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Preguntas más frecuentes

¿Qué especialistas tratan los trastornos de ansiedad?

Los profesionales especializados en el tratamiento de los trastornos de ansiedad son los psicólogos clínicos y los psiquiatras. Habitualmente trabajan en equipo o mantienen algún tipo de relación profesional.

El tratamiento psicológico se considera básico y esencial en este tipo de problemas.

Dependiendo del caso y del trastorno, a veces es útil seguir una combinación de terapias farmacológicas (dirigidas por el psiquiatra) y psicológicas (dirigidas por el psicólogo). Las primeras ofrecen resultados más rápidos en el control de los síntomas y requieren una menor implicación del paciente en la resolución del problema, sin embargo, la estabilidad de la mejora una vez suprimidos los tratamientos es menor. Los tratamientos psicológicos, también se ocupan del control de los síntomas, pero van más allá y ayudan al paciente a desarrollar estrategias para una gestión más satisfactoria de la ansiedad, de los factores que la originan y mantienen, y de su prevención.

Es conveniente buscar profesionales especializados y con experiencia en el tratamiento de los trastornos de ansiedad, que tengan la posibilidad de trabajar en equipo y de manera integrada.

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Ansiedad y otros

Ansiedad y estrés

El término estrés  deriva del la latín  stringere, que significa provocar tensión. En física se refiere a la fuerza que se aplica a un objeto, que puede romperlo  o deformarlo . En humanidades se  utilizó como sinónimo de adversidad, aflicción. El termino estrés fue incorporado a la biología por W. Cannon en 1911 y a la psicología científica por el fisiólogo  Hans Selye en 1956,  que lo definió  como una respuesta global, total y automática del ser humano ante las exigencias externas e internas que no se pueden armónicamente controlar, las cuales amenazan su equilibrio homeostático, originando en el individuo lo que llamó un Síndrome General de Adaptación. Se habla de un estrés positivo, llamado eustress, y un estrés negativo llamado distress.

El estrés es habitual en nuestras vidas. Lo que distingue y caracteriza la vida y al ser vivo es la facultad de adaptación al cambio.  Cualquier cambio al que debamos adaptarnos representa estrés, ya se trate de acontecimientos  negativos -despido laboral, enfermedad, ruptura amorosa,  muerte de un ser querido-,  o  positivos y deseables -casarse e iniciar la convivencia, nuevas responsabilidades en el trabajo ligadas a un ascenso- .

Nuestras experiencias estresoras provienen de tres fuentes básicas: nuestro entorno -ruidos, carga de trabajo excesiva, conflictos interpersonales, falta de medios-, nuestro cuerpo -insomnio, cambios hormonales, enfermedades- y nuestros pensamientos -preocupaciones, anticipaciones negativas-. La intensidad y naturaleza de esas experiencias estresoras depende de factores individuales -reactividad personal, vulnerabilidad, características de personalidad- y contextuales -apoyos sociales y materiales, cuestiones organizacionales-.

Cuando la respuesta  frente a las demandas del medio interno o externo, son adecuadas, y  asumibles  fisiológicamente para el organismo,  se habla de buen estrés, necesario para el funcionamiento del organismo y su adaptación al medio. Si las demandas del medio son excesivas, intensas y/o prolongadas,  y superan la capacidad de resistencia y de adaptación del organismo, hablamos de mal estrés, que, si es  prolongado, genera disfunciones en nuestros órganos, favorece la aparición de las llamadas enfermedades de adaptación o psicosomáticas, y puede precipitar la aparición de otras.

Cuando el estrés se convierte en problema

El estrés es pues un mecanismo normal, adaptativo. No obstante, cuando estamos sometidos a condiciones estresantes de elevada intensidad y duración, es muy probable que se convierta en disfuncional, interfiriendo en nuestro desempeño, y transformándose, además, en un problema de salud: alteraciones psicofisiológicas -sueño, alimentación, sexualidad-; emocionales -ansiedad, depresión-; neurovegetativas -taquicardia, dolencias musculares, molestias digestivas-; del rendimiento intelectual -concentración, memoria-; debilitamiento del sistema inmunológico -mayor riesgo de infecciones-, etc.

Las razones que se aducen para explicar cómo el estrés propicia alteraciones psicosomáticas son diversas:

  • Activación o sobrecarga excesivamente intensa y/o excesivamente repetida de los órganos.
  • Larga duración de periodo de resistencia del organismo, que produciría un deterioro de la energía y los recursos fisiológicos del mismo, llevando al agotamiento de los órganos.
  • Falta de expresión somatomotora: en las sociedades modernas, los estresores -fuentes de estrés- no suelen requerir  respuestas físicas, sino más bien cognitivas -pensamiento, toma de decisiones-. De este modo los recursos fisiológicos movilizados ante ellos, particularmente los relacionados con el sistema motor, aunque activados, no se desencadenan.
  • Regulación o comunicación fallida o inadecuada entre los centros nerviosos superiores y los periféricos relacionados con los órganos.

Fuentes más comunes de estrés

Holmes y Rahe (1967) construyeron una de las primeras escalas, basándose en datos biográficos procedentes de cientos de personas, donde se cuantifica el grado de alteración y estrés asociado acontecimientos. Una acumulación de 200 o más unidades en un solo año incrementaría la incidencia de trastornos psicosomáticos.

Muerte del cónyuge100
Divorcio73
Separación65
Privación de la libertad63
Muerte de un familiar próximo63
Enfermedad o incapacidad, graves53
Matrimonio50
Perder el empleo47
Reconciliación de la pareja45
Jubilación45
Enfermedad de un pariente cercano44
Embarazo40
Problemas sexuales39
Llegada de un nuevo miembro a la familia39
Cambios importantes en el trabajo39
Cambios importantes a nivel económico38
Muerte de un amigo íntimo37
Cambiar de empleo36
Discusiones con la pareja (cambio significativo)35
Pedir una hipoteca de alto valor31
Hacer efectivo un préstamo30
Cambio de responsabilidades en el trabajo29
Un hijo/a abandona el hogar (matrimonio, universidad)29
Problemas con la ley29
Logros personales excepcionales28
La pareja comienza o deja de trabajar          26
Se inicia o se termina el ciclo de escolarización26
Cambios importantes en las condiciones de vida      25
Cambio en los hábitos personales24
Problemas con el jefe23
Cambio en el horario o condiciones de trabajo        20
Cambio de residencia20
Cambio a una escuela nueva20
Cambio en la forma o frecuencia de las diversiones19
Cambio en la frecuencia de las actividades religiosas19
Cambio en las actividades sociales18
Pedir una hipoteca o préstamo menor17
Cambios en los hábitos del sueño16
Cambios en el número de reuniones familiares15
Cambio en los hábitos alimentarios15
Vacaciones15
Navidades12
Infracciones menores de la ley11

Cómo funciona el estrés

El estrés es, pues,  la acomodación de una persona a situaciones nuevas y la respuesta inespecífica y estereotipada ante los estímulos que trastornan su equilibrio.

Selye explica que son tres las fases por las que pasa el organismo cuando se enfrenta a una situación de estrés:

  1. Fase de reacción de alarma. Se liberan adrenalina y noradrenalina que  propician una reacción rápida e intensa del organismo: aumentan los latidos del corazón y el ritmo respiratorio, se elevan el nivel de azúcar en la sangre, se incrementan la transpiración, dilatan las pupilas, se altera el tono muscular y se hace más lenta la digestión. Se incrementa también la liberación de catecolaminas y cortisol. A esto sigue una sub-fase  en la que se movilizan sistemas defensivos. En esta sub-fase se produce una respuesta de activación nerviosa que se expresa y desarrolla fisiológicamente de  modo afín a la ansiedad.
  2. Fase  de resistencia, en el transcurso de la cual el organismo hace intervenir todos sus mecanismos adaptación y repara daños o desequilibrios causados por la reacción de alarma. En esta fase la respuesta es más lenta y sostenida. Se intensifica la liberación de cortisol. Si la situación estresante persiste, el cuerpo permanece alerta y no puede resaurarse, se pasa a la siguiente fase.
  3. Fase de agotamiento, que acaba con las reservas adaptativas del organismo y altera su homeostasis pudiendo originar, en función también de la vulnerabilidad de cada persona, diferentes alteraciones y dolencias. Estos trastornos generalmente afectan el sistema nervioso autónomo, al sistema neuroendocrino y al sistema inmunológico. La hipertensión, pérdida de memoria, fatiga, algunas jaquecas, tensión, irritabilidad, alteraciones en el sistema inmune, algunas enfermedades de la piel, depresión, ansiedad, son ejemplos de alteraciones que pueden estar relacionadas con el estrés.

 Ansiedad y estrés

Muchas veces ansiedad y estrés se usan como sinónimos. En ambos casos  se produce una reacción caracterizada por alta activación fisiológica. El estrés es un proceso más amplio de adaptación al medio. La ansiedad es una reacción emocional de alerta ante una amenaza. Digamos que dentro de los proceso de cambio que implica el estrés, la ansiedad es la reacción emocional más frecuente. La ansiedad elevada genera estrés. A su vez, el estrés una de las fuente más comunes de ansiedad.

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Fuente: Clínica de la Ansiedad. Psicólogos  en Barcelona y Madrid.

Para saber más:

Video ilustrativo: Estrés crónico: consecuencias sobre la salud

Otros videos relacionados:

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Fobia Social

Sudoración y sonrojo excesivos

Tanto la sudoración como el sonrojo son dos reacciones fisiológicas controladas por la rama simpática de nuestro sistema nervioso autónomo, es decir, aquél que funciona sin la necesidad de que lo dirijamos. La sudoración sirve para refrigerar el cuerpo en caso de que éste eleve su temperatura por encima de lo normal. En cambio el sonrojo es una señal a nivel facial de que este calentamiento se está produciendo. Tanto la sudoración como el sonrojo son completamente normales, y se desencadenan en situaciones que activan nuestro sistema de alerta o ante aumentos ambientales de la temperatura. No obstante, hay ocasiones, en que estas manifestaciones son más acusadas o la reacción ante ellas es excesiva. Estos casos pueden representar un serio problema para quien los padece. De ello nos vamos a ocupar a continuación.

