y de energía, entre otros. También pueden producirse alteraciones a nivel hepático (ictericia, hepatitis). El consumo de estas sustancias puede provocar complicaciones a nivel cardiovascular, como accidentes cerebrovasculares, edemas cerebrales o convulsiones. Los efectos del LSD son principalmente emocionales y perceptivos, por lo que la aparición de complicaciones físicas es muy poco frecuente.
  • Psicológicos: en algunos casos se ha descrito tras el consumo de anfetaminas y éxtasis presencia de alucinaciones, ansiedad, agresividad, paranoia, verborrea, alteraciones del sueño o de la conciencia y convulsiones. En el caso del LSD pueden aparecer crisis psicóticas o ataques de pánico.
  • Sociales: Si bien es difícil separar los efectos de estas sustancias del de otras drogas sobre la conducción, dado que con frecuencia se consumen simultáneamente, se ha extendido la idea de que conducir bajo sus efectos aumenta el riesgo de tener un accidente de tráfico. Estas sustancias disminuyen la capacidad de concentración, los reflejos y la visibilidad, aumentan el tiempo de reacción y pueden alterar la percepción y valoración del riesgo. También se ha relacionado el uso de estas sustancias con la realización de conductas sexuales sin protección.

Problemas crónicos: drogas recreativas y salud mental

Además de daños a nivel cerebral, el consumo de estas sustancias se ha visto asociado a problemas cognitivos a corto plazo, como déficits en la memoria, la atención y el aprendizaje.

El consumo continuado de estas sustancias puede generar dependencia y síndrome de abstinencia. En el caso de los derivados anfetamínicos, el síndrome de abstinencia puede cursar con estado de ánimo deprimido, fatiga, pesadillas, alteraciones del sueño, aumento del apetito y alteraciones motoras (enlentecimiento o agitación). No se ha descrito el síndrome de abstinencia tras el consumo de alucinógenos ni de fenciclidina (PCP, ketamina).

Entre los trastornos inducidos por estas sustancias, destacan:

  • Trastornos perceptivos : tras el uso prolongado de alucinógenos se ha observado la presencia de alucinaciones y alteraciones perceptivas.
  • Delirium por intoxicación: tras el consumo de alucinógenos, derivados anfetamínicos o fenciclidina. Cursa con alteración de la conciencia y deterioro de funciones cognitivas como la memoria o la percepción, entre otros.
  • Trastornos psicóticos inducidos por consumo de alucinógenos, anfetamina o fenciclidina, que pueden cursar con alucinaciones y/o delirios.
  • Trastornos del estado de ánimo o ansiedad.

La revisión de numerosos casos clínicos sugiere que el uso prolongado de MDMA, quizás una de las drogas recreativas más estudiadas, puede asociarse a trastornos psiquiátricos como psicosis, trastornos de pánico, despersonalización, depresión y flashbacks. La presencia de estos problemas persiste tras el cese del consumo de esta sustancia.

Se considera que el consumo regular de MDMA puede alterar el funcionamiento de un neurotransmisor, la serotonina, implicada en la regulación del humor, la ansiedad, la impulsividad y agresividad, la actividad sexual, la ingesta, el sueño y el dolor, entre otros. El déficit de esta sustancia podría explicar, por tanto, la presencia de estos problemas psicológicos en los consumidores de MDMA.

Sin embargo, el policonsumo asociado al uso de estas drogas hace difícil asegurar que el MDMA sea el precursor o la causa principal de estos trastornos psiquiátricos. Se considera que la predisposición genética a padecer alguno de estos problemas, unida a la presencia de trastornos psicológicos previos, puede incrementar la probabilidad de presentar alguno de estos trastornos tras el uso continuado de MDMA. Por otro lado, la mayoría de estas alteraciones psicológicas se han asociado a un consumo elevado de esta sustancia, pero no son concluyentes los estudios que relacionan MDMA y psicopatología a dosis bajas o moderadas.

Opiácios

Nos referimos a una familia de sustancias derivadas del opio, que se extrae de la adormidera. Los opiáceos más conocidos son el opio, la morfina, la heroína y la metadona. Se trata de sustancias con una potente acción depresora y analgésica sobre el sistema nervioso central. La heroína es, sin duda, el opiáceo más consumido como droga de abuso. En España, se ha observado un decremento importante de su consumo, pasando del 1% en 1995 al 0.5% en 1997. Asimismo, la principal vía de administración sigue siendo la endovenosa, si bien está incrementando el número de consumidores que la toman esnifada o fumada debido al peligro de transmisión del SIDA.

Efectos agudos

Durante un intervalo de 2-3 horas, el sujeto percibe una sensación de intenso placer (“flash”) y euforia, seguida de apatía y somnolencia. A nivel físico, los efectos inmediatos de la ingestión de heroína son sequedad de boca, disminución del tamaño de la pupila, enlentecimiento de la respiración, estreñimiento y disminución de la temperatura corporal.

En los usuarios de esta sustancia es muy habitual el policonsumo: la mayoría de ellos también usan cocaína, tabaco, cannabis o ansiolíticos, entre otras sustancias.

Efectos a largo plazo

  • Físicos: Las consecuencias a nivel físico dependen del tiempo de consumo de la droga, de la vía de administración y dosis, de los hábitos higiénicos utilizados y del estilo de vida. Se ha observado una gran incidencia en los consumidores de esta sustancia de llagas, procesos infecciosos como hepatitis, neumonías, SIDA, alteraciones de la nutrición (adelgazamiento extremo), estreñimiento severo, problemas cardiovasculares, etc.
  • Psicológicas y sociales: La heroína tiene un elevado poder adictivo, por lo que su consumo puede generar en un período breve de tiempo dependencia y tolerancia. Durante el síndrome de abstinencia de esta droga puede aparecer tristeza, irritabilidad, náuseas o vómitos, dolores musculares, temblores y convulsiones, lagrimeo, dilatación de las pupilas, sudoración, diarrea, bostezos, fiebre e insomnio. Su consumo continuado suele comportar un gran deterioro del funcionamiento de la persona a nivel familiar, social (ruptura de relaciones interpersonales), laboral y económico (desempleo, problemas económicos). En muchos casos, las personas consumidoras de heroína se ven complicadas en el sistema judicial. Debido a todas estas consecuencias, es frecuente que los consumidores de heroína presenten asociados problemas del estado de ánimo. Por otro lado, también se han descrito alteraciones de la memoria y la atención, estados confusionales, delirium y trastornos psicóticos inducidos por el consumo de esta sustancia.

Inhalantes

Hacemos referencia a un numeroso grupo de sustancias químicas como pegamentos, solventes o colas que se administran por vía oral o nasal. Entre ellas se encuentran algunos productos derivados del petróleo como lacas, pinturas, quitamanchas, gasolinas, etc. La prevalencia de consumo de sustancias volátiles es escasa en nuestro país, situándose alrededor del 1% en jóvenes de 14-15 años, y siendo mucho menor en adultos.

