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Una introducción

Afrontamiento de la Ansiedad

La actividad de una persona frente a un problema se centra fundamentalmente en resolverlo. Generalmente, es la propia cultura la que provee de los datos, creencias e informaciones sobre las que la persona elabora, más o menos intuitivamente, una estrategia para actuar sobre la propia enfermedad.

Cuando una persona se siente aquejada de una dolencia no se limita, pasivamente, a sufrir sus efectos, sino que procura incidir sobre su curso para regularlo. Se sirve para ello de los conocimientos que tiene sobre la enfermedad, de lo que el sentido común le dice que puede ser más adecuado o inadecuado, de observaciones realizadas sobre sí mismo, de análisis sobre cómo los síntomas y las alteraciones evolucionan en un unas u otras circunstancias, de lo que ve en otros, lo que le dicen, lo que le ha pasado antes, etc.

Antes incluso de consultar con un especialista la persona ha desarrollado sus propias presunciones sobre lo que le acontece, calculado posibles consecuencias en diferentes órdenes, y muy posiblemente, ha tomado iniciativas tendentes a recuperar la normalidad. Esos actos, u omisiones según el caso, esa determinada caracterización de la enfermedad, no son simples accidentes. En tanto en cuanto influyen en el curso de la misma, en la propia concepción de la persona como sujeto enfermo, son parte integrante del proceso de sanar o enfermar. No son, por tanto, aspectos que hayan de quedar fuera de la terapéutica, fuera del estudio y la consideración de los propios especialistas, más atentos por lo común a aplicar sus soluciones partiendo del conocimiento objetivo que tienen de la enfermedad, y su curso.

Por afrontamiento, siguiendo a Lazarus (1984), entendemos aquellos esfuerzos cognitivos y conductuales constantemente cambiantes que se desarrollan para manejar las demandas específicas externas y/o internas que son evaluadas como excedentes o desbordantes de los recursos del individuo.

Las funciones del afrontamiento suelen definirse en relación a aquello que se pretende controlar. Mechanic (1974) habla de tres funciones: afrontar las demandas sociales y el entorno, crear el grado de motivación necesario para tales demandas y mantener el equilibrio psicológico para poder dirigir la energía y los recursos a las demandas externas. Pearlin y Schooler (1978) hablan de función de control situacional y cambio de circunstancias externas, función de control de significados (antes de que el estrés se produzca) y función del control del estrés en sí mismo (cuando éste ya ha aparecido).

Algunos autores -Lazarus y Folkman (1980), George (1974), Kahm y colaboradores (1964)- han distinguido entre un afrontamiento dirigido a manipular o alterar el problema y un afrontamiento dirigido a regular la respuesta emocional a que da el problema lugar (o que da lugar al problema). Aunque a primera vista la distinción parece clara, en la práctica resulta difícil de sostener: primero porque no es adecuado, y quizá ni siquiera posible, definir lo emocional fuera del problema o al revés. Segundo porque cabrían preguntas, por otro lado capciosas, de difícil respuesta como por ejemplo: ¿Centra el sujeto el afrontamiento en el control de la emoción para así abordar mejor el problema, o trata de resolver el problema para no experimentar la emoción? Y entonces ¿a qué dirige el afrontamiento en verdad?. Tercero, en algunos casos la llamada función de afrontamiento del problema y la llamada función de afrontamiento de la emoción pueden coincidir e identificarse: por ejemplo, cuando la amenaza consiste en la valoración negativa que el medio social podría hacer de las manifestaciones emocionales del individuo (en términos de falta de seguridad, personalidad o autocontrol).

A veces se ha distinguido también entre afrontamiento cognitivo y afrontamiento conductual. Basta un solo ejemplo ofrecido por Fernández Castro (1990) para poner de manifiesto la inconsistencia de esta nueva dicotomía:

“En un artículo de Folkman y Lazarus (1988) sobre la relación entre emoción y afrontamiento, se habla, entre otras, de una estrategia de afrontar el estrés que ellos denominan “deployment of attention” y que califican, lógicamente, de actividad cognoscitiva, pero cuando ponen ejemplos aparece lo siguiente: practicar la relajación, hacer “jogging”, dedicarse a “hobbies”, tomarse unas vacaciones, comer, fumar o dormir. ¿Son estas actividades cognoscitivas? ¿No se debería distinguir entre la morfología de la actividad y su función? En muchos artículos empíricos se confunde la morfología concreta de una actividad con la función psicológica que se supone que cumple”.

En rigor, el afrontamiento, en última instancia, se dirige a la satisfacción -o reformulación satisfactoria- de los planes de acción del individuo, en el marco de su sistema de valores y creencias -también reformulables- que les da sentido y dirección, y a la preservación y disfrute de lo que se ha conseguido o le ha venido dado -Status Quo- y es deseable.

Los resultados del afrontamiento son las consecuencias adaptativas del mismo, que aparecen en el ámbito del trabajo y de la vida social, en el de la satisfacción moral o vital y el de la salud del organismo, pudiendo cruzarse de diferentes formas entre si y en diferentes plazos.