En primer lugar nos vamos a referir a la sudoración excesiva primaria (hiperhidrosis primaria). Es un problema fundamentalmente físico, relacionado con la hiperactividad patológica de las fibras simpáticas y un aumento de la respuesta de sudoración. Se trata de una forma de sudar excesiva (p. ej. los niños que la padecen mojan las hojas de sus cuadernos, en adultos cuesta usar chanclas porque se resbalan los pies, la conducción se ve dificultada, a las mujeres no les es posible usar maquillaje). Como es un signo claramente visible y que en nuestra sociedad tiene ciertas connotaciones negativas, puede llevar a la persona a limitar sus relaciones sociales y el tipo de trabajos que realiza. Si es suficientemente intensa puede llegar a provocar un trastorno de ansiedad conocido como fobia social.

Para la hiperhidrosis primaria existen tratamientos paliativos que sólo logran resultados a corto plazo. Serían:

  • Antiperspirantes
  • Medicamentos anticolinérgicos, psicotrópicos o betabloqueantes: disminuyen la sudoración, pero su ingesta durante largo tiempo está contraindicada.
  • Cremas bacterianas tópicas
  • Iontoforesis: aplicación de corriente galvánica en la región de la piel sudada. Puede provocar lesiones dérmicas, vesículas, eritemas y alteración de la sensibilidad.
  • Tratamientos psicológico: puede ayudar temporalmente o disminuir el sufrimiento psicológico cuando se ha desarrollado una fobia social o alguno de sus síntomas. Pero no elimina el problema principal.
  • Inyecciones de toxina botulínica: el tratamiento debe repetirse continuamente, dando problemas como cansancio, irritación alérgica y hematoma.

El tratamiento definitivo para la hiperhidrosis primaria es una operación quirúrgica llamada simpatectomía torácica endoscópica (E.T.S.). Consiste en colocar un clip en el nervio simpático o en cortarlo. De esta manera desaparece la sudoración y se curan totalmente todas las hiperhidrosis primarias, excepto la hiperhidrosis plantar para la que sólo hay una mejora. No obstante, esta operación puede tener (no siempre) una serie de efectos secundarios que es importante señalar:

  • Sudoración compensatoria: grandes cantidades de sudor en espalda, abdomen, pies o cualquier otra zona corporal, acompañado por una sensación de estar hirviendo. Aparece en un 50 % de los casos.
  • Peligro al hacer deportes o ejercicio excesivo: al no poder refrigerarse (sudando) el cuerpo corre el peligro de sobrecalentarse y producirse colapso cardíaco o desvanecimientos.
  • Sudoración gustativa
  • Hipotermias: ocurre cuando se dan contrastes de temperatura.
  • Pinchazos dolorosos en el corazón, en el cuello y en los costados.
  • Cansancio después de realizar actividades: tras la operación algunos pacientes notan un aumento de las horas de sueño debido a que éste se requiere para disminuir la temperatura corporal (función que antes hacía ayudado por la sudoración).
  • Delgadez: por debajo de la constitución normal.
  • Neuralgia intercostal: falta de fuerza en la zona pectoral y debilidad generalizada.
  • Hiperestesia: adormecimiento y sensación exagerada de dolor al roce, así como falta de fuerza.
  • Dolor en las “paletillas”
  • Rigidez en hombro, cuello, y lumbares.
  • Neumotórax (flujo de aire en los pulmones): debido a un daño en la superficie del pulmón durante la operación.
  • Hemorragia interna
  • Caída del párpado (síndrome de Horner): por un error el cirujano daña los nervios ganglio T1. Produce caída del párpado, constricción de la pupila y agrandamiento del glóbulo ocular.
  • Problemas en la piel: al no sudar se da escamación y sequedad de la piel, incluso puede aparecer dermatitis en el cuero cabelludo o en la cejas.

El sonrojo excesivo primario suele centrarse en el rostro y se debe a una inapropiada vasocompresión de los vasos sanguíneos faciales. Igual que la hiperhidrosis primaria produce limitaciones en las relaciones sociales o en la elección de trabajos, pudiendo derivar en una fobia social. El principal tratamiento paliativo son los fármacos psicotrópicos (p. ej. los betabloqueantes) que sólo producen efectos parciales y puntuales. También existe el mismo tratamiento quirúrgico que para la hiperhidrosis primaria, ya que en ambos está implicado el mismo sistema. Los efectos secundarios, por tanto son los mismos.

El segundo caso en que se dan estos dos síntomas es en la fobia social. En este trastorno se experimenta un aumento de la ansiedad ante situaciones sociales con personas extrañas o donde es posible ser evaluado. Se teme actuar de un modo humillante o embarazoso. Al desencadenarse el sistema de alerta (la ansiedad) se producen una serie de síntomas físicos como el temblor, las palpitaciones, la sudoración excesiva y el rubor facial (sonrojo). En este trastorno, como se puede apreciar, estos dos síntomas son sólo parte del problema Si bien es cierto que un cierto número de pacientes con fobia social, tienen como principales síntomas el rubor y la sudoración, estos no llegan a los extremos del trastorno médico. Aunque a estos pacientes les pueda parecer lo más preocupante, el verdadero problema es su preocupación. Y es que en la fobia social con predominancia de estos síntomas, los factores que tienen más importancia son la atención excesiva a las sensaciones internas (como ocurre con la hipocondría o con el pánico), las atribuciones que se hacen de éstas y el intento, inútil, de controlarlas.

Como son signos claramente visibles por los demás, la persona se observa a sí misma como si fuera un observador externo. Pero, por supuesto, tiene más información sobre sus reacciones de la que podría tener cualquier otro observador ajeno. Así no es extraño que estas personas aprecien más sudoración y sonrojo, y de más intensidad, que lo que observadores externos puedan percibir.

Además, el centrarse en sus propias reacciones hace que estén menos atentos a las situaciones sociales en que están interactuando. Esto, claramente empeora su rendimiento y tiende a mantener las atribuciones que hacen sobre su propia incapacidad y debilidad. Estás atribuciones o interpretaciones consisten en ver esos síntomas y la mala actuación frente a la gente (p. ej. no enterarse del tema de conversación, hablar muy bajo, “atrancarse”…) como un señal clara y inequívoca de falta de valía personal, de debilidad, y una comprobación de su sentimiento de inferioridad. Detrás de estas atribuciones suele haber una autoestima resentida, una gran susceptibilidad al rechazo y una dificultad para autoafirmarse.

Otro aspecto típico de la fobia social es un tipo de afrontamiento de los problemas, llamado inhibición conductual. Cosiste en no realizar ninguna conducta (pasividad) pese a estar padeciendo una gran ansiedad reflejada en los distintos síntomas físicos. Este tipo de comportamiento tiene un claro componente genético, pero también implica aspectos aprendidos a lo largo de la vida de la persona. Contrariamente, la expresión espontánea de emociones se relaciona con una menor proporción de síntomas fisiológicos. Este comportamiento, más saludable, suele formar parte de programas de entrenamiento en habilidades sociales y emocionales, que resultan bastante beneficiosos para personas que padecen fobia social.

Los tratamientos para la fobia social, y más en concreto para la fobia social donde la principal preocupación son el sonrojo y la sudoración, son farmacológicos y psicológicos.

De los tratamientos farmacológicos, los más efectivos y utilizados son los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina. También se usan benzodiacepinas de gran potencia y los betabloqueantes adrenérgicos que son especialmente útiles para afrontar situaciones sociales específicas (no actúan sobre el sistema nervioso central, sino sobre los síntomas periféricos) aunque su toma durante largos períodos de tiempo no es aconsejable. El alcohol (usado a menudo por las personas con fobia social para afrontar las situaciones), no mejora el rendimiento –al contrario- sino que elimina momentáneamente estos sentimientos y atribuciones, facilitando cierta desinhibición. El tratamiento farmacológico es por sí solo insuficiente, por lo que se aconseja su utilización en combinación con los tratamientos psicológicos.

Respecto a los tratamientos psicológicos, aquellos que han demostrado su eficacia para la fobia social, y, en especial, para la fobia social cuyo principal temor es la sudoración excesiva y el sonrojo son:

  • la terapia racional emotiva: que trabaja con los pensamientos y las atribuciones mediante el diálogo socrático y la realización de experimentos conductuales para rebatir las creencias erróneas. Los síntomas físicos se acrecientan en gran medida por la forma en que los interpretamos, por lo que al actuar eficazmente sobre los pensamientos, suelen disminuir
  • Exposición a las situaciones temidas: enfocando la atención en la situación y en los individuos implicados, para que así haya una mejora en la actuación, un aumento de la autoestima y una comprobación de las características reales de estas situaciones y de las personas implicadas. Es menos efectiva si en el momento de exponerse a estas situaciones no aparecen los síntomas temidos, por eso se suele usar acompañada de técnicas cognitivas
  • Intención paradójica: sirve para romper la angustiante relación que se mantiene con los síntomas fisiológicos y las correspondientes atribuciones de amenaza y angustia.