Estas sustancias tienen efectos depresores sobre el SNC. Los efectos inmediatos son la exaltación del humor, la euforia y la alegría, la agresividad y la hiperactividad motriz. También pueden aparecer alucinaciones y delirios. Pasados estos efectos iniciales, se experimenta somnolencia, confusión y bradicardia. Si la inhalación continúa se puede alcanzar una intoxicación grave semejante a la embriaguez etílica, con amodorramiento profundo e incluso pérdida de conciencia. A ello se unen síntomas no buscados por el consumidor como náuseas, vómitos, tos, lagrimeo, etc. La mezcla con otras drogas depresoras (tranquilizantes, somníferos, alcohol) incrementa peligrosamente el riesgo de muerte por sobredosis.

A largo plazo, se produce palidez y fatiga permanente, una disminución de la memoria y de la concentración, pérdida del equilibrio, irritabilidad, conducta agresiva, alteraciones hepáticas, renales, pulmonares y cardiacas, neuropatías, etc.

El uso continuado de estas sustancias puede crear dependencia. Muchos inhaladores crónicos presentan un alto grado de ansiedad ante la falta de la sustancia y un fuerte deseo de inhalar, a la vez que tienen que aumentar la dosis para conseguir los mismos efectos que, tiempo atrás, alcanzaban con cantidades inferiores.

Por otro lado, se ha descrito la relación entre el uso regular de inhalantes y trastornos psicóticos agudos, trastornos del estado de ánimo y ataques de pánico. Algunos autores proponen que las personas con un estado de ánimo deprimido podrían consumir estas sustancias para evadirse de sus problemas. La presencia de ataques de pánico tras la intoxicación por estas sustancias podría conducir igualmente a un estado de ánimo depresivo. Así, entre estos tres componentes (trastorno del humor, trastorno de pánico y consumo de inhalantes) se establecería un círculo vicioso en el que la presencia de uno de ellos ‘alimentaría’ la aparición y/o el mantenimiento del otro.

Sedantes, hipnóticos y ansiolíticos

Con este título genérico nos referimos a sustancias químicas que actúan como depresoras del sistema nervioso central. En el mercado hay muchas de ellas y debido a la facilidad con la que se han prescrito desde el ámbito médico, su uso se ha popularizado entre la población. Algunos medicamentos como Trankimazín, Lexatín, Tranxilium, Valium, Orfidal, etc., son fármacos clasificados dentro del grupo de las benzodiacepinas que suelen tomarse para reducir los síntomas de ansiedad y la tensión muscular y tienen efectos relajantes e inductores del sueño.

Las benzodiacepinas, unidas a algunos antidepresivos, constituyen el tratamiento farmacológico de elección para ciertos trastornos de ansiedad, como la agorafobia, el trastorno de ansiedad generalizada o el trastorno de angustia. En dosis normales, estas sustancias mejoran el rendimiento del paciente y provocan somnolencia y relajación. Dosis elevadas provocan náuseas, aturdimiento, confusión, disminución de la coordinación psicomotriz, etc. El efecto de estas sustancias si se utilizan asociadas al alcohol se ve incrementado, hasta el punto que la mezcla de ambos puede conducir a una sobredosis.

El uso de esta medicación se suele recomendar cuando los síntomas de la ansiedad son incontrolables y muy intensos. Sin embargo, tomar estas sustancias no soluciona el problema. Para poder controlar la ansiedad es necesario ‘atacar’ la base del problema, y esto comporta aplicar estrategias para reducirla (por ejemplo cambiar la forma de vida) y reaccionar ante ella de forma diferente.

Estas sustancias tienen la capacidad de desarrollar tolerancia y dependencia. La mayoría de personas que las utilizan durante mucho tiempo señalan que el medicamento ya no es efectivo si lo toman en la misma cantidad. Por este motivo, se recomienda no utilizar esta droga durante un período prolongado y sustituirla poco a poco por estrategias psicológicas como el autocontrol. La retirada brusca de la droga puede resultar peligrosa y provocar un síndrome de abstinencia que se caracteriza por aumento de la ansiedad, insomnio, irritabilidad, náuseas, dolor de cabeza y tensión muscular, temblor y palpitaciones y disforia.

De todas las sustancias aquí reseñadas, las benzodiacepinas son las más utilizadas debido a que presentan menos efectos secundarios que otros psicofármacos. El uso prolongado de barbitúricos, por ejemplo, puede conducir a padecer alteraciones como anemia, hepatitis, depresión, descoordinación motora y entorpecimiento del habla, etc.

En muchos otros casos, el uso de estas sustancias no se inicia con el tratamiento farmacológico de un problema de ansiedad. Algunos jóvenes consumen estos psicofármacos en asociación con otras drogas como el alcohol, la cocaína o las anfetaminas. El patrón inicial de consumo intermitente puede conducir a un consumo más regular que puede provocar un incremento en los problemas interpersonales y/o laborales, irritabilidad o depresión y alteraciones importantes en la memoria. De hecho, en el DSM-IV (APA, 1995) se han descrito los siguientes trastornos inducidos por el uso de estas sustancias: delirium, demencia, trastorno psicótico, trastorno del estado de ánimo y trastorno de ansiedad, entre otros.

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Fuente: Noemí Guillamón . Dibujo: Raúl Ariño. Clínica de la Ansiedad. Psicólogos y psiquiatras. Barcelona, Madrid y online.

Para saber más

APA (1995). Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-IV). Barcelona: Masson.

Becoña, E. (2004). Guía clínica para ayudar a los fumadores a dejar de fumar. Valencia: Socidrogalcohol.

Becoña, E., Rodríguez, A. y Salazar, I. (Eds.) (1996). Drogodependencias. III Drogas Ilegales Santiago de Compostela: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Santiago de Compostela.

Bobes, J., y Calafat, A. (Eds.). (2000). Monografía Cannabis. Adicciones, 12 (suplemento 2).

Bobes, J., Sáiz, P.A. (Eds.). (2003). Monografía Drogas Recreativas. Adicciones, 15 (suplemento 2).

Escohotado, A. (1995). Aprendiendo de las drogas. Madrid: Alfaguara.

Gual, A. (Ed.) (2002). Monografía Alcohol. Adicciones, 14 (suplemento 1).

Pascual, F., Torres, M. y Calafat, A. (Eds.) (2001). Monografía Cocaína. Adicciones, 13 (suplemento 2).

Plan Nacional Sobre Drogas (2002). Drogas de síntesis: Consecuencias para la salud. Ministerio del Interior.

Snyder, S. H. (1993). Drogas y Cerebro. Barcelona: Prensa Científica.

Sociedad Española de Investigación sobre Cannabinoides (2002). Guía Básica sobre los Cannabinoides. Delegación del Gobierno para el Plan Nacional sobre Drogas. Ministerio del Interior. Madrid: Universidad Complutense de Madrid.

Direcciones Internet (en castellano)

FAD: Fundación de Ayuda contra la Drogadicción.

www.socidrogalcohol.org.

www.drogasycerebro.com.

