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Prevención de la Ansiedad

Educando a los niños para prevenir la ansiedad

En los trastornos de ansiedad interactúan factores biológicos o constitucionales, factores personales y factores ambientales. Entre los factores ambientales destacan los acontecimientos vitales o situaciones traumáticas, el estilo educativo de los padres, y, en general, los procesos de socialización del niño-adolescente-adulto en los diferentes ámbitos de su vida: familia, escuela, amigos, trabajo, etc. Entre los factores personales implicados en la génesis y el mantenimiento de los trastornos de ansiedad destacan la valoración personal y subjetiva que cada persona hace de uno mismo (autoestima) los rasgos de personalidad y los recursos de que dispone el individuo para afrontar los problemas (estrategias de afrotamiento).

Las personas más próximas al niño tienen un papel muy importante en la prevención de los trastornos de ansiedad. Los padres y los educadores pueden reducir el impacto de las situaciones o acontecimientos vitales estresantes que viva el niño, pueden educarlo para potenciar sus recursos personales y pueden promover nuevas experiencias y fomentar hábitos de vida saludables. ¿Cómo?

En este documento se expondrán brevemente alguna de las pautas o líneas de actuación que los cuidadores del niño deberían seguir para prevenir en la medida de lo posible que éste desarrolle un problema de ansiedad.

Disminuir el impacto de los acontecimientos estresantes…

Los niños pueden carecer de recursos para afrontar de forma adecuada situaciones o acontecimientos vitales estresantes o traumáticos. La vivencia de una separación, de la muerte de un familiar o amigo, de un desastre natural (incendio, inundación), de un robo, de un accidente, etc. pueden superar la capacidad del niño para reaccionar de forma adaptativa. En estos casos, las personas próximas al niño deberían:

  1. Hablar con el niño de todo lo que le preocupa, de cómo se siente . Permitir que se desahogue y exponga todas sus preocupaciones, dudas y sentimientos. No forzar al niño a hablar de sus sentimientos, estar disponibles cuando él lo necesite.
  2. Actuar como modelos de conducta y afrontamiento : los niños aprenden a actuar y a afrontar los problemas imitando y adoptando como propios los modos de actuación de personas cercanas a ellos.
  3. Demostrar los sentimientos, no ocultarlos.
  4. Afrontar los problemas, no evitarlos: si el niño tiene miedo a alguna situación es importante que le anime a enfrentarse a ella. ¿Cómo?
  • Hacer de modelo para el niño: darle ejemplo afrontando la situación primero, sin forzar al niño a que lo haga: de este modo comprobará que estar cerca de ese objeto temido (perro, ascensor, etc.) o en esa situación no es peligroso ni tiene consecuencias negativas.
  • Ayudar a exponerse a la situación de forma gradual: primero acompañado, luego solo, comenzar por la situación más fácil, poco a poco aumentar la dificultad…
  • Felicitarlo por los avances.

En otros casos, acontecimientos cotidianos como el nacimiento de un hermano, la entrada al colegio, los problemas con otros compañeros, etc. pueden ser una fuente de preocupaciones para el niño. Los padres y cuidadores deberían:

  1. Comprender lo importante que para el niño es esa situación. No hay que restar importancia a acontecimientos que para un adulto pueden resultar intrascendentes: una pelea con otro compañero, un cambio de profesor, la dificultad en alguna materia escolar, etc. pueden ser lo suficientemente significativas para que el niño se muestre preocupado.
  2. Hablar con el niño de todo aquello que teme. ¿Qué es lo que le inquieta? ¿Qué es lo peor que puede pasar?.
  3. Adoptar una actitud propicia a la resolución del conflicto o problemas: ¿qué puede hacer el niño para solucionar ese problema? ¿cómo puede hacerlo? ¿está en su mano el solucionarlo?. Es importante que los cuidadores no adopten un papel demasiado directivo: el niño debe aprender a solucionar sus propios problemas. Solucionárselos no enseña al niño a ser autónomo, sino a depender de los padres o cuidadores y recurrir a ellos cada vez que tenga un pequeño contratiempo.
  4. Interesarse por la evolución del problema.
  5. Animar al niño, reforzarlo por los avances.