En conclusión la sudoración y el sonrojo son dos reacciones normales de nuestro sistema de alerta. Sin embargo a veces las interpretamos de manera amenazante, generando más angustia, dándose entonces la fobia social. Otras ocasiones la sudoración y el sonrojo son objetivamente excesivos, ocasionando problemas prácticos y sociales. Entonces se trata de un trastorno primario que de manera secundaria puede derivar en una fobia social. En el primer caso el principal problema es la interpretación de unos síntomas normales (aunque puede que sean elevados, están dentro de los márgenes normales) y la ansiedad y problemas que producen, en el segundo el foco principal es el síntoma físico. Aunque aquí hemos hecho una clara distinción, en ciertos casos la diferencia no es tan visible. Aquí sería aconsejable realizar pruebas médicas y luego consultar a un psicólogo, para así tener diferentes puntos de vista. En todo caso, si los síntomas son excesivamente molestos para la persona y no mejoran por los tratamientos psicológicos, toca a la propia persona decidir si se somete a otros tipos de tratamientos con los pros y contras que enunciábamos más arriba.

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Fuente: Miguel Luna. Clínica de la Ansiedad, 2002.

Para saber más

Asociación Española del Sudor Excesivo e Hiperidrosis (AESEH), (2016) Página web con diversas informaciones, experiencias, links de interés, foro y chat.

Cervera,S.; Roca,M.; Bobes,J. (1998). Fobia Social. Barcelona. Editorial Masson.

Echeburúa, E. (1995). Evaluación y tratamiento de la fobia social. Barcelona: Martínez Roca.

Mersch, P.P.; Hildebrand, M; Levy, E.H.; Wesswl, I. (1992). Somatic symptoms in social phobia: a treatment based on rational emotive therapy and paradoxical interventions Journal of Behavior Therapy and Experimental Psychiatry, 23: 199-211.

Scholing, A.; Emmelkamp, P.M.G. (1993). Cognitive-behavioural treatment of fear of blushing, trembling or sweating. Behavior Research and Therapy, 23: 155-170.

Wells, A.; Papageorgion, C. (1998). Social Phobia: effects of external attention on anxiety, negative beliefs and perspective taking Behavior Therapy, vol. 29 nº3: 357-370.

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Fobias Específicas

Programas de realidad virtual aplicados al tratamiento del miedo

La realidad virtual permite recrear o reproducir escenarios del mundo real mediante programas y equipos especializados. Es un recurso técnico y terapéutico de gran ayuda en la superación de diversos miedos: agorafobia, fobia a volar, claustrofobia, etc. Permite al paciente exponerse a las situaciones temidas, y actuar sobre ellas, en un ambiente seguro, donde puede explorar libremente, sentir, vivir y revivir, sentimientos y pensamientos, en la consulta, y sin sentirse observado por los demás.

El usuario dispone de diferentes escenarios, tales como recorrer un aeropuerto, viajar en avión, en autobús o en metro, pasear y comprar por unos grandes almacenes, pasar por un túnel, subir a un ascensor, etc. En cada uno de estos escenarios, el paciente tiene la oportunidad de interaccionar con el ambiente, donde podrá escuchar conversaciones, pedir la parada, subir o bajar del medio de transporte, coger un libro, hacer cola ante un mostrador y hasta enfrentarse a situaciones conflictivas con una cajera.

Siguiendo un procedimiento de exposición progresiva, graduando las situaciones para ir avanzando desde las ejecuciones más fáciles hasta las más difíciles, poco a poco, a partir del conocimiento y dominio que dan las interacciones de la realidad virtual, el paciente podrá enfrentarse al miedo en el mundo real.

La realidad virtual consigue un elevado sentido de presencia, es decir, la sensación de estar dentro de cada escenario. Esta sensación se da en función de diferentes factores. Un primer factor se refiere a los indicios perceptivos, que dependen, en parte, de lo rico y detallista que sea el ambiente, pero también de que se intente vivir e interpretar la experiencia como si fuera verídica. Un segundo factor es la inmersión, por ejemplo, en el cine nos metemos en la película gracias a una pantalla grande, las luces apagadas, el sonido envolvente, etc. En la Realidad Virtual, la inmersión se suele obtener mediante unos cascos y un equipo de proyección. El último factor, hace referencia a la interacción, que, tal y como hemos comentado anteriormente, hace del usuario un participante activo, con opciones de interaccionar con elementos del escenario: coger y dejar objetos, moverse por distintas situaciones, añadir gente, accionar aparatos, abrir y cerrar puertas…

Todos los estudios realizados hasta el momento indican que la técnica de realidad virtual logra cambios clínica y estadísticamente significativos en diversas fobias.

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Fuente: Estela Massagué. Clínica de la Ansiedad.

VideoRTVE-1. Comando Actualidad. Programa emitido el 22-10-2014. «Mala vida» (Problemas de salud mental incapacitantes). A partir del minuto 55:55 reportaje realizado en la Clínica de la Ansiedad, sobre tecnologías aplicadas para la superación de diversas fobias.

Video ilustrativo: Muestra Realidad Virtual aplicada al miedo a volar (Con realidad virtual se vería en tres dimensiones, no en dos como aquí)

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Crisis de pánico y agorafobia

Agorafobia: Origen y mantenimiento

Adquisición del miedo a las situaciones agorafóbicas

Existen varios factores que interactúan entre sí o suman sus influencias, aunque resulta difícil establecer qué es una causa, qué es una consecuencia o cuando existe una relación entre variables.

Entre los factores estudiados que pueden contribuir al surgimiento y/o mantenimiento de la agorafobia están las experiencias traumáticas directas fuera de casa como ataques de pánico, desmayos, asfixia;  las características de personalidad ; la atribución errónea de sensaciones. También se ha estudiado la vulnerabilidad genética como factor de relevancia.

Eventos estresantes

La gran mayoría de personas con agorafobia informan haber pasado por un periodo de estrés o acontecimientos vitales importantes en la época en que comenzó la agorafobia: conflictos interpersonales con el marido o algún familiar, divorcio/separación, nacimiento/aborto, muerte o enfermedad de una persona significativa, reacción al consumo de drogas, enfermedades/operaciones importantes, estrés laboral o escolar, problemas económicos, entre otros.

El estrés puede dar lugar a fobias sólo en personas particularmente vulnerables. Esta vulnerabilidad sería el resultado de una interacción entre variables biológicas, ambientales y psicológicas.

Características personales y experiencias durante la infancia

Es posible encontrar una serie de características en las personas que sufren agorafobia que pueden contribuir a su desarrollo, algunas de ellas son la susceptibilidad a la ansiedad, poca asertividad, poca confianza en sí mismos, elevada ansiedad y retraimiento social, miedo a la evaluación negativa, alta búsqueda de aprobación, estrategias ineficaces para afrontar el estrés, tendencia a la evitación de los problemas interpersonales, rasgo de ansiedad elevado, neuroticismo elevado, alta sensibilidad al daño, introversión alta o la inhibición conductual ante lo desconocido.

Algunas experiencias durante la infancia podrían estar relacionadas con la agorafobia: una madre y/o un padre sobreprotector o falto de cariño puede interferir con el desarrollo de la independencia en el niño y del sentimiento de competencia. Es posible que la ansiedad por separación en la infancia vaya relacionado con el desarrollo de un trastorno de pánico en la vida adulta, y que el abuso sexual y el maltrato físico en edades tempranas de la vida sean factores de riesgo para desarrollar diversos trastornos psicopatológicos.

Activación fisiológica, sensaciones corporales

Además de los factores comentados anteriormente (situaciones temidas, eventos estresantes, ansiedad elevada e hiperventilación) existen otros factores que pueden producir o facilitar la aparición de sensaciones corporales, como:

  1. problemas médicos endocrinos, cardiovasculares, respiratorios o neurológicos;
  2. factores biológicos como los cambios hormonales, la predisposición a tener sensaciones corporales;
  3. pensamientos e imágenes negativos acerca de padecer un ataque de pánico, con la muerte o sufrir un desmayo;
  4.  otros factores como el uso excesivo de cafeína, nicotina, alcohol u otras drogas o fármacos, la excitación, la ira, la fatiga, la falta de sueño, el ejercicio, los cambios posturales rápidos, el calor, son algunos factores que pueden facilitar o provocar la activación fisiológicas y reacciones corporales;
  5. hiperventilción.

La hipervigilancia o atención centrada en los elementos amenazantes de las situaciones temidas y hacia determinadas sensaciones corporales asociadas a la ansiedad, puede facilitar la ocurrencia de episodios de ansiedad/pánico por percibir subjetivamente sensaciones de manera magnificada y aumentar la activación fisiológica.

Interpretación de las sensaciones como señal de peligro y ansiedad/pánico

Los sujetos pueden creer que las sensaciones corporales presagian o van a dar lugar consecuencias peligrosas o catastróficas (ataque cardíaco, desmayo, muerte, incapacidad, perdida de control…) o que son señales de que estas consecuencias ya están ocurriendo.

La percepción juega un papel muy importante en este tipo de trastornos. La percepción que se tiene sobre los cambios fisiológicos, sea ajustada a la realidad o no, suele caracterizarse por ser más precisa en los sujetos con ataques de pánico y agorafobia. Estos sujetos son capaces de detectar cambios fisiológicos muy sutiles normalmente sin ser conscientes de ello.

La sensación de peligro provocadas por la activación fisiológica produce un incremento adicional de dicha activación mediante la hiperventilación o de otros mecanismos creando así un círculo vicioso que puede desencadenar un episodio de ansiedad o un ataque de pánico.

Puede llegar a establecerse una asociación directa entre ciertas sensaciones corporales y la ansiedad/pánico (condicionamiento interoceptivo).

Escape y evitación de las situaciones temidas

La anticipación u ocurrencia de un ataque de ansiedad/pánico, las pensamientos catastróficos y el deseo de evitar el bochorno social, hacen más probable que el sujeto escape de la situación. Existen dos maneras de escape: irse de la situación temida o permanecer en ella efectuando el escape desviando la atención hacia otros estímulos.