Video ilustrativo: Prevención drogodependencias. (UNED-RTVE2)

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Ansiedad y alcohol

En la sociedad española el alcohol es una droga de curso legal, socialmente aceptada, que mueve importantes divisas y ocasiona no menos importantes quebraderos de cabeza, familiares y sanitarios. Vivimos en una sociedad vinícola donde el acto de beber está asociado a multitud de acontecimientos diarios. Existe una gran presión social para beber, pero a la vez hay una clara falta de información sobre los problemas que produce el consumo reiterado. Además, las bebidas alcohólicas son de fácil acceso y se venden a un precio muy asequible para la mayoría de la población. La oferta de ocio está en exceso orientada al consumo de alcohol y otras drogas. A esto hay que añadir que su consumo es alentado a través de los medios de comunicación, asociándolo a diversión, sensualidad, encuentros sexuales, patrones de vida deseables o a modelos de comportamiento exitosos. Existen, además, una serie de mitos, socialmente extendidos, sobre supuestas propiedades “milagrosas” de las bebidas alcohólicas (antes llamadas “espirituosas”): por ejemplo, sirve para afrontar mejor los problemas (en la mayoría de películas el primer paso ante un problema es servirse una vaso de whisky), tranquiliza, ayuda a dormir, aumenta la potencia sexual… Propiedades que, naturalmente, no tiene.

Uso, abuso y dependencia del alcohol

Hablamos de uso del alcohol, o cualquier otra droga, cuando su consumo es ocasional, relacionado con sólo unos pocos acontecimientos, sin llegar a que se produzca dependencia ni habituación a la sustancia, ni repercusiones negativas en áreas importantes de la vida de una persona (la familia, el trabajo, los amigos, la pareja, salud física y psicológica…).

El abuso, según la Asociación Psiquiátrica Americana (DSM-IV) implica la presencia de una o más de los siguientes cuatro condiciones, en algún momento, durante un período de 12 meses:

1) Consumo repetido de la sustancia que implica dejar obligaciones laborales, académicas o del hogar.

2) Uso repetido de la sustancia en situaciones que implican riesgo físico para la persona.

3) Su consumo conlleva repercusiones legales (multas, deudas, juicios…).

4) Se sigue consumiendo a pesar de los problemas sociales y personales que está creando la sustancia

Por tanto el abuso es un mal uso ya sea por la cuantía de sustancia ingerida o por la finalidad con que se consume. No obstante, también existen malos usos que no llegan a la categoría de abuso, por ejemplo usar el alcohol para afrontar situaciones sociales en que uno siente una enorme vergüenza por las críticas ajenas. En estos casos aunque no se cumplan los criterios para abuso existe un claro riesgo de que así sea. Además de que se está cerrando la puerta a otras formas de afrontar los problemas (por ejemplo hacer frente a los pensamientos que hay detrás del miedo a las críticas).

La dependencia se produce como consecuencia de repetidos abusos. Según Asociación Psiquiátrica Americana (DSM-IV), para poder diagnosticarla como tal, es necesario que se den al menos tres de las siguientes condiciones o criterios durante un período de 12 meses (aunque períodos más cortos también pueden requerir de una intervención):

1) Tolerancia o habituación: necesidad de aumentar progresivamente las dosis para conseguir los mismos efectos que anteriormente, o manteniendo la misma cantidad de alcohol se produce un disminución de los efectos esperados.

2) Síntomas ante la abstinencia o supresión de la sustancia: en el caso del alcohol podría aparecer insomnio, irritabilidad, dolor de cabeza, temblor, náuseas, ansiedad, crisis epilépticas. El síndrome de supresión o abstinencia se produce cuando se deja de ingerir súbitamente alcohol. A veces la persona bebe para evitar, momentáneamente, estos síntomas.

3) Se usa la sustancia en mayor cantidad o por un período más largo de lo que la persona en un principio pretendía.

4) Deseo persistente de consumir la sustancia, y uno o más esfuerzos inútiles por controlar o suprimir el consumo.

5) Gran parte del tiempo se emplea en actividades relacionadas con la obtención, consumo y recuperación de los efectos de la sustancia.

6) Reducción importante o abandono de actividades sociales, laborales o recreativas a pesar de tener consciencia de que se padece un problema físico o psicológico provocado o empeorado por el alcohol.

Efectos del alcohol sobre el organismo

El alcohol atraviesa fácilmente las membranas celulares, por lo que es absorbido rápidamente por el estómago y distribuido por todos los tejidos. Actúa sobre diversos receptores del Sistema Nervioso. Fundamentalmente es un depresor. De ahí su relación con las emociones, en particular con la ansiedad y la depresión. En dosis pequeñas desinhibe, disminuye la ansiedad, lo que se equipara a un estado de excitación, aumentando la frecuencia cardíaca y respiratoria. Con dosis mayores funciona plenamente como un depresor, disminuyendo el nivel de conciencia, la coordinación motora y las funciones autonómicas (respiración y frecuencia cardíaca). Se experimenta una sensación de calor, pero, realmente, se está produciendo una pérdida de calor, con lo que si la temperatura exterior es demasiado baja pueden haber problemas para regular la temperatura corporal. Si la dosis es demasiado elevada se puede llegar al coma o a la muerte por depresión respiratoria.

El alcohol produce en nuestro organismo un desequilibrio metabólico, es decir, perturba el funcionamiento normal. En grandes cantidades es altamente tóxico. Sus efectos son más peligrosos en personas vulnerables (con enfermedades cardíacas, cerebrales…), en mujeres, en niños y en ancianos. Sin embargo, en pequeñas dosis puede ser hasta beneficioso siempre y cuando la persona no tenga vulnerabilidad hacia los efectos físicos y psicológicos del alcohol. Este efecto beneficioso del uso moderado en personas sin vulnerabilidad al alcohol, ha sido utilizado y exagerado por los interesados en que aumente o se mantenga la venta de alcohol. En todo caso siempre existe el peligro de su efecto tóxico y el riesgo de abuso y/o dependencia.

El consumo repetido y abusivo del alcohol tiene una serie de consecuencias para la persona:

físicas: el alcohol actúa sobre diversos órganos entre los que destacan el hígado (peligro de cirrosis), el sistema cardio-vascular (problemas de arrítmias, miocardiopatías, hipertensión arterial e ictus cerebrales), el sistema respiratorio, el sistema nervioso (el síndrome de Wernike-Korsakoff debido a falta de vitamina B1, la degeneración del cerebelo…). También afecta al sistema muscular, al esqueleto (riesgo de osteoporosis), y al sistema endocrino. El alcohol es la segunda causa probada de padecer cáncer, después del tabaco.

Sociales: su consumo se asocia a un mayor riesgo de accidentes, implicación en agresiones, homicidios y peleas, conductas antisociales (robos, insultos, exhibicionismo…), problemas en las relaciones sociales, familiares o de pareja. Produce además déficits en la actividad laboral, académica o social, debido a estar bajo los efectos del consumo abusivo o en período de recuperación de éstos.