Para saber más

FERNANDEZ CASTRO, J. (1990). Un análisis del afrontamiento del estrés; en Carpintero y Carretero M: (Eds.) Psicología técnica: investigación en procesos básicos. Madrid, 1990.

GEORGE, A. L. (1974). Adaptation to stress in political decision making: The individual, small group, and organizational context. En G. V. Coelho, D. A. Hamburg y J. E. Adams (Eds.). Coping and adaptation. Nueva York: Basic Books.

KAHN, R. L., WOLFE, D. M., QUINN, R. P., SNOEK, J. D. Y ROSENTHAL, R. A. (1964). Organizational stress: Studies in role conflict and ambiguity. Nueva York: Wiley

LAZARUS, R. S. (1984). On the primacy of cognition. American Psychologist, 39, 124-129.

LAZARUS, R. S. Y FOLKMAN, S. (1984). Stress, Appraisal and Coping. Nueva York: Springer Publishing Company, Inc. Ed. Española: (1986). Estrés y procesos cognitivos. Barcelona: Martínez Roca, S. A.

PEARLIN, L. I. Y SCHOOLER, C. (1978). The structure of coping. Journal of Health and Social Behavior, 19, 2-21.

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Fuente: Baeza Villarroel, J.C (1994). ISBN: 84-490-0131-5. Ilustración: Francisco García. Clínica de la Ansiedad.

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Una introducción

Afrontamiento contraproducente de la ansiedad: cuando la solución es el problema o parte de él

Las estrategias de afrontamiento no siempre son eficaces, sin embargo, hay gran interés por conocer las estrategias adaptativas. La pregunta de investigadores y técnicos suele ser: ¿Qué hacen unas personas en una situación que les permite superar o tolerar el estrés, mientras que otras, en la misma situación, se ven desbordadas? La atención se centra pues en la identificación de lo que hacen los que salen airosos, para que pueda transmitirse a otros que se encuentran en apuros en parecidas circunstancias y puedan también hacerlo.

El estudio de los esfuerzos ineficaces ha despertado poco interés, si no es como algo a superar por la simple implantación de los procedimientos probadamente útiles, que automáticamente, se considera, se convierten en alternativos por su funcionalidad.

Como parte de los inútiles se han descuidado los contraproducentes. Pocas veces se ha formulado la pregunta: ¿Qué hacen algunas personas, frente a una situación, que como consecuencia experimentan ansiedad o estrés y, qué no hacen otras personas y en consecuencia no lo experimentan?. Dada una situación que normalmente genera estrés, pretendiendo las personas controlar los aspectos emocionales del mismo, ¿qué hacen unos que lo mantiene y perpetua, y qué no hacen los que lo superan?

Evidentemente las últimas preguntas y su enfoque no se proponen como alternativas o mejores que la primera, sino como complementarias. Lo deseable es conocer tanto lo que las personas hacen de útil para superar la ansiedad como lo que hacen de contraproducente, manteniéndola. Habida cuenta de que ambas cosas pueden ir juntas, las segundas causan un perjuicio añadido: mermar la posible eficacia de las primeras.

Por contraproducente entendemos el afrontamiento espontaneo que, dirigido a la búsqueda de unos determinados objetivos, con unos determinados medios y procedimiento, no sólo no los alcanza, sino que sus efectos son opuestos a la intención de quien los ejecuta. De esta manera, no contribuyen a la pretendida solución o mejora del problema sino que lo complican y sostienen.

Al hablar de Afrontamiento Contraproducente en Trastornos por Ansiedad nos referirnos a estrategias relativamente comunes realizadas repetidamente por el paciente para controlar las consecuencias indeseables del trastorno

Conviene, pues, advertir sobre la importancia de que dichas conductas sean objeto de atención concreta en los programas terapéuticos. Nos referimos en particular a aquellas estrategias dirigidas a aliviar los síntomas o las consecuencias personales o sociales que el paciente asocia con ellos. No obstante, esta perspectiva puede adoptarse, también, a los problemas origen de la ansiedad, susceptibles también de un afrontamiento contraproducente. Algunos autores como Watzlawick, Weakland y Fisch (1974) se han referido magistralmente a estos asuntos y a ellos remitimos. De ellos es este comentario esclarecedor:

“¿Cómo se crean los problemas y cómo son mantenidos mediante tentativas erróneas por resolver una dificultad?. Una cuidadosa exploración de estas tentativas no solo muestra qué clase de cambio no ha de ser intentado sino que revela también qué es lo que mantiene la situación que ha de ser cambiada y dónde, por tanto, ha de ser aplicado el cambio”.

Nuestra pretensión es aplicar esta óptica a las estrategias de autorregulación de la ansiedad. Más allá de lo que originariamente causa el problema, más allá de por qué se manifiesta bajo el espectro de la ansiedad, nos interesa saber qué hace el sujeto para regularla que pudiera estar perpetuándola, pervirtiendo sus propias intenciones y dando lugar a un proceso circular y paradójico de retroalimentación donde la solución aplicada es el problema o parte de él, donde la operación sobre el efecto entra a formar parte de la causa. Nuestro estudio se centra sobre la solución intentada.