Los agorafóbicos utilizan una gran variedad de estrategias, aparte del escape y la distracción, para afrontar los ataques de pánico: medicarse, beber alcohol, aguantar, relajación, pensar que el ataque pasará pronto, tumbarse, respiración, imágenes placenteras, fumar…

La conducta de escape se ve reforzada por la reducción de ansiedad, por la sensación de seguridad o hasta por la atención y apoyo de otros.

La ansiedad anticipatoria aparece ante la posibilidad de entrar en una situación temida y/o de experimentar alguna consecuencia temida, la cual cosa facilita la hipervigilancia a determinadas sensaciones corporales, lo que, a la vez, puede permitir detectar ciertas sensaciones, incrementar la activación fisiológica y producir miedo o ansiedad.

Hay personas que desarrollan un trastorno del pánico pero sin agorafobia, es decir, no presentan evitación agorafóbica y mantienen una actitud de afrontamiento frente a las dificultades. Estas personas tienen un mayor sentido de control personal, una mayor tolerancia de la ansiedad y obtienen menos beneficios de la conducta de evitación (apoyo social, reducción de la ansiedad…).

La conducta de evitación suele tener unas consecuencias negativas como: la reducción de contactos sociales, depresión, baja autoestima, interferencia con actividades de ocio, disfunción sexual o problemas laborables, maritales y familiares.

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Fuente: E. Massagué. Clínica de la Ansiedad. Madrid y Barcelona. Especialistas en el tratamiento de la ansiedad.

Referencias para saber más

-Bados, A. (1995a). Agorafobia: Naturaleza, etiología y evaluación. Barcelona: Paidós

-Bados, A. (2000). Agorafobia y ataques de pánico. Madrid: Pirámide.

-Botella, C. y Ballester, R. (1997). Trastorno de pánico: Evaluación y tratamiento. Barcelona: Martínez Roca

-Echeburúa, E. y de Corral, P. (1992). La agorafobia. Nuevas perspectivas de evaluación y tratamiento. Valencia: Promolibro.

-Marks,I.M.(1991a).Miedos, fobias y rituales: (1) Los mecanismos de la ansiedad.B arcelona: Martínez Roca

-Roca, E; Roca, B.(1999). Cómo tratar con éxito el pánico (con o sin agorafobia). Valencia. ACDE

Video Ilustrativo:

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Introducción

Ansiedad: el papel de nuestras circunstancias y nuestros recursos

Introducción

Las situaciones traumáticas o acontecimientos vitales accidentes, lesiones, incendios, inundaciones, separaciones, muertes, etc.- pueden precipitar la aparición de un trastorno de ansiedad. Por ejemplo, muchas fobias específicas se suelen iniciar tras la vivencia de un suceso traumático relacionado con el objeto fóbico: miedo a los ascensores tras quedarse encerrado en uno de ellos, miedo a ir en coche o a conducir tras sufrir un accidente al volante, etc. En estos casos, se considera que la persona asocia un estímulo -por ejemplo, un ascensor, un coche- a una respuesta emocional negativa miedo, tristeza, asco-. Esta persona ha aprendido que la aparición de ese objeto -por ejemplo, del ascensor- puede ir seguida de un estado emocional de miedo o ansiedad. El temor a que la situación pueda repetirse se ha adquirido mediante un mecanismo de aprendizaje que hemos llamado condicionamiento clásico. Este temor se mantiene porque la persona evita enfrentarse a la situación -condicionamiento instrumental-.

En muchas ocasiones, no obstante,  los problemas de ansiedad no tienen un desencadenante tan específico. Es bastante habitual, por ejemplo, que el inicio de algunos ataques de pánico vaya precedido de una época de estrés, problemas laborales o familiares, consumo excesivo de sustancias, cansancio, mala alimentación o falta de sueño. Estos factores pueden propiciar el desencadenamiento de un ataque de pánico en ausencia de un factor precipitante específico que explique su aparición.

Por tanto, no sólo los acontecimientos vitales y las situaciones traumáticas pueden preceder a la aparición de un trastorno de ansiedad, también los estresores que forman parte de nuestra vida cotidiana -peleas, problemas de trabajo, de pareja, estar en paro, etc.- pueden desencadenar estos problemas. Los estudios sobre la relación entre acontecimientos estresantes y problemas psicológicos indican que el mayor o menor impacto del estresor en la persona no depende fundamentalmente del tipo de estresor -acontecimiento vital o cotidiano-, ni de su cantidad o duración -agudo, crónico-. Lo que realmente determina el grado en que un acontecimiento o cinscunstancia puede afectar o no a nuestra salud mental es la valoración subjetiva que realiza el sujeto de dicha situación. Si un estresor es percibido por la persona como amenazante el impacto será mayor que si no lo percibe de este modo.

Se han estudiado los parámetros o características de los estresores que determinan la valoración subjetiva que realiza el sujeto. Algunos de estos parámetros son:

  • la novedad del estresor -lo nuevo se percibe como más amenazante que lo conocido-,
  • su predictibilidad -elacionado con el parámetro anterior, se considera que si un acontecimiento o circunstancia es previsible desencadena una reacción menos intensa-
  • el grado en que podemos controlar su aparición y/o duración -a mayor sensación de controlabilidad menor impacto-.

Por otro lado, no sólo las características de los estresores determinan el mayor o menor impacto del mismo en nuestra salud mental. Un acontecimiento es percibido por la persona como más o menos amenazante en función de los recursos de que dispone para hacerle frente. Si una persona percibe un estresor como amenazante, pero cuenta con recursos para enfrentarse a él de forma eficaz, el grado de amenaza percibida será menor que si se ve incapaz de plantarle cara.

 ¿De qué recursos disponemos para hacer frente a los acontecimientos vitales y a los problemas de nuestra vida cotidiana? Citaremos los principales: el nivel de competencia percibida, los estilos de afrontamiento y el apoyo social.

La competencia percibida

El nivel de competencia percibida hace referencia a la confianza que tiene la persona en su capacidad para afrontar de forma exitosa esa situación. No basta con tener recursos para afrontar el problema, es importante creer que podemos superarlo. Este sentimiento de competencia está determinado, al menos en parte, por nuestra experiencia previa -otras situaciones en que la persona se haya enfrentado con éxito o fracaso a una situación estresante- y por nuestro nivel de autoestima -valoración personal y subjetiva que cada persona hace de uno mismo-.

Estilos de afrontamiento

Se ha definido el afrontamiento como los esfuerzos, tanto de acción como intrapsíquicos, orientados a dominar, reducir, tolerar y minimizar las demandas internas o ambientales y conflictos cuya tarea excede los recursos de la persona (Cohen y Lazarus, 1979). El modo en que afrontamos las situaciones estresantes o los problemas varía de una persona a otra y es diferente en función de la situación. Sin embargo, se pueden agrupar básicamente en tres categorías:

  • Análisis y evaluación del problema: se realiza un análisis de la situación y se sopesan los pros y contras de cada una de las alternativas de solución del problema.
  • Evitación de la fuente de estrés o huida: se evita la situación o el estresor.
  • Control de la emoción: Las estrategias de afrontamiento van encaminadas a disminuir la emoción provocada por el estresor -relajación, mantener la calma, distraer la atención-.

Otros autores consideran que el afrontamiento de los problemas puede ser

  • activo -el sujeto participa activamente en la búsqueda de soluciones del problema o aplica estrategias para reducir o eliminar el estresor-.
  • pasivo -el sujeto evita la situación, considera que el afrontamiento del problema depende del azar, de la participación de terceras personas-.

El estilo de afrontamiento más adecuado será aquél que combine la evaluación del problema con la búsqueda activa de estrategias para afrontarlo y controlar las emociones que la situación haya desencadenado.

Apoyo social

La carencia de apoyo social se ha considerado uno de los factores desencadenantes más potentes de problemas de salud, psicológicos y sociales. La presencia de apoyo social puede aumentar nuestra autoestima y sentimiento de competencia y la percepción de control de la situación.

Fuente: Clínica de la Ansiedad. Psicólogos especialistas en el tratamiento de la ansiedad.

Vídeo ilustrativo: Estrés (UNED-RTVE2)

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Obsesiones

Regulación del perfeccionismo

El esfuerzo para tomar la decisión ha de hacerlo cada cual en solitario: nadie puede ser libre por tí. 
F. Savater, en Ética para Amador

 

El perfeccionismo: la insatisfacción de nunca acabar

Los planes de acción de la persona tienen un objetivo que se va realizando paso a paso. El inicio de una acción viene tras la conclusión de otra. Los pasos para alcanzar el fin se pueden entender cada uno como fines provisionales, que necesitan estar limitados por un principio y un fin para ordenarse.

El éxito forma parte del cierre o conclusión de una acción. Un éxito comporta saber que el deseo que teníamos se ha realizado. El fracaso conduce a reintentar la ejecución (revisando o no sus reglas de realización), o bien a abandonar el proyecto.

Algunas personas en razón de procesos de aprendizaje basados en la sobre-exigencia, otras por atribuirse poca eficacia o valor, terceras por tener una elevada necesidad de aceptación o aprobación social, tienden a combatir la sensación de inseguridad extremando los requisitos para dar una acción o secuencia de acción por buena y/o acabada.

Dar la conformidad a una acción o secuencia de acción, de forma que no quede pendiente e irresuelta, y sí finalizada, es algo que se efectúa mediante procesos de evaluación. Dichos procesos requieren de criterios de suficiencia, satisfacción y saciabilidad que den los resultados por buenos o malos. Estos criterios constituirían la base de lo que Miller, Galanter y Priban (1960) llaman Orden de Parada. Mediante esta operación la acción puede quedar terminada, aplazada, o abandonada si no se alcanzan progresos o resultados satisfactorios, o bien éstos entran en conflicto con otros intereses.