Psicológicas: El uso continuado del alcohol produce una “primitivización” de la personalidad, que se vuelve más infantil y eufórica. Hay una pérdida de las funciones cognitivas, se alteran los ritmos biológicos, hay lagunas en la memoria (sobretodo de acontecimientos relacionados con las borracheras), desorientación espacio-temporal. La emoción oscila de la alegría a la tristeza continuamente (labilidad emocional), pudiendo aparecer incontinencia emocional (por ejemplo no se puede evitar arrancar a llorar repentinamente). Surgen sentimientos de culpa, y explosiones de irritabilidad. Se tiene poca tolerancia a las frustaciones. Pueden producirse, además, una serie de trastornos específicos como el síndrome de abstinencia que puede llegar a un delirium tremens, la alucinosis alcohólica (donde hay sobretodo voces que acusan y delirios persecutorios), delirios celopáticos (falsa creencia de que la pareja es infiel), trastornos del estado de ánimo, trastornos de ansiedad, trastornos de sueño (el alcohol disminuye la fase REM del sueño, que es la que garantiza un mayor descanso), demencia y trastornos persistentes de la memoria.

Alcohol y alteraciones emocionales

Para facilitar la descripción de la relación entre el alcohol y los trastornos emocionales nos ocuparemos primero de cómo tener problemas con la ansiedad y el estado de ánimo pueden llevar a una tormentosa relación con el alcohol, para luego dedicarnos a la relación inversa. Es decir, como el mal uso, el abuso y/o la dependencia del alcohol pueden generar consecuencias en nuestras emociones.

Trastornos emocionales que llevan al consumo de alcohol

Por sus propiedades y fácil acceso, el alcohol es frecuentemente utilizado por personas que padecen un trastorno del estado de ánimo o de ansiedad. En el primer caso se usa el alcohol como un medio de controlar un estado de ánimo triste. El alcohol tiene la propiedad de acentuar el estado en que nos hallamos. Altera el estado de ánimo pero la dirección del cambio depende de las expectativas de la persona. Y, normalmente, las expectativas de las personas que padecen depresión son bastante negativas. Por lo tanto no sólo no combate la depresión sino, que tras un ligero alivio debido a la alteración del estado de conciencia, el alcohol, por sus propiedades depresoras sobre el sistema nervioso, agrava la depresión, incrementa los sentimientos de culpa e inadecuación, y disminuye la propia valía consecuencia de verse a uno mismo fuera de control, abandonando las obligaciones sociales, laborales y/o académicas.

En los trastornos de ansiedad,   algunas personas recurren al alcohol por sus propiedades reductoras de la activación fisiológica. Si bien es cierto que el alcohol tranquiliza a corto plazo, no lo es menos que su uso continuado produce una inquietud y una ansiedad que superan con creces al estado inicial que se quería evitar. Sólo en pequeñas dosis y en circunstancias adversas concretas y controlables, el alcohol disminuye la ansiedad. Este efecto está muy en relación con el estado de la persona y siempre se corren los riesgos de intoxicación y dependencia. Además también existe el peligro de acontecimientos ambientales inesperados frente a los que bajo los efectos del alcohol podemos reaccionar inapropiadamente. En las personas con problemas de ansiedad sirve para atenuar momentáneamente los miedos y afrontar las situaciones con más seguridad (menor inhibición). De esta manera se cierran las puertas a otras formas más adecuadas de afrontamiento de los problemas, corriendo además el riesgo de acostumbrarse a usar el alcohol y otras drogas para afrontar no sólo los problemas para los que inicialmente se usó, sino extender también su uso a otros (por ejemplo usarlo para hablar más “tranquilo” en público, y extenderlo luego para aparentar lo que no se es ante las amistades).

La ansiedad social y las emociones desagradables pueden propiciar el uso abusivo del alcohol o recaídas si se está en período de desintoxicación. El alcohol es usado con frecuencia como alivio para los síntomas psíquicos (tensión, sentimientos de culpa, dificultades para conciliar el sueño). Sin embargo, frecuentemente, no hace sino empeorar el estado general y generar un círculo vicioso de difícil salida. Ansiedad y depresión disminuyen con el alcohol pero sólo a corto plazo, para luego volver con mucha más fuerza y exigiendo de nuevo el alcohol como medio de aplacarlas.

También es probable que sean otros trastornos mentales los que induzcan a problemas con el alcohol. Sería el caso de la esquizofrenia y el trastorno bipolar (en que hay oscilaciones entre un estado de ánimo deprimido y una euforia patológica).

Problemas con el alcohol que repercuten en las emociones

Ya hemos visto más arriba algunas de las consecuencias que tiene el consumo reiterado y abusivo de alcohol. Vamos a destacar aquí algunas por sus especiales repercusiones en las emociones.

Síndrome de abstinencia: produce los efectos contrarios a la intoxicación. Hay hiperactividad autonómica, agitación, crisis comiciales, insomnio, alucinaciones, y ansiedad. Este sería el síndrome de abstinencia típico que se produce entre las 7 y las 48 horas después de la última ingesta de alcohol, y que desaparece a los 7 días sin necesidad de tratamiento. Se asocia fundamentalmente con la dependencia física de la sustancia. Se puede complicar en un delirium tremens, estado de disminución de la consciencia con alteraciones perceptivas visuales. Luego se hablaría de otros tipos de síndrome de abstinencia que se relacionarían más con la dependencia psicológica (deseos de la sustancia por sus efectos reforzantes o por que elimina sensaciones displacenteras). Serían el síndrome de abstinencia tardío y el síndrome de abstinencia condicionado que aparecen tras semanas de dejar la sustancia, pudiendo durar meses o años. Se deben a que ante la presencia de determinados estímulos internos o externos, se produce una inquietud psicológica en forma de ansiedad y una desregularización de las funciones psíquicas superiores. Este estado incita a la búsqueda y a la consumición del alcohol. La persona se siente como recién desenganchada, y muy ansiosa, con lo que es fácil que se produzcan recaídas en la conducta de beber. Esta dependencia psicológica es más difícil de tratar que la dependencia física.

Alucinosis alcohólica y delirios celopáticos: ambos son estados que generan en la persona una tremenda angustia puesto que se siente perseguido y engañado, respectivamente. Este aumento de la ansiedad puede generar huida de los lugares temidos o defensa activa (pudiéndose producir, por ejemplo, agresiones más o menos importantes ante la supuesta infidelidad de la pareja).

Trastorno del estado de ánimo debido a la ingesta de alcohol: sería aquel trastorno del estado de ánimo que se da sólo en relación a la bebida. Se debe a una reacción psicológica por la falta de control percibida, a desordenes neuroquímicos ocasionados por el alcohol, a una personalidad disfórica (entre irritable y triste), o al síndrome de abstinencia.

Trastornos de ansiedad debidos a la ingesta de alcohol: son propios de los estados de abstinencia, pero también se pueden dar durante la intoxicación. Los más típicos son la agorafobia y la ansiedad generalizada.

Trastornos del sueño y disfunciones sexuales: sexo y sueño son dos funciones importantes que se ven afectadas por un abuso del alcohol. Dada la relevancia de estas funciones para las personas, su alteración debido al consumo de alcohol implica claras consecuencias sobre las emociones. La falta de sueño genera un estado de ansiedad e irritabilidad característico. Las disfunciones sexuales afectan al propio bienestar y el de la pareja, a la autoestima y, por tanto, al estado de ánimo, lo cuál hace que se active nuestro sistema de alarma (la ansiedad), que no hace sino obstaculizar cualquier intento de mejora.

Amnesias transitorias y persistentes: son trastorno en que se olvidan porciones de información del pasado. Cuando existe consciencia de que se ha olvidado algo, y se sabe que ese algo es importante, se genera ansiedad y miedo por qué se están perdiendo partes importantes de nuestra biografía o información importante para nuestro quehacer cotidiano.