No faltan, no obstante, autores que de una u otra forma se han ocupado del estudio y corrección de las estrategias desadaptativas como recurso terapéutico. Algunas corrientes psicoanalíticas, en particular las centradas en la psicología del yo (Haan 1977 ), orientan parte de su esfuerzo terapéutico al estudio de los mecanismos de defensa desadaptativos como forma de superación del problema que de otro modo tiende a repetirse reiteradamente.

Watzlawick y otros (1974, 1981) desde una perspectiva sistémico-constructivista, en su análisis sobre la producción del cambio se refiere ampliamente a aquellos casos en que la solución es el problema, es decir, a cómo pueda generarse un problema como mero resultado de un intento equivocado de cambiar una dificultad existente.

Marks (1981, 1987) desde una perspectiva conductual, ha señalado la importancia de la evitación como perpetuador de la ansiedad, en miedos y obsesiones, y ha basado en las técnicas de exposición y prevención de la respuesta evitativa su abordaje terapéutico. Algunas estrategias como la evitación (Marks, 1987) y la negación (Breznitz, 1983) se caracterizan por ser efectivas en unos casos y circunstancias, mientras que en otros, si bien producen alivio emocional en la situación amenazante, mantienen una vulnerabilidad continuada en las ocasiones siguientes para la persona que las utiliza.

Clark (1989) ha sugerido un tratamiento cognitivo comportamental de las crisis de angustia donde se pone especial interés en el control de la auto-observación del paciente sobre las sensaciones corporales (y las interpretaciones catastróficas asociadas a ellos) y en el control de la hiperventilación, considerando que ambas formas de afrontamiento de la ansiedad contribuyen a su sostenimiento y prolongación en el tiempo.

El afrontamiento, como esfuerzo activo dirigido, descansa sobre la intención de controlar la situación, ya sea modificándola, cambiando su significación o regulando las propias conductas y emociones.

En esta línea, Baeza (1994) ha realizado una primera aproximación, todavía insuficiente y heterogénea, tratando de identificar, definir y clasificar algunas estrategias contraproducentes relativamente comunes en el afrontamiento espontáneo (no inducido) emitido por los pacientes aquejados de trastornos por ansiedad.

Interesa, en la medida de lo posible, desarrollar técnicas eficaces y, en particular, mejorar la aplicación de las ya existentes, para optimizar los tratamientos y reducir su duración. A este respecto hay que señalar que no siempre se hace el suficiente hincapié en las condiciones de aplicación más idóneas para cada técnica, en detrimento de su eficacia. En este sentido, una realidad que suele pasarse por alto es que los pacientes cuando consultan lo hacen después de haber fracasado por sus propios medios, que no necesariamente han abandonado, y al empezar el tratamiento, siguen haciendo, sobre todo los más cronificados, “cosas”, que, a veces, los clínicos ignoran o minusvaloran, alguna de las cuales, por contraproducente, puede neutralizar la capacidad terapéutica de técnicas de probada eficacia y alargar el tiempo de las intervenciones.

Bastante difíciles pueden ser ya las circunstancias personales del consultante, y limitados los recursos terapéuticos, como para que los clínicos puedan darse el lujo de permitir, por desconsideración, la interferencia entre acciones espontáneas generadas por el propio paciente y las promovidas por el especialista.

Algunos fallos en los tratamientos pueden tener su origen en fenómenos de esta naturaleza. Pero el profesional no ha de esperar a que estos fallos, o problemas en el seguimiento de prescripciones, alerten sobre ello. Para entonces ya se ha perdido tiempo, esfuerzo, dinero, y expectativas terapéuticas. El especialista no debe presuponer que la simple aplicación y seguimiento de su programa terapéutico paralizará automáticamente cualquier otra iniciativa en curso.

Pero la utilidad de identificar y desactivar tempranamente el afrontamiento espontáneo contraproducente no se limita a posibilitar una mayor efectividad de las técnicas terapéuticas en uso, sino que dicha operación en sí misma supone normalmente un alivio sintomatológico apreciable. En la medida en que los procedimientos contraproducentes contribuyen a agravar el cuadro, o mantenerlo en ausencia de los desencadenantes originales, e incrementar la incapacitación de quien los sufre (y en cierto modo los provoca), su identificación e interrupción conlleva una mejora del síndrome y sus consecuencias

Por último, quisiéramos señalar que la presencia de acciones y pensamientos tendentes a autorregular las manifestaciones de un trastorno, común frente a cualquier alteración, es aún más frecuente ante la ansiedad, que por su naturaleza activadora, propicia la acción y la preocupación, frente al problema general y frente a sí misma como problema.

El afrontamiento espontáneo contraproducente no es, por tanto, algo que sólo se encuentre en casos aislados. Se trata de fenómenos básicos y generales, por lo que de su estudio y abordaje, en el amplio contexto de la psicoterapia, pueden beneficiarse muchos clínicos profesionalmente y muchos pacientes asistencialmente.

Referencias bibiográficas

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