El perfeccionismo lleva a las personas a establecer planes minuciosamente. No se deciden a ejecutarlos hasta que han trazado con todo detalle las tácticas más pequeñas. La minuciosidad viene acompañada normalmente de la falta de flexibilidad. Un plan es flexible, señalan Miller, Galanter y Priban (1960), si podemos cambiar fácilmente el orden de ejecución de sus partes sin afectar la viabilidad del mismo. El planificador rígido planificaría su tiempo como una secuencia de relaciones causa-efecto, es incapaz de reordenar sus listas de cosas a hacer para adaptarse a las circunstancias cambiantes, sería incapaz de reaccionar en el momento crucial y generalmente exigiría tomarse un tiempo antes de que pudiera incorporar cualquier sub-plan. El perfeccionismo lleva, a su vez, a ejecutar las tareas con extremado celo y con reiteradas comprobaciones que certifiquen la corrección del procedimiento. Finalmente, se tendría que someter el resultado o producto de la acción a escrupulosos análisis de calidad. De este modo se aseguraría el reconocimiento y aceptación unánimes del producto –ha de ser bueno en todo y para todos- y de su productor (el perfeccionista en cuestión)

Así, puede repetirse varias veces el ordenamiento alfabético de un fichero, antes de archivarlo; volver a casa para comprobar que efectivamente se cerró la puerta o el gas; repasar mentalmente el contenido verbal de una conversación pasada, calcular las posibilidades de malentendido que haya podido generar nuestra intervención y volver a la conversación fuera ya de lugar y tiempo, para dar explicaciones, que nadie ha pedido, etc.

La inseguridad personal se asienta sobre la valoración de fallo, falta, insuficiencia, incapacidad. El perfeccionismo como respuesta de afrontamiento consiste en extremar los criterios o requisitos de satisfacción o logro, para asegurar el éxito. Si no se alcanzan dichos criterios de infalibilidad no se da la conformidad a la acción, habiéndose de intensificar el celo que se pone en el empeño. Algo así se hace, aunque por otros motivos, en las llamadas huelgas de celo, que consisten en trabajar escrupulosamente (por ejemplo, los encargados de limpieza de un avión sacan brillo insaciablemente a cualquier elemento metálico del aparato), proceder que tiene como consecuencia el retraso o interrupción de programas y previsiones.

En otros términos, los medios -de los que hemos hablado en términos de fines provisionales- se convierten en un fin en sí mismo. A la incertidumbre se responde con perfeccionismo, y éste, elevando los criterios de suficiencia, genera mayor inseguridad, intensificándose las dudas, indecisiones y desánimo. El perfeccionismo da por frustradas o insatisfactorias acciones en realidad normalizadas o cerradas.

El perfeccionismo puede llevar a re-decidir constantemente el sentido dado a nuestra acción o la de otros, como determinante de posteriores decisiones. Pongamos un ejemplo: una persona, x, necesita saber si lo que siente por su pareja le autoriza a continuar con ella y comprometerse más en la relación o, por el contrario, tendría que romper. Si el último incidente que considera es que el fin de semana pasado, que no la vio, la echó de menos, concluye que en el fondo, por encima de inconvenientes, la quiere profundamente. Pero si hoy ha experimentado aburrimiento mientras paseaba con ella, y además ha sentido la tentación de mirar las piernas de otra chica con quien se ha cruzado, esto le obliga a re-abrir el expediente de la relación y replantear su naturaleza a la luz de estos datos, que pudieran, piensa, dar la clave de lo que es aparente y lo que es profundo en sus sentimientos. Puede, entonces, concluir que no la quiere. Pero mañana, al verla, puede sentir alegría y un fuerte deseo de abrazarla.

Este último hecho en la cadena de desarrollo, le llevaría a abrir de nuevo el expediente y re-codificar todos los hechos en función de esta última clave. Hasta aquí el ejemplo.

Vemos, pues, cómo la intolerancia a la inseguridad y a la duda lleva a re-decidir constantemente en lo tocante a planes generales, sobre la base de secuencias puntuales, a las que se concede valor crítico, instalando al sujeto en la evaluación constante de proceso general, y sustrayéndole de la participación en los hechos, que simplemente adquieren el carácter de prueba en relación con lo evaluado en cada momento.

El perfeccionismo puede afectar a la anticipación de la acción, a su ejecución y, muy particularmente a su cierre o terminación.

El perfeccionismo, no obstante, no siempre es un problema. Si es moderado puede favorecer la superación y el desarrollo personal. La habilidad para aceptar defectos menores es el punto crítico que marca la diferencia entre el perfeccionismo que puede considerarse normal o adaptativo y el que no lo es. El perfeccionista moderado se fija niveles altos de desempeño, pero se siente libre para ser menos preciso o riguroso, llegado el caso, si la situación lo requiere o aconseja; tolera la duda razonablemente sin esperar que su actuación no dé lugar a duda alguna en ningún aspecto y para nadie; finalmente, puede desconectar de la situación una vez fuera de ella. Las personas para las cuales el perfeccionismo es un problema se rigen por estándares altos de actuación de los que no pueden desviarse.

Las situaciones de cambio y adaptación, la toma de decisiones importantes, el estrés, la aparición de problemas de estado de ánimo y ansiedad, pueden favorecer la evolución del perfeccionismo hacia extremos negativos, particularmente en personas más controladoras, con fuerte necesidad de aprobación, con miedo intenso a la evaluación social negativa, y con auto-percepción de baja eficacia.

Exponemos a continuación algunas formas de regular el perfeccionismo

Cambiar hábitos de comparación

En algunos casos el perfeccionismo se asienta sobre sentimientos de inseguridad, baja auto-estima e inferioridad. Es común en muchos de estos casos que la persona tienda a comparar su actuación con la de otras personas buscando una referencia o medida.

La comparación ha sido utilizada en nuestra cultura, afortunadamente cada vez menos, por padres, educadores o jefes para estimular la mejora y perfeccionamiento de hijos, educandos y trabajadores.

¿Qué conductas suelen tomarse como objeto de la comparación? Alguna de las que se dan previamente por malas e insuficientes. Suele considerarse que las que ya están bien, “ya están bien”. Si se trata de mejorar algo, será lo que esté mal. Además, se piensa que señalar lo que está bien puede hacer que la persona se confíe excesivamente, se convierta en un creído, se relaje o se duerma en los laureles. Por el contrario, se piensa que lo que habría de propiciarse es el esfuerzo, la insatisfacción, el sacrificio.

¿Con quién suele establecerse la comparación? Con alguien que en la conducta objeto de la comparación destaque y tenga un desempeño excelente y reconocido.

¿Cuál es el resultado de la comparación? Prácticamente el 100% de las veces que se hace referencia a nuestra conducta, es para señalar algún “pero” o insuficiencia. No podría ser de otra manera si lo que ya esta bien “ya esta bien” y no es objeto de comentario. El 100% de las veces salimos malparados de la comparación. Siempre los demás son mejores. No podría ser de otra manera si se compara algo previamente dado por malo, con algo previamente dado por bueno.

El problema no está, no obstante, en que otros nos hayan podido comparar o no, incluso con buena intención. El problema es que nosotros hayamos interiorizado y automatizado dichos procedimientos de evaluación, perfeccionamiento y movilización, y los construyamos sobre los mismos sesgos:

  • Muestra sesgada de conductas: Sólo nos fijamos en aquello de nosotros mismos que no nos gusta
  • Muestra sesgada de personas con las que compararnos: Elegimos a personas cuya conducta se ha dado previamente por buena.

Es obvio que se trata de un procedimiento poco objetivo, amañado y confirmatorio de la idea de que partíamos: somos torpes e inferiores. Es curioso cómo, a veces, estamos dispuestos a hacernos trampas incluso para perder. Elegir una conducta previamente dada por insuficiente nos coloca, ya de antemano, con pocas probabilidades de salir airosos, pero, si además, jugamos con las cartas marcadas y elegimos para compararnos una persona cuya conducta se ha establecido previamente como buena, el resultado está cantado: somos torpes e inferiores. Se ha subrayado “somos” porque aquí llega la traca final de este rosario de auto-trampas: La conclusión a la que hemos llegado no es: “en esta conducta, en esta ocasión y circunstancias –y tal vez en alguna otra- he alcanzado un desempeño menos efectivo o eficaz que el alcanzado por fulanito/a”, si no “soy torpe e inferior, de segunda categoría o división”. Hemos convertido así una actuación mejorable, en la prueba de un handicap, de una tara o limitación consubstancial a nuestro ser, a nuestra persona. Es algo así como… si de decir una idiotez, se derivara que soy idiota, o de no dar la solución más inteligente a un problema determinado se derivara que no lo soy.

No confundir desideratums con objetivos

Decíamos más atrás que el desarrollo de un proyecto se efectúa paso a paso, desde un punto de partida tomado como referencia inicial, hasta un punto final.

Algunos proyectos o propósitos tienen un objetivo final con criterios de logro precisos, objetivables: por ejemplo alcanzar un objetivo de ventas, hacerse con determinados bienes, u obtener el carné de conducir. Otros proyectos, sin embargo, son más genéricos -aunque por tramos pueden delimitarse objetivamente- , con criterios de logro o satisfacción más difusos, y objetivos que más bien son ideales o desideratums: así por ejemplo, dominar por completo un idioma, u optimizar nuestras relaciones sociales y afectivas. Este tipo de objetivos, así formulados, marcan la dirección en que queremos avanzar, sirven de guía y dan sentido a nuestro hacer y discurrir, pero en términos absolutos no son alcanzables, y no forman parte de lo que se ha de conseguir. Poniendo un símil, la estrella polar está para orientarnos y ayudarnos a alcanzar diversas latitudes del norte, pero no para tocarla con los dedos.