Podríamos citar finalmente, sin comentarios y de manera general, los problemas emocionales derivados de las enfermedades físicas que genera el alcohol, y problemas emocionales debidos a las situaciones sociales a las que lleva el alcohol.

Aunque en apartados anteriores hemos distinguido los casos en que se presenta primero un problema emocional y cuando lo hace primero un problema con el alcohol, esta distinción en la realidad no es tan sencilla. De hecho, lo corriente es que se presenten juntos, sin saberse que es causa y que consecuencia.

Habida cuenta de los problemas que puede acarrear el alcohol a los individuos y al conjunto de la sociedad, la prevención es la mejor baza para evitar que éstos ocurran. Esto implica la adopción de medidas educativas, la superación de creencias y mitos socialmente arraigados, el desarrollo de formas de ocio y relación interpersonal menos mediatizadas por el alcohol y otras substancias tóxicas, y una mejor atención y más temprana a las poblaciones de riesgo.

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Fuente: Miguel Luna . Dibujo: David Martínez. Clínica de la Ansiedad. Barcelona y Madrid.

Para saber más

Buceta, J.M.; Bueno, A.M. (1996). Tratamiento psiicológico de hábitos y enfermedades. Madrid. Pirámide.

Draper, R. (1985). Me llamo Ramón y soy alcohólico. Barcelona. Plaza&James.

First,M; Frances, A.; Pincus H.A. (2002). DSM-IV: Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. Barcelona. Ed. Masson

Franken, I.; Hendriks, V.; Haffmans, P.M.; van der Meer, Chris (2001). Coping Style of Substance-Abuse Patients: Effects of Anxiety and Mood Disorders on Coping Change. Journal of Clinical Psychology. Vol 57 (3), 299-306.

Lorenzo, P.; Ladero; J.M.; Leza, J.C.; Lizasoin, I. (1998). Drogodependencias. Madrid. Editorial Médica Paramericana

Masgoret, F.; Nicolau, R.; Lasa, A. (Eds.) (1988). Drogodependències experiències d´intervenció a Catalunya. Publicacions de la Diputació de Barcelona.

McCrady, B.; Rodríguez, R.; Otero-López, J.M.(1998). Los problemas de la bebida: un sistema de tratamiento paso a paso. Madrid. Pirámide.

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Acoso psicológico y problemas emocionales

Introducción

El mobbing o acoso psicológico es un conjunto de conductas abusivas en forma de actos, palabras, escritos o gestos que vulneran la identidad, la dignidad o la integridad física y/o psicológica de una persona. Se puede dar en cualquier situación en la que se relacionen un grupo de personas (en el trabajo, en la pareja, en escuelas o universidades, en grupos de amigos…). Lo ejerce una persona o grupo de personas sobre otra persona. A pesar de su alcance, es fácil que pase desapercibido para la mayoría, excepto para las víctimas.

Fundamentalmente, las estrategias de acoso moral son (Hirigoyen, 1999):

  • descalificar y desacreditar a la víctima sutilmente, sobre todo a través de mensajes no verbales.
  • rechazar la comunicación directa: así el conflicto no puede ser solucionado y se provoca el sentimiento de culpa de las víctimas.
  • aislar a la persona.
  • hacer novatadas.
  • inducir a caer en errores.
  • acoso sexual.
  • hacer guasa con sus puntos débiles.
  • burlarse de sus ideas, convicciones o gustos.
  • ridiculizarlo en público.
  • hacer alusiones desagradables.
  • poner en tela de juicio su capacidad de juicio y decisión.

Si bien, para hablar de acoso moral propiamente, estas conductas deben darse repetidamente y de manera insistente, no de forma aislada.

Conducta del agresor

Para los acosadores este comportamiento abusador suele ser una forma habitual de comportarse. Incluso en determinados ambientes puede ser una conducta muy valorada socialmente, por ejemplo entre determinados puestos directivos. Usan la palabrería y una serie de estrategias para ir hundiendo y aislando a la víctima hasta que ésta acaba por reaccionar de modos que, a la postre, realzar el dominio del acosador.

Básicamente el agresor actúa con una forma de violencia indirecta, criticando, faltando al respeto, extendiendo rumores, haciendo jugarretas con sigilo… La mayoría de las veces lo hace sin pretender nada más que la anulación de la otra persona por los sentimientos que le provoca (envidia, deseo de dominación, rivalidad).

Algunos ejemplos específicos de la conducta del acosador en el ámbito laboral son (Ausfelder, 2002):

  • Prohibir a la persona charlar con los compañeros.
  • No se responde a sus preguntas verbales o escritas.
  • Instigar a los compañeros en contra suya.
  • Excluirla de determinados actividades sociales.
  • Los compañeros evitan trabajar con la persona.
  • Se le habla de modo hostil y grosero.
  • Se le provoca para que reaccione descontroladamente.
  • Hacer comentarios maliciosos.
  • Se rechazan sus propuestas sin ni siquiera oírlas.
  • Se le ridiculiza por su aspecto físico.
  • Se le responsabiliza de errores cometidos por otros.
  • Se le dan informaciones erróneas.
  • Es controlado exhaustivamente.
  • Su trabajo es manipulado para dañarle.
  • Se abre su correspondencia.
  • Recibe amenazas.
  • Se le ponen motes ridículos o degradantes.

La víctima

Al principio la forma de actuar del acosador le deja confundida. Sus conductas no tienen una intención clara y sus mensajes maliciosos se sirven de la comunicación no verbal. Dado que este tipo de comunicación no se capta de manera consciente, a no ser que pongamos especial atención, las intenciones del agresor no se ven venir. Dentro de esta comunicación no verbal se incluirían por ejemplo las miradas despreciativas, las retiradas de la mirada, el tono irónico en el habla, y otras muchas conductas. Entonces el problema va creciendo sin que la víctima se de cuenta. Con todo, la persona puede incluso comportarse de manera más complaciente y vulnerable. De esta actitud se sirve el acosador para machacar progresivamente a su víctima.

A medida que pasa el tiempo el acoso se hace más intenso. En la víctima, a la confusión se suma un sentimiento de culpa. Si la víctima es una persona con tendencia a culpabilizarse, la culpabilidad puede llegar a extremos perjudiciales. En todo caso, empieza a creer que todas los ataques del agresor son debidos a ella o a alguna característica de ella. Entonces empieza a dudar de su propia eficacia y valía, y se siente observada. Esto provoca que esté más atenta al como hace las cosas que al proceso en sí, con lo que se cometen equivocaciones más notables y con más frecuencia, lo que es usado por el agresor como una justificación a sus críticas. Y si, además, la víctima tiene estallidos de ira o lloro, lo que pasado un tiempo es más que frecuente, le sirven al agresor para ver cumplidas sus pretensiones e incluso hacerse con nuevos aliados. Las personas del entorno que ignoran los abusos o colaboran, más o menos intencionadamente, con el agresor mantienen y agravan la situación de abuso.