Educarlo para potenciar sus recursos personales

La respuesta ante una situación que genera ansiedad depende en parte de los recursos de que dispone el individuo para afrontar ese problema y de si percibe que es capaz de resolverlo. Dicho de otro modo, no basta con tener las armas para enfrentarse a un problema, hay que creer que se puede luchar contra él y superarlo. Este sentimiento de autoeficacia tiene mucho que ver con la autoestima. En la formación de la autoestima cobra especial importancia la familia y la escuela. ¿Qué se puede hacer para fomentar una buena autoestima en el niño?

  1. Amor incondicional: la aceptación sin condiciones de los padres es, sin duda, la mejor estrategia para fomentar en el niño una buena autoestima. El niño debe estar seguro del amor de sus padres hacia él por sí mismo, no por lo que hace. Muchos trabajos han señalado que los niños que tienen una baja autoestima se sienten poco aceptados o rechazados por sus padres. Aceptar a un hijo implica, por ejemplo:
  • Demostrarle afecto, que se siente orgulloso de él, que disfruta de su compañía.
  • Demostrar que entiende lo que le preocupa, interesarse por sus problemas.
  • Aceptar sus limitaciones, no pretender que sea perfecto.
  • Demostrarle afecto incluso cuando se porta mal.
  1. Brindarle apoyo: los padres deben demostrar a su hijo que ellos estarán allí cuando él necesite ayuda; los profesores deben expresar al niño que ellos pueden ayudarle cuando tenga dificultades en sus tareas escolares.
  2. Ayudar al niño a encontrar aptitudes, intereses y actividades. Reforzar y potenciar sus capacidades: animar al niño a mejorar sus habilidades en las tareas que realiza de forma deficitaria y, sobre todo, potenciar aquellas que más le gustan y que mejor o más fácilmente hace.
  3. Corregirle cuando hace algo mal. Es importante que se critique su actuación, pero no su forma de ser. Es más adecuado decir ‘no has hecho bien la cama’ que ‘eres un gandul, torpe…’, mejor señalar ‘si hubieras estudiado más habrías aprobado este examen’ que ‘eres vago y tonto’…
  4. Elogiarle por sus avances, por las cosas que hace bien. No exigir perfección ni rapidez. Valorar como válidos los resultados que vaya consiguiendo aunque no sean perfectos. A medida que haga las cosas le saldrán mejor y más deprisa.
  5. No ser excesivamente sobreprotector. Se ha visto que los niños que están muy sobreprotegidos por sus padres tienen frecuentemente una baja autoestima. La sensación de podernos valer por nosotros mismos se construye día a día y depende de las actividades que realizamos y los problemas que afrontamos. Hay que dejar que el niño se enfrente por sí solo a sus problemas y que aprenda estrategias para superarlos. Los padres no estarán siempre ahí para resolver todos los problemas de su hijo.

En este sentido, es importante fomentar en el niño:

  1. Una actitud activa dirigida a la resolución de problemas:
    1. Valorar un problema como un desafío en vez de como una amenaza.
    2. Creer que los problemas son resolubles
    3. Creer en la propia capacidad para resolver bien los problemas.
    4. No esperar que los problemas se resuelvan por sí solos, no posponer la resolución del problema, no evitarlo.
    5. Búsqueda activa de soluciones.

Está claro que no basta con animar al niño a actuar de esta forma, sino que los padres y otros cuidadores deben comportarse del mismo modo, actuar de modelos de conducta a seguir para el niño.