Algunas personas, llevadas de su perfeccionismo, toman los ideales o desideratums, como si fueran objetivos finales, y se juzgan desde tal posición. Los desideratums no son objetivos propiamente dichos.

Progresión: Evaluarse en relación al punto de partida

Un error común en la evaluación de proyectos es hacerlo tomando como referencia el objetivo final, de modo que se mide la distancia entre éste y el punto de desarrollo actual. Es aconsejable, por el contrario, medir la distancia entre el punto actual de desarrollo y el punto de partida o un punto anterior al actual. Aunque en términos matemáticos ambas medidas son inversamente proporcionales -cualquiera de las dos nos da la longitud de la otra y la posición relativa del momento actual-, en términos psicológicos (motivación, programación, evolución) hay notables diferencias: Juzgarse de adelante hacia atrás –es decir, del objetivo final al momento actual- pone el acento en lo que falta. Siempre falta, estemos donde estemos. Si además, como es frecuente en el perfeccionista, nos juzgamos en cada momento en términos de los objetivos finales, pasando sobre nuestra actuación actual la plantilla de corrección construida en términos finales, la conciencia de falta e insuficiencia se incrementa. Esto puede llevarnos a planificar mal: si nos estamos juzgando por objetivos finales, pondremos para la situación actual o inmediata la exigencia de alcanzarlos, rompiendo así la progresividad, haciendo la tarea irresoluble, y entrando en la conocida dinámica del todo o nada.

Si, por el contrario, nos evaluamos de atrás hacia delante – es decir del momento inicial, o anterior al actual, al actual- , se consigue una percepción más clara de avance, de capacidad de ganar terreno, se genera auto-confianza, y la evaluación se hace en términos positivos (tener más de lo agradable o deseado, no menos de lo indeseable). Es más fácil mantener la progresión, la referencia es nuestra propia marca actual y el objetivo inmediatamente posterior algo que se considera más factible puesto que estamos muy cerca. Nuestra tarea no es competir contra nuestros propios objetivos, o con las posiciones avanzadas que, en la misma línea, otros hayan alcanzado ya. Por tanto, para marcar los estándares de nuestra próxima e inmediata intervención simplemente nos pondremos el objetivo de superar nuestra propia marca, en la dirección señalada.

No acaban aquí los riesgos de resbalón para el perfeccionista. Aun suponiendo que se ha procedido salvando los problemas citados anteriormente, podría darse la particularidad de que, habiéndonos puesto unos objetivos y habiéndolos alcanzado, después nos juzgásemos por otros. Veamos un ejemplo. Pongamos que he de caminar hacia una puerta y abrirla puesto que el objetivo es franquearla. Lo hago con eficacia, pero a la hora de valorar mi acción digo: “he abierto la puerta pero con poco estilo o elegancia”. Para el perfeccionista no hay elementos accesorios de actuación, a pesar de que no sean centrales a efectos del objetivo o función que cumplían. Es posible que a pesar del éxito aparente de una acción, el veredicto final, negativo claro, se desplace y establezca sobre otros aspectos absolutamente accidentales.

Decidir no es tenerlo claro, es apostar: desarrollo de la tolerancia a la duda

Algunas dudas son irreductibles. Las diferentes opciones o alternativas pueden tener ventajas, inconvenientes, y aspectos inciertos o desconocidos. Tomar una decisión frente a dos o más opciones, no implica despejar todas las incógnitas e inconvenientes. Decidir es pasar del análisis a la acción, renunciar a una cosa para hacer otra factible: saber a favor de qué tenemos que trabajar, a pesar de su resultado incierto. Decidir es apostar por una opción, llevarla a efecto, ejecutarla, sin volver de nuevo a la fase de deliberación, a pesar de que reaparezca alguna duda o se manifieste algún inconveniente.

Un minuto después de tomar una decisión, tenemos las mismas dudas que un minuto antes de hacerlo. La gran diferencia es que ahora estamos comprometidos –ahí está el asunto, en responsabilizarse- en un programa de acción: desactivar una opción, activar y materializar otra.

Examinar evidencias: introducir deliberadamente pequeños fallos y ver qué efecto tienen

Con frecuencia pensamos que un fallo tendrá consecuencias severas para nuestra imagen personal profesional o social. En muchos casos, el cálculo de dichas consecuencias está basado más en nuestros temores que en evidencias objetivas. A veces es conveniente someter a prueba nuestra creencia o suposición introduciendo en nuestro comportamiento algunos fallos o cierto desorden de manera deliberada, controlada, progresiva, sin correr grandes riesgos: equivocar el nombre de una capital o autor, quedarnos en blanco unos segundos, malentender una frase, etc.

Experimentos de este tipo nos permitirán comprobar que las consecuencias son menores, asumibles, y en la mayoría de casos reconducibles.

Regular factores de riesgo: estrés, ansiedad, estado de ánimo.

Las alteraciones emocionales, particularmente las relacionadas con la ansiedad, estrés y el desánimo, son fuentes de inestabilidad, propician la inseguridad y generan una mayor necesidad de control y prevención. Estos factores pueden llevar de un perfeccionismo sano, que puede incluso disfrutarse, a otro paralizante y ansiógeno.

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Fuente: J.Carlos Baeza Villarroel. Clínica de la Ansiedad. Barcelona, 2008.

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Prevención de la Ansiedad

Administración de preocupaciones

Introducción

Solemos decir que la ansiedad no nos deja concentrarnos en una conversación, en ver la televisión, en una lectura o en el trabajo. Sin embargo, los sistemas encargados de la gestión de amenazas de nuestro cerebro tienen otra opinión: lo que constituye una distracción es leer, conversar, o ver la televisión, si hay declarado y sin controlar algún incendio. Entiéndase de manera real o metafórica.

Dicho sistema de gestión de amenazas considera que los recursos de atención, procesamiento de datos y respuesta, en caso de conflicto o incompatibilidad entre tareas, han de disponerse preferentemente al servicio y resolución de los asuntos de consecuencias más amenazantes. Si no lo hacemos así, entiende que estamos siendo imprudentes y, cambiando el orden de valores y prioridades, actuando de modo inseguro. En ese caso, en la pantalla de nuestra conciencia, vamos a recibir automáticamente una serie de avisos y recordatorios, en forma de pensamientos, imágenes o sensaciones, que vienen a decirnos “no te olvides del peligro”, «¡ojo con el incendio!”, “Si, si…tu fíate de la virgen y no corras…”.

Si, por ejemplo, soy hipocondríaco, siento mi salud seriamente amenazada, el resto de cosas pareciera no tener tanta importancia y, aun cuando las haga y me ocupe de ellas, los pensamientos, imágenes y sensaciones importunas me tomarán al asalto, urgiéndome a entrar en ellos. Cuanto más angustiados estemos por el incendio y sus consecuencias, más persistentes e insidiosos serán esos avisos, que, naturalmente, quisiéramos que se fueran y no nos importunaran.

Volviendo al ejemplo, ¿tendría el presunto problema de salud peor evaluación, peor pronóstico, peor tratamiento, o consecuencias, si en lugar de contestar a esas inquietudes perturbadoras ahora, en el momento en que me asaltan, lo pospongo a un momento del día fijado previamente, y allí lo planteo, lo desarrollo, decido qué pasos seguir o no. Parece que la respuesta es no. Sin embargo, siento la urgencia, la prioridad absoluta de hacerlo ahora, de entrar en las bases de datos de internet o de mi cabeza y activar la búsqueda “dolor de cabeza y tumor cerebral”. De entre todos los resultados u ocurrencias ¿Cuáles me saltan a la vista y me quedan grabados a sangre y fuego? Los más desfavorables. Los peores. ¿Cómo salgo de esa consulta, más o menos angustiado que antes? Más angustiado. Pero yo no entre para eso, entré para tranquilizarme. El resultado, sin embargo, es más angustia, más avisos importunos.

¿Qué ha pasado?. Me digo a mi mismo que he estado ocupándome del cáncer (su detección, sus consecuencias). No es verdad. Podría hacerlo en otro momento sin merma de su estudio, afrontamiento y resultados. No es eso lo que explica la urgencia, la impulsividad, que me lleva a pensarlo precisamente ahora, máxime cuando paralélamente tengo otras tareas entre manos. En realidad me estoy ocupando de la angustia que me produce el asunto. Y esa angustia, que me atormenta, no puedo aplazarla, la siento ya, aquí, ahora.

He elegido el momento de hurgar en el asunto no en función de sus necesidades y requerimientos, si no en función del estado emocional asociado, que de hecho es el que quiero regular. Y sería, ¿por qué no?, un objetivo legítimo. El problema es que esa manera de proceder empeora mi estado emocional. El mismo estado emocional que me está lanzando las preguntas importunas y hasta capciosas, me va a dictar la respuesta. En esa tesitura las preguntas son inquietantes, pero las respuestas lo son tanto o más. Las posibilidades de generar respuestas objetivas disminuyen, las de generar respuestas ansiógenas aumentan.

Podemos concluir, pues, que elegir el momento de atender las preocupaciones en función del estado emocional del momento puede ser un error, de consecuencias indeseables. Sin embargo, es cuando tenemos más tendencia o necesidad de hacerlo porque queremos quitarnos de encima el malestar que experimentamos. Ahí está el truco de la hora de preocuparse, un momento del día fijado de antemano, lejos de la hora de ir a dormir. Nos garantiza que no vamos a elegir el momento de ocuparnos de las preocupaciones en función del estado emocional. En cierto modo podemos consideran esta pauta como un procedimiento de gestión emocional, no solo del pensamiento.