La víctima actúa de una forma pasiva, aguantando los golpes. Primero ignora, luego ya no ve salida posible. Le parece que todo se ha vuelto en su contra y que ella la única y absoluta culpable. El acosador suele utilizar tretas y aliados para aislar a la víctima con lo que se perpetúa problema. Reniega de cualquier comunicación clara con lo que el conflicto siempre sigue en pie y parece que es sólo cosa de uno, es decir, de la víctima. La persona agredida se va debilitando, su autoestima decae, se desestabiliza y sin quererlo cumple las críticas que el acosador le hace. Porque los acosadores se valen de algunos de los rasgos de las personas para criticarlos, hasta que la persona ve mermado su juicio, duda de sí misma y sin saberlo acaba cumpliendo lo que el agresor deseaba desde un principio. Acaba totalmente desamparada ante los recursos y el comportamiento del abusador.

Todo el conjunto de esta tormentosa relación entre víctima y acosador, genera una parálisis aparente en la víctima. Interiormente mantiene un estrés continuo. Este estrés no deja huellas objetivas inmediatas, los problemas llegan pasado un tiempo. De este modo se provocan una serie de trastornos psicosomáticos que afectan a diferentes órganos. Son ejemplos típicos las migrañas, las molestias digestivas, los problemas musculares, etc.

También se producen secuelas en forma de problemas emocionales. Entre ellas destacan la pérdida de autoestima y la reducción de la capacidad de disfrute de las cosas y pequeños placeres cotidianos… Se puede llegar a tener ideas de suicidio. Es normal también que se den trastornos de la ansiedad debido a los niveles de estrés mantenidos a lo largo del tiempo. Se puede llegar, en casos extremos, a crisis de pánico relacionadas con estímulos asociados al acoso, y a la evitación de dichos estímulos (el trabajo, el hogar, la clase…). También puede ocurrir que se instaure un trastorno de la ansiedad como el Trastorno por Ansiedad Generalizada, donde hay preocupaciones y rumiaciones continuas y exageradas respecto de temas de la vida cotidiana (pagos, trabajo, resultados académicos…). Otro trastorno que se podría desarrollar sería el Trastorno por Estrés Postraumático, donde hay un estado de hipervigilancia constante, continuas rememoraciones de las situaciones traumáticas de abuso, tensión y evitación de los estímulos relacionados con las dichas situaciones. Los problemas emocionales llevan asociados además una serie de síntomas que afectan a la vida cotidiana, como el insomnio, la irritabilidad y el miedo a relacionarse con otros. Los ataques de ira o de lloro son frecuentes, sobre todo cuando el acoso está en un estado avanzado.

No es extraño tampoco que se recurra a determinadas estrategias contraproducentes para tratar de solventar el dolor emocional que se sufre. En concreto se trataría de las conductas adictivas, ya sea abusando de ansiolíticos u otros medicamentos, o bien de drogas legales e ilegales como el cannabis, el alcohol, la cocaína, el tabaco, u otras. Pueden producirse también conductas que sirvan de distracción o que sustituyan las carencias afectivas que se están viviendo, por ejemplo comprar compulsivamente, jugar de manera enfermiza, etc.

La persona acaba creyendo que el problema es ella, cuando lo problemático es la relación establecida. Se puede dejar la relación o modificar alguno de sus parámetros.
El acoso moral repercute de manera destacable en las relaciones personales, ya que la persona actúa con miedo y reticencia.

¿Cómo actuar ante el acoso moral?

A continuación daremos una serie de consejos que pueden ser de utilidad para prevenir el mobbing, o en el caso de que ya exista, ponerle remedio.

Lo primero y fundamental es establecer una comunicación directa y con el menor número de trabas. No hay que conformarse con insinuaciones, sobreentendidos o comentarios a media voz. Se pedirán aclaraciones y precisiones para cualquier ambigüedad en la comunicación.

Ha de ofrecerse y exigir un trato respetuoso, tanto a nivel de expresión verbal como no verbal. Ninguna equivocación o error justifica un trato despectivo o humillante. En esta línea no se deben consentir o hacerse cómplice de bromas despreciativas, que nos pongan motes ridículos u ofensivos, y la ironía mal intencionada.

Es importante, tener claras nuestras propias habilidades y límites. Nos ayudará a no dudar global y sistemáticamente de nosotros mismos si alguien nos pone en duda o cuestiona, todo ello sin perjuicio de que podamos reconocer nuestros errores y aceptar críticas siempre que sean constructivas y no excesivas.

Desde un principio o, al menos lo antes posible, es necesario mostrar firmeza, actuar con asertividad. Es decir, expresar claramente nuestros sentimientos, sin temer las reacciones de los demás, pero sin hacerlo tampoco de manera impulsiva. Si se mantienen una tolerancia absoluta, se facilita la labor virulenta del acosador. No hay que temer el conflicto, puesto que un conflicto bien asumido puede llevar a una solución. Además, el conflicto no tiene porqué ser violento. Para ello es importante contener los arranques violentos, actuar con serenidad manifiesta y con defensas reflexionadas. Si se actúa de manera rápida e impulsiva el agresor tiene las puertas abiertas para sus conseguir sus objetivos.

Aunque es importante asumir cierta responsabilidad en el origen y en la solución del asunto, hay que abandonar a todas luces la culpabilidad enfermiza que corroe y sólo sirve para hundir más y más a la víctima (justo el propósito del acosador). No es necesario justificarse constantemente, de lo contrario el agresor se servirá de ello para hallar más errores.

No conviene aislarse. Perderíamos apoyo social y acrecentaríamos nuestra confusión e indefensión, facilitando así los objetivos pretendidos por el abusador.

Llegados a un determinado extremo, se hace necesaria la denuncia ante los órganos competentes, o ante la propia Administración de Justicia. Aunque la legislación es dispar respecto de los diferentes tipos de acoso, existe cada vez más jurisprudencia y actuaciones judiciales al respecto. Para facilitar el quehacer de la justicia en caso de realizar una denuncia será esencial recabar el máximo de pruebas objetivas posibles, ya que, a diferencia de las agresiones físicas, el acoso moral no deja huellas tan claramente visibles.

En general, hay que evitar la pasividad, y actuar cuanto antes para que el acoso no vaya a más. Cuanto más haya avanzado el acoso, más difícil se hace llegar a una solución y más graves son las consecuencias para la salud y bienestar de la víctima Los problemas derivados suelen remitir tras acabar con esta tormentosa relación. No obstante, en determinados casos, se hará necesario un tratamiento psicológico o médico personalizado (en función de aquellos aspectos que han quedado más afectados).

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Fuente: Miguel Luna. Clínica de la Ansiedad. Barcelona y Madrid.

Para saber más

Hirigoyen, M-F (1999). El acoso moral. Barcelona. Paidós.

Ausfelder, T. (2002). Mobbing: el acoso moral en el trabajo. Barcelona. Océano.

MOBBING.NU. Página web especializada en la temática del acoso moral, difundido en varios idiomas, entre ellos el castellano, con diversas informaciones, recursos y enlaces.

Herramientas de gestión de los riesgos psicosociles en el sector educativo: www.prl-sectoreducativo.es/

Video ilustrativo: Acoso escolar I (UNED-TVE2)

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Ansiedad y estrés

El término estrés  deriva del la latín  stringere, que significa provocar tensión. En física se refiere a la fuerza que se aplica a un objeto, que puede romperlo  o deformarlo . En humanidades se  utilizó como sinónimo de adversidad, aflicción. El termino estrés fue incorporado a la biología por W. Cannon en 1911 y a la psicología científica por el fisiólogo  Hans Selye en 1956,  que lo definió  como una respuesta global, total y automática del ser humano ante las exigencias externas e internas que no se pueden armónicamente controlar, las cuales amenazan su equilibrio homeostático, originando en el individuo lo que llamó un Síndrome General de Adaptación. Se habla de un estrés positivo, llamado eustress, y un estrés negativo llamado distress.

El estrés es habitual en nuestras vidas. Lo que distingue y caracteriza la vida y al ser vivo es la facultad de adaptación al cambio.  Cualquier cambio al que debamos adaptarnos representa estrés, ya se trate de acontecimientos  negativos -despido laboral, enfermedad, ruptura amorosa,  muerte de un ser querido-,  o  positivos y deseables -casarse e iniciar la convivencia, nuevas responsabilidades en el trabajo ligadas a un ascenso- .

Nuestras experiencias estresoras provienen de tres fuentes básicas: nuestro entorno -ruidos, carga de trabajo excesiva, conflictos interpersonales, falta de medios-, nuestro cuerpo -insomnio, cambios hormonales, enfermedades- y nuestros pensamientos -preocupaciones, anticipaciones negativas-. La intensidad y naturaleza de esas experiencias estresoras depende de factores individuales -reactividad personal, vulnerabilidad, características de personalidad- y contextuales -apoyos sociales y materiales, cuestiones organizacionales-.

Cuando la respuesta  frente a las demandas del medio interno o externo, son adecuadas, y  asumibles  fisiológicamente para el organismo,  se habla de buen estrés, necesario para el funcionamiento del organismo y su adaptación al medio. Si las demandas del medio son excesivas, intensas y/o prolongadas,  y superan la capacidad de resistencia y de adaptación del organismo, hablamos de mal estrés, que, si es  prolongado, genera disfunciones en nuestros órganos, favorece la aparición de las llamadas enfermedades de adaptación o psicosomáticas, y puede precipitar la aparición de otras.

Cuando el estrés se convierte en problema

El estrés es pues un mecanismo normal, adaptativo. No obstante, cuando estamos sometidos a condiciones estresantes de elevada intensidad y duración, es muy probable que se convierta en disfuncional, interfiriendo en nuestro desempeño, y transformándose, además, en un problema de salud: alteraciones psicofisiológicas -sueño, alimentación, sexualidad-; emocionales -ansiedad, depresión-; neurovegetativas -taquicardia, dolencias musculares, molestias digestivas-; del rendimiento intelectual -concentración, memoria-; debilitamiento del sistema inmunológico -mayor riesgo de infecciones-, etc.

Las razones que se aducen para explicar cómo el estrés propicia alteraciones psicosomáticas son diversas:

  • Activación o sobrecarga excesivamente intensa y/o excesivamente repetida de los órganos.
  • Larga duración de periodo de resistencia del organismo, que produciría un deterioro de la energía y los recursos fisiológicos del mismo, llevando al agotamiento de los órganos.
  • Falta de expresión somatomotora: en las sociedades modernas, los estresores -fuentes de estrés- no suelen requerir  respuestas físicas, sino más bien cognitivas -pensamiento, toma de decisiones-. De este modo los recursos fisiológicos movilizados ante ellos, particularmente los relacionados con el sistema motor, aunque activados, no se desencadenan.
  • Regulación o comunicación fallida o inadecuada entre los centros nerviosos superiores y los periféricos relacionados con los órganos.

Fuentes más comunes de estrés

Holmes y Rahe (1967) construyeron una de las primeras escalas, basándose en datos biográficos procedentes de cientos de personas, donde se cuantifica el grado de alteración y estrés asociado acontecimientos. Una acumulación de 200 o más unidades en un solo año incrementaría la incidencia de trastornos psicosomáticos.

Muerte del cónyuge100
Divorcio73
Separación65
Privación de la libertad63
Muerte de un familiar próximo63
Enfermedad o incapacidad, graves53
Matrimonio50
Perder el empleo47
Reconciliación de la pareja45
Jubilación45
Enfermedad de un pariente cercano44
Embarazo40
Problemas sexuales39
Llegada de un nuevo miembro a la familia39
Cambios importantes en el trabajo39
Cambios importantes a nivel económico38
Muerte de un amigo íntimo37
Cambiar de empleo36
Discusiones con la pareja (cambio significativo)35
Pedir una hipoteca de alto valor31
Hacer efectivo un préstamo30
Cambio de responsabilidades en el trabajo29
Un hijo/a abandona el hogar (matrimonio, universidad)29
Problemas con la ley29
Logros personales excepcionales28
La pareja comienza o deja de trabajar          26
Se inicia o se termina el ciclo de escolarización26
Cambios importantes en las condiciones de vida      25
Cambio en los hábitos personales24
Problemas con el jefe23
Cambio en el horario o condiciones de trabajo        20
Cambio de residencia20
Cambio a una escuela nueva20
Cambio en la forma o frecuencia de las diversiones19
Cambio en la frecuencia de las actividades religiosas19
Cambio en las actividades sociales18
Pedir una hipoteca o préstamo menor17
Cambios en los hábitos del sueño16
Cambios en el número de reuniones familiares15
Cambio en los hábitos alimentarios15
Vacaciones15
Navidades12
Infracciones menores de la ley11

Cómo funciona el estrés

El estrés es, pues,  la acomodación de una persona a situaciones nuevas y la respuesta inespecífica y estereotipada ante los estímulos que trastornan su equilibrio.

Selye explica que son tres las fases por las que pasa el organismo cuando se enfrenta a una situación de estrés:

  1. Fase de reacción de alarma. Se liberan adrenalina y noradrenalina que  propician una reacción rápida e intensa del organismo: aumentan los latidos del corazón y el ritmo respiratorio, se elevan el nivel de azúcar en la sangre, se incrementan la transpiración, dilatan las pupilas, se altera el tono muscular y se hace más lenta la digestión. Se incrementa también la liberación de catecolaminas y cortisol. A esto sigue una sub-fase  en la que se movilizan sistemas defensivos. En esta sub-fase se produce una respuesta de activación nerviosa que se expresa y desarrolla fisiológicamente de  modo afín a la ansiedad.
  2. Fase  de resistencia, en el transcurso de la cual el organismo hace intervenir todos sus mecanismos adaptación y repara daños o desequilibrios causados por la reacción de alarma. En esta fase la respuesta es más lenta y sostenida. Se intensifica la liberación de cortisol. Si la situación estresante persiste, el cuerpo permanece alerta y no puede resaurarse, se pasa a la siguiente fase.
  3. Fase de agotamiento, que acaba con las reservas adaptativas del organismo y altera su homeostasis pudiendo originar, en función también de la vulnerabilidad de cada persona, diferentes alteraciones y dolencias. Estos trastornos generalmente afectan el sistema nervioso autónomo, al sistema neuroendocrino y al sistema inmunológico. La hipertensión, pérdida de memoria, fatiga, algunas jaquecas, tensión, irritabilidad, alteraciones en el sistema inmune, algunas enfermedades de la piel, depresión, ansiedad, son ejemplos de alteraciones que pueden estar relacionadas con el estrés.