Un símil y una pregunta finales. Si tuviéramos una herida –pongamos aquello que origina nuestra ansiedad- que nos produce dolor y mucho picor –pongamos las manifestaciones de la propia ansiedad-, ¿elegimos el momento de curar la herida en función de cuándo nos duele o nos pica?. Rascarse y toquetear la herida cada vez que nos pica o duele, con más ahínco si el dolor y en picor son mayores ¿reduce el dolor y el picor a medio y largo plazo, o siquiera a corto?.

Administración de  las preocupaciones

Ante la eventual aparición de un peligro, el organismo reserva prioritariamente gran parte de sus recursos -atencionales, de pensamiento, motores y metabólicos- para la disposición de acciones defensivas, en detrimento de otras acciones que quedan relegadas o asistidas bajo mínimos. Si por ejemplo, pongamos por caso, un recolector acude a comer a un determinado paraje, donde, en un momento dado, aparecen señales de la posible presencia de un león en las cercanías, tiene mucho sentido adaptativo para su supervivencia – y por extensión para la de la especie- que su organismo entienda que ha de preocuparse y ocuparse, preferentemente, de que no lo coman a él , antes que de comer, disponiendo las operaciones pertinentes:

  • Agudizar los sentidos respecto de estímulos relevantes indicadores de la evolución de la amenaza – atención selectiva, sesgo atencional-.
  • Obstaculizar la recepción y procesamiento de otros estímulos no relacionados con la amenaza (textura, color o forma de las hierbas alimenticias, en este caso) . El organismo considerará una distracción injustificada atender otra cosa que no fuera el posible peligro inminente.
  • Relacionar con la amenaza posibles indicios normalmente neutros o de procedencia incierta, por ejemplo movimientos de juncos por el aire –sesgo interpretativo-.
  • Prepararse para respuestas de huida o protección. Podría ser incluso que el animal defecase de forma que algunos recursos fisiológicos y metabólicos dispuestos para propiciar los procesos digestivos, se desactiven, quedando disponibles para la eventual respuesta defensiva.

La postergación de otros planes durante un tiempo limitado no tendría normalmente graves consecuencias: si no se ha podido comer ahora, se hará después o mañana. La mayoría de las amenazas a que se ven expuestas las especies animales, y el hombre hasta hace poco tiempo en términos evolutivos y filogenéticos, son puntuales, de carácter inmediato -procesos cortos de anticipación-. Sin embargo, si dichas operaciones defensivas son permanentes o muy duraderas, si requieren de largos procesos anticipatorios y no quedan zanjadas con simples operaciones motoras, se convierten en un problema, fuente de nuevas amenazas: no se podría pasar mucho tiempo sin comer, o sin dormir, con vómitos o diarreas, sin poder ocuparse de otros planes, demorables hasta cierto punto pero a la postre necesarios.

A nivel cognitivo, una de las funciones de la ansiedad es generar avisos y advertencias sobre aquellos asuntos que consideramos amenazantes y no están resueltos, de forma que no se nos olviden y nos pre-ocupemos por ellos. El procedimiento de atenderlos cada vez que se presentan, incrementará el estado de alerta, no favorecerá un afrontamiento más efectivo y restará recursos reiteradamente a otros planes que terminan también por pasarnos factura.

La hora de preocuparse

Un procedimiento podría ayudarnos en estos casos: establecer en un momento del día La Hora de Preocuparse Dicho procedimiento consiste en demorar o aplazar la consideración y análisis de los temas que nos importunan a un determinado intervalo horario del día, entre 15-20 minutos, reservado exclusivamente para considerar los asuntos inquietantes que frecuentemente nos vienen a la cabeza. No se trata de ignorar los problemas o desentendernos de ellos, antes bien destinamos un tiempo específico para ello. Nos vamos a ocupar de ellos, pero no cada vez que vengan a nuestra cabeza, o se evoquen por cualquier proceso asociativo.

No podemos hacer nada, en principio, para que no nos asalte o venga a la cabeza algún asunto inquietante o recurrente. Sí podemos, sin embargo, decidir si vamos a considerarlo ahora -planificarlo, prever determinadas consecuencias, etc-, o si por el contrario aplazamos su consideración al momento señalado, donde veremos si son procedentes y que tratamiento darles. Éste es el procedimiento que seguimos normalmente en la gestión de otros asuntos, muchos de los cuales consideramos también importantes o graves. Nos puede venir a la cabeza que hemos de hacer la declaración de renta, cuestión de la que depende que vayamos de vacaciones a un sitio u otro, por ejemplo. Sin embargo, no interrumpimos una conversación, u otra tarea en curso, para ir a buscar los papeles y certificados correspondientes, ni nos ponemos a hacer mentalmente las cuentas, calcular dónde podemos ir de vacaciones, y si nuestra familia se mostrará satisfecha o decepcionada con las opciones resultantes. Lo que hacemos es fijar un momento o sucesivamente más de uno, para ocuparnos de esas cuestiones.

La forma más elemental de que una cosa nos afecte menos -sin perjuicio de posibles iniciativas sobre su afrontamiento o consecuencias- es que nos afecte menos tiempo y nos interfiera en menos cosas. Una idea desasosegante e importuna nos puede asaltar muchas veces al día. Si no entramos al trapo cada vez que aparece y tratamos de anclarnos a la actividad que tenemos entre manos, la suma de las interrupciones no pasará de unos minutos. Si por el contrario, nos enzarzamos en supuestos, pesquisas, anticipaciones, posibles fallos,  la suma del tiempo empleado en detrimento de otras tareas se contará por horas, sin que por ello hayamos ganado más operatividad: la mayoría de pensamientos de contenido angustioso terminan por ser repetitivos. Damos vueltas a las cosas en términos muy parecidos a como hicimos esta mañana, ayer o anteayer. No es un pensamiento que nos lleve a conclusiones nuevas, a formas alternativas de actuación. Por tanto, su aplazamiento no resta eficacia a la consideración de los problemas. Simplemente, pasamos menos tiempo recreándolo, con la angustia que conlleva, y liberamos tiempo y recursos para atender mejor otras tareas, de donde se derivará una disminución de problemas añadidos y una mayor percepción de control y eficacia.

Algunos pensamientos negativos e importunos, tienen más o menos fuerza en función del estado emocional y la perspectiva que tenemos en el momento en que aparecen. El aplazamiento permite superar en parte este problema, dado que el momento en que se presenta el pensamiento amenazante y el momento en que se atiende son distintos, y probablemente el estado emocional y la perspectiva también.

La técnica del aplazamiento, pues consta básicamente de dos pasos:

  • Establecer la hora de preocuparse: fijar un determinado momento del día, de una duración entre 15-20 minutos, específicamente destinado a considerar los temas recurrentes que nos angustian. Se ha de evitar que la hora de preocuparse esté cerca de la hora de acostarse. Consultar con la almohada es un hábito inadecuado que puede interferir en la conciliación del sueño. Es aconsejable que inmediatamente después de la hora de preocuparse, se disponga una actividad con capacidad de captar nuestra atención (tareas de actividad, interactivas, etc.).
  • Aplazar o diferir a la hora de preocuparse los contenidos ansiógenos que suelen aparecer reiteradamente, a pesar de que sigan viniéndonos a la cabeza: nos centramos en la actividad que tenemos entre manos y reducimos a ruido o interferencia las llamadas de los pensamientos amenazantes, sin entrar a procesarlos, sin recrearlos, ni desarrollarlos. Tiene su dificultad, pero poco a poco puede conseguirse, no siempre, pero sí en un número elevado de ocasiones.

La técnica de aplazamiento ha de intentarse ante los primeros resbalones del pensamiento, no cuando ya estamos atollados hasta al cuello, o ya inmersos en las arenas movedizas de la ansiedad, donde cuanto más nos agitamos para salir, más nos hundimos, sin que haya ya nada a que agarrarse.

Fuente: J. C. Baeza Villarroel. Clínica de la Ansiedad. Psicólogos especialistas en tratamiento de la ansiedad. Madrid y Barcelona.

Video Ilustrativo: Administración de preocupaciones

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Preguntas más frecuentes

Tratamientos de la ansiedad: ¿Cómo se desarrollan?

La intervención terapéutica conjuga, normalmente, tratamientos específicos, en función del diagnóstico principal, con otros de carácter más general en función de las características personales y circunstancias del paciente.

Normalmente, las primeras intervenciones van encaminadas a reducir los síntomas de ansiedad y la incapacitación que producen. Posteriormente se estudian y tratan los factores que originan y/o mantienen la ansiedad y otras alteraciones o dificultades que puedan acompañarla.

Habitualmente, los tratamientos incluyen aspectos relacionados con la recuperación de la salud, si se ha perdido, aspectos relacionados con la prevención, y aspectos relacionados con el desarrollo personal del paciente que de un modo u otro tienen que ver con lo que le pasa.

Video Ilustrativo

Tratamiento de la ansiedad. Dr. Carlos Baeza Villarroel

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Prevención de la Ansiedad

Ansiedad y ejercicio físico

Desde diversas instituciones relacionadas con el ejercicio físico y la salud se insiste en los beneficios que éste tiene para nuestro organismo y en la necesidad de que actividades de este tipo formen parte de nuestros hábitos cotidianos. El ejercicio físico mejora el funcionamiento de diferentes sistemas corporales: el sistema cardiovascular, locomotor, metabólico, endocrino y nervioso. Así, por ejemplo, se han descrito sus beneficios en enfermedades como la hipertensión, el asma, la osteoporosis, la diabetes mellitus tipo II y los problemas renales. Previene la enfermedad coronaria, la obesidad, las lesiones lumbares y hernias de disco y ayuda a reducir la probabilidad de padecer algunos cánceres . Por otro lado, está implicado en la regulación de diferentes funciones corporales (sueño, apetito, sexualidad).