 Ansiedad y estrés

Muchas veces ansiedad y estrés se usan como sinónimos. En ambos casos  se produce una reacción caracterizada por alta activación fisiológica. El estrés es un proceso más amplio de adaptación al medio. La ansiedad es una reacción emocional de alerta ante una amenaza. Digamos que dentro de los proceso de cambio que implica el estrés, la ansiedad es la reacción emocional más frecuente. La ansiedad elevada genera estrés. A su vez, el estrés una de las fuente más comunes de ansiedad.

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Fuente: Clínica de la Ansiedad. Psicólogos  en Barcelona y Madrid.

Para saber más:

Video ilustrativo: Estrés crónico: consecuencias sobre la salud

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Ansiedad ante los exámenes

Caso

“…Me levanto por la mañana y lo primero que viene a la cabeza es el examen de la semana que viene. Me empiezo a poner nerviosa y se me hace un nudo en el estómago…. Seguro que no lo he preparado lo suficiente y suspenderé…a lo peor me quedo en blanco, me bloqueo… Tengo que ponerme a estudiar, pero se me hace una montaña… Me sudan las manos y me cuesta concentrarme…. Es lo mismo que me pasa a la hora de hacer el examen, ¡pero justo antes, es aún peor!…. Así seguro que lo haré mal. Lo mejor sería no presentarme y por lo menos así no sufriré tanto ni decepcionaré a nadie…”.

Definición

Podemos definir la ansiedad ante los exámenes como un miedo intenso y persistente que se experimenta frente a, o ante la anticipación de, situaciones de evaluación dentro del ámbito educativo. Esta evaluación académica puede referirse a exámenes escritos, orales, trabajos o informes, responder preguntas en clase, etc.

En un sentido más amplio la ansiedad ante los exámenes forma parte de la ansiedad de evaluación, que puede aparecer en contextos no académicos como intervenciones en público, entrevistas de trabajo, oposiciones, etc. En definitiva, ante cualquier situación donde las capacidades de la persona son evaluadas.

Un aspecto importante a tener en cuenta es que esta ansiedad debe ser reconocida por la propia persona como excesiva o irracional, generar reacciones intensas que interfieren en la vida de la persona de manera significativa, y no aparecer como consecuencia de no haberse preparado o no haber estudiado suficiente.

Las personas con ansiedad ante los exámenes experimentan diversas manifestaciones emocionales, fisiológicas y psicológicas. Sentirán por tanto emociones como miedo, tensión, inseguridad, inquietud y pánico. Podrán experimentar síntomas físicos como taquicardia, palpitaciones, mareo, dolor de cabeza, tensión muscular, sudoración, dificultad para respirar, molestias digestivas, etc. A nivel mental podrán notar dificultad para concentrarse y pensar, confusión, dificultad para controlar las preocupaciones, pensamientos negativos relativos al rendimiento deficiente, a no alcanzar sus expectativas o las de los demás, a consecuencias negativas de un posible bajo rendimiento, miedo a no ser capaz y ser menos que los demás, etc. Asimismo, todos estos pensamientos y sensaciones dificultan la concentración en la tarea.

Por otro lado, cabe reseñar que se pueden distinguir dos perfiles distintos de personas con ansiedad ante los exámenes. Aquellos que presentan déficits en sus habilidades de estudio, y los que no.

¿A quién afecta?

Los estudios estiman que entre un 15 y un 25% de los estudiantes españoles sufren ansiedad ante los exámenes.

Es frecuente que personas con fobia social o trastorno de ansiedad generalizada sufran también problemas de ansiedad de evaluación y ansiedad ante los exámenes.

¿Cómo se origina?

Existen diversos factores que pueden facilitar la aparición de este problema. Entre ellos podemos destacar:

  • Expectativas demasiado elevadas de los padres.
  • Escaso reforzamiento de los logros.
  • Comparación con el rendimiento de los compañeros.
  • Reacciones negativas ante experiencias de bajo rendimiento (reproches, castigos, burlas…).

¿Cómo se mantiene el problema?

Cuando la persona ya ha desarrollado la ansiedad ante los exámenes, la proximidad de una prueba académica suscita la anticipación del posible fracaso, las consecuencias del mismo (respecto a uno mismo o respecto a los padres, compañeros y profesores por ejemplo), y de esta forma se disparan las preocupaciones y los síntomas que las acompañan (miedos, activación fisiológica…). De esta manera la persona se fija especialmente en la dificultad de la materia, en la falta de confianza, en los fracasos anteriores, etc. Esto puede llevar a que la persona intente estudiar más horas y repasar más la materia, aunque la interferencia de sus preocupaciones y su ansiedad podrán dificultar su estudio, y por tanto su efectividad. Si la persona pertenece al grupo con carencias en habilidades de estudio, la interferencia de la ansiedad todavía será mayor. El miedo anticipatorio y el malestar que conllevan pueden provocar que la persona incluso decida no presentarse al examen, cosa que a la larga mantiene aún más el problema.

Una vez en el examen, la atención dirigida a los pensamientos negativos sobre el fracaso, la falta de capacidad para hacerlo bien… y las sensaciones físicas desagradables, merman la capacidad atencional dirigida a la tarea, a la comprensión de la prueba, a poder razonar y recordar, y por tanto puede influir en el rendimiento. Evidentemente, no todas las personas con ansiedad ante los exámenes tienen un bajo rendimiento, ya que de manera natural empleamos estrategias que compensan estas dificultades y nuestro rendimiento puede ser adecuado, sin embargo, la experiencia sufrida será bastante desagradable y, al acabar el examen, lo más probable es que se sientan agotados.

Si finalmente la nota es menor de la esperada, el círculo vicioso se cierra, ya que tomaremos como prueba de nuestro fracaso este rendimiento insuficiente.

¿Cómo se trata?

Para superar la ansiedad ante los exámenes se trabajan en terapia toda una serie de estrategias y técnicas dirigidas a superar las dificultades que conforman el problema.

Las estrategias que se han mostrado más efectivas son la reestructuración cognitiva, la administración de preocupaciones, la regulación de anticipaciones, los procedimientos de desensibilización frente al miedo, las técnicas para el control de la activación fisiológica,  el entrenamiento en habilidades de estudio y formas adecuadas de enfrentarse a un examen.

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Fuente: José Salvador. Clínica de la Ansiedad. Psicólogos en Barcelona y Madrid.

Para saber más

– Fernández, C. (1994). Aprender a estudiar: Cómo resolver las dificultades en el estudio. Madrid: Pirámide.

– Hernández, J.M., Pozo, C. y Polo, A. (1994). Ansiedad ante exámenes. Valencia: Promolibro.

– Miralles,F y Sanz, M.C. (2011). Cómo enfrentarse con éxito a exámenes y oposiciones. Guía Práctica para superar la ansiedad y aumentar la motivación. Madrid: Pirámide.

Video Ilustrativo: Miedo al examen (UNED)