Los efectos del ejercicio físico a nivel psicológico han sido menos estudiados. Sin embargo, se sabe que la práctica regular de ejercicio físico contribuye a mejorar nuestro estado de ánimo y a aumentar la sensación de bienestar. En los últimos años han aparecido estudios que relacionan el ejercicio físico con la ansiedad y la depresión, sugiriendo que podría ser un procedimiento natural adecuado para contribuir a la prevención y tratamiento de estos problemas. En este capítulo se abordará principalmente la relación entre la práctica de ejercicio físico y la ansiedad y cuáles son los mecanismos que intentan explicar esta asociación.

Ejercicio físico y efectos en la salud mental

La práctica de ejercicio físico tiene un efecto beneficioso sobre la ansiedad y mejora el estado de ánimo. Estos efectos se han observado en diferentes edades (niños, jóvenes, adultos y ancianos) y en ambos sexos. Los beneficios se aprecian tras una sesión puntual de ejercicio y también con la práctica regular de actividad física.

Los estudios que examinan la relación entre ejercicio físico y depresión concluyen que la práctica regular de actividad física tiene efectos antidepresivos en pacientes con niveles entre leves y moderados de depresión. Sin embargo, se desconoce la relación entre ejercicio físico y depresión severa, en la que se cree que éste puede tener una eficacia limitada como parte del tratamiento.

La mayoría de estudios aparecidos sobre la relación entre ejercicio físico y ansiedad concluyen que la práctica puntual de ejercicio puede reducir el nivel de ansiedad estado (reacción de ansiedad experimentada una situación concreta y limitada).

Asimismo, algunos trabajos indican que la práctica regular de ejercicio podría reducir los niveles de ansiedad rasgo, es decir, la ansiedad general vinculada a factores biológicos y de personalidad propia de personas predispuestas a ser más ansiosas, impresionables, con tendencia a sobre-valorar los riesgos y mantener un elevado nivel de alerta.

Quizás el trastorno más estudiado al respecto es el trastorno de pánico. Muchas personas que padecen este trastorno tienen miedo de los síntomas físicos que acompañan a un ataque de pánico: taquicardia, hiperventilación, sudoración, etc. y se muestran hipervigilantes: están muy atentos a cualquier pequeña variación en su ritmo cardíaco, sudoración, respiración… Las personas que padecen ataques de pánico tienden a interpretar de forma errónea y catastrófica las sensaciones relacionadas con la ansiedad, considerando que esas sensaciones pueden ser perjudiciales a nivel físico. La práctica de actividad física supone la activación de todo el organismo y, con ello, la activación del sistema circulatorio, respiratorio, etc. Algunas personas con este trastorno, evitan realizar conductas que requieran esfuerzo físico (mantener relaciones sexuales, subir a atracciones de feria muy movidas, bailar o hacer deporte, por ejemplo) porque temen que tras un esfuerzo elevado puedan volver a tener un ataque. Nada más lejos de la verdad. En un metaanálisis realizado a partir de 15 trabajos publicados desde 1987, de 420 pacientes con ataques de pánico sólo 5 presentaron un episodio de pánico durante la realización de ejercicio físico (O’Connor, Smith y Morgan, 2000), y muy probablemente fue debido a que asimilaron los síntomas del ejercicio físico a los de la ansiedad, asustándose de ellos y alarmándose sobre manera. Éste y otros trabajos indican que los pacientes con trastorno de pánico pueden practicar ejercicio físico intenso con un bajo riesgo de experimentar un ataque de pánico. De hecho, diversos estudios recomiendan el uso terapéutico de la actividad física de forma complementaria a los tratamientos habituales o en aquellos pacientes que se muestran resistentes a los mismos (Salmon, 2001). En estos casos, no obstante es conveniente seguir las pautas programadas por un especialista.

Mecanismos psicológicos y biológicos asociados al ejercicio físico

Los mecanismos que podrían estar implicados en la relación entre ejercicio y ansiedad son principalmente biológicos y psicológicos. En la actualidad, no se conocen con total precisión los mecanismos que explicarían esta relación. Probablemente, el ejercicio físico actuaría reduciendo los niveles de ansiedad a través de varios (y no sólo uno) de estos mecanismos.

Mecanismos psicológicos

El ejercicio físico regular mejora el estado de ánimo. Diversos estudios han demostrado que facilita el manejo de emociones negativas como la ira y la rabia. Por otro lado, ayuda a mejorar la calidad del sueño.

Las personas que realizan ejercicio físico consiguen evadirse de sus preocupaciones o problemas durante la actividad. Mejora la sensación de fortaleza, de seguridad y de control sobre si mismo y sobre el medio. En este sentido, el ejercicio físico ayuda a mejorar nuestra sensación de autoeficacia.

La práctica de ejercicio físico puede mejorar la autoestima. Los cambios en el cuerpo pueden mejorar nuestra imagen corporal y hacer que nos sintamos mejor con nuestro físico. Por otro lado, también puede aumentar el sentimiento de mayor dominio en habilidades y capacidad física.

Finalmente, la práctica de ejercicio físico puede ser una buena oportunidad de conocer y establecer relaciones con otras personas. Tener relaciones sociales puede ayudar en nuestro proceso de cambio, sirviéndonos de apoyo social, de distracción de nuestros problemas, de refuerzo, etc.

Mecanismos biológicos

El ejercicio físico mejora la regulación del sistema cardiovascular y respiratorio incidiendo sobre el sistema nervioso autónomo (SNA). Esta mejora podría incrementar la habilidad de nuestro organismo para modular nuestra reacción ante las demandas del medio. En un estudio realizado por Mussgay, Schmidt, Morad y Rüddel (2003) se apreció una disminución importante de la presión sanguínea y frecuencia cardíaca, en situación de estrés, mediante la práctica regular de ejercicio aeróbico. Los autores concluyen que la práctica de ejercicio podría mejorar el funcionamiento del SNA.

El ejercicio físico estimula el sistema inmunológico, ya que facilita la eliminación de sustancias nocivas del organismo, y propicia la regeneración del mismo. También favorece el incremento del número de linfocitos (glóbulos blancos) disminuyendo el riesgo de aparición de enfermedades.

La práctica de ejercicio físico produce a largo plazo un incremento de los niveles de noradrenalina, implicada en la respuesta del organismo al estrés, y de serotonina. El aumento de los niveles de serotonina a nivel cerebral puede contribuir a mejorar nuestro estado de ánimo y a reducir la ansiedad. Como se ha comentado en otros capítulos, los fármacos que inhiben la recaptación de este neurotransmisor (actúan aumentando su disponibilidad en el espacio sináptico a través del que se comunican las neuronas) reducen la sintomatología ansiosa y depresiva y son eficaces en prácticamente todos los trastornos de ansiedad. El ejercicio físico estimularía de forma natural la disponibilidad de este neurotransmisor. Asimismo, también está implicado en la reducción del niveles de cortisol, hormona que participa en la respuesta del organismo al estrés.

El ejercicio físico estimula la glándula pituitaria, para la producción de endorfinas. Las endorfinas son hormonas vinculadas a funciones de neurotransmisión, implicadas en la regulación del dolor y la sensación de bienestar. La estimulación natural de este sistema mediante el ejercicio físico puede provocar analgesia (menor sensación de dolor) y mejorar el estado de ánimo por sus efectos euforizantes y relajantes. Por este motivo, se aconseja, también, practicar ejercicio físico a las personas que padezcan enfermedades que cursen con dolor: artritis, fibromialgia, etc.

¿Cuánto ejercicio físico es necesario?

Como norma general, se puede concluir que cualquier tipo de actividad física, por pequeña y corta que sea, resulta beneficiosa para nuestra salud. Existen muchos trabajos que han examinado cuánto ejercicio físico es necesario para observar cambios importantes en los niveles de ansiedad. Si bien los datos no son concluyentes, se recomienda:

  • Que las personas practiquen actividad física vigorosa de forma regular.
  • Que realicen más de una actividad, practicando tanto ejercicios de tipo aeróbico (nadar, correr, ir en bici) como anaeróbico (pesas, flexiones, estiramientos…).
  • Es importante remarcar, a este respecto, que los estudios revisados consideran que el ejercicio físico de tipo aeróbico resulta más beneficioso en la reducción de la ansiedad que el anaeróbico.

Las actividades físicas elegidas deben ser agradables y placenteras, es el modo de conseguir que se practiquen de forma habitual.

Practicar ejercicio de intensidad entre moderada y elevada tres veces a la semana durante 30-40 minutos puede reducir el nivel de ansiedad. 30-40 minutos de ejercicio moderado puede suponer, por ejemplo, ir caminando de forma rápida hasta el lugar de trabajo, o bajarse unas parada antes del autobús y realizar a pie el último tramo de nuestro recorrido. Esta actividad, que podría convertirse en una práctica habitual y saludable para nuestro organismo, se puede complementar con un partido de baloncesto semanal con los amigos, o con una visita al gimnasio un par de veces a la semana, o con una tabla de ejercicios en casa mientras escuchamos nuestra música favorita. La idea principal que se pretende transmitir con estos ejemplos es que el ejercicio físico debe formar parte de nuestra vida cotidiana, y para ello nada mejor que intentar adaptarlo a nuestras necesidades y costumbres. Sólo de este modo conseguiremos practicarlo de forma regular.

Una última recomendación

Es importante que las personas que padezcan algún problema físico consulten con su médico acerca del ejercicio más adecuado.

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Fuente: Noemí Guillamón (2008). Clínica de la Ansiedad. Psicólogos en Barcelona y Madrid. Especialistas en el tratamiento de la ansiedad.