  1. Fomentar su autonomía. Es importante que el niño desde pequeño adquiera responsabilidades en casa y en la escuela: ayudar en pequeñas tareas de casa (poner la mesa, fregar los platos, hacer su cama, etc.), recoger su pupitre, ayudar a mantener en orden el aula…Estas tareas serán tanto más complejas conforme aumente la edad. Sin embargo, la autonomía va más allá de que el niño sepa valerse por sí mismo en las tareas cotidianas. Los padres no deben ser directivos y sí, en cambio, promover que el niño sea capaz de tomar sus propias decisiones, aún a riesgo de equivocarse, y de tener diferentes experiencias, aún a riesgo de ser negativas. Esto implica que es mejor aconsejar que ordenar, sugerir que imponer.
  2. No ser excesivamente exigente. Algunos padres fijan metas muy elevadas y esperan que sus hijos obtengan resultados excelentes. Otros padres no expresan de forma explícita este interés pero sí refuerzan al niño de forma diferencial en función de los resultados. Un exceso en las demandas externas que realiza la familia puede conducir a estados de elevada ansiedad en el niño. Éste puede estar preocupado por defraudar a sus padres si sus notas no son tan buenas como ellos esperan. En otros casos, son los propios niños los que se fijan metas muy elevadas. La mayoría de las veces se trata de niños y adolescentes inseguros y muy perfeccionistas, que basan su autoestima en conseguir ser el/la mejor en todo. En estos casos habría que:
  •  Disminuir el nivel de exigencia de los padres. Éste debe ser realista e ir acorde con la capacidad del niño.
  •  Crear una atmósfera de aceptación: el niño debe saber que sus padres no van a dejar de quererlo si lleva a casa malas notas.
  •  Fomentar una vida equilibrada: el rendimiento en la escuela no lo es todo, también son importantes las diversiones.
  •  Evitar hábitos perfeccionistas: estudiar hasta altas horas de la noche o repetir muchas veces un trabajo hasta que esté perfecto no es saludable. Es conveniente establecer un horario y unos objetivos de estudio realistas.
  •  Programar actividades deportivas y culturales que le gusten al niño.

Fomentar hábitos saludables, promover nuevas experiencias…

Es muy aconsejable que los niños tengan experiencias muy variadas. Esto les permitirá conocer a gente diferente y hacer amigos, conocerse mejor a sí mismos y saber cuáles son sus aptitudes e intereses más destacados, encontrarse con diferentes problemas y desarrollar habilidades y estrategias para resolverlos, etc. En definitiva, fomentar nuevas experiencias en el niño puede fortalecer su autoestima y sus recursos de afrontamiento y establecer una red de relaciones sociales.

El apoyo social es, sin duda, uno de los recursos más importantes para prevenir los problemas psicológicos, entre ellos los trastornos de ansiedad. Es importante fomentar las relaciones sociales del niño: dejar que realice salidas con otros niños, excursiones, dormir en casa de amigos, fijar una hora de regreso a casa que sea prudente pero no demasiado restrictiva…Cuantas más experiencias diferentes tenga el niño más estrategias desarrollará para afrontar problemas. Cuantos más amigos tenga mejor y más apoyado se sentirá para poder superar diferentes problemas.

Uno de los miedos que tienen los padres, especialmente cuando sus hijos son adolescentes, es que los amigos que lo rodean puedan influir negativamente en él. A los padres les preocupa que el chico pueda consumir alcohol, tabaco u otras drogas, se meta en peleas, etc. Es conocida la relación que existe entre las drogas y los problemas de ansiedad. Un consumo elevado de café, tabaco, alcohol u otras drogas puede tener consecuencias negativas para la salud mental y física del chico e interferir en sus actividades escolares o laborales y en sus relaciones familiares y sociales. Es importante que los padres:

  •  Estén informados sobre las drogas.
  •  Hablen con el chico/a de las drogas, de sus propiedades y efectos. Es mejor no mostrarse represor, transmitirle la idea de que puede hablar con sus padres abiertamente de lo que le preocupa.
  •  No actuar como un policía: los padres no están las 24h con el hijo ni pueden evitar que el chico pruebe las drogas. Deben confiar en él e insistir en el diálogo.
  •  Fomentar hábitos saludables: comer de forma sana y equilibrada, realizar ejercicio físico de forma habitual. El ejercicio físico ayuda a mejorar el estado de ánimo y a relajarse. Se trata de un ‘antídoto’ natural contra el estrés.

Si bien realizar diferentes actividades para potenciar las aptitudes del niño es aconsejable y saludable, y promover diferentes experiencias permite desarrollar estrategias para afrontar problemas y construir una buena red de apoyo social, no hay que excederse ni en la cantidad de actividades a realizar ni en lo que se espera de ellas. Los niños con un exceso de actividades extraescolares muestran cansancio, estrés y se sienten presionados. Tienen la necesidad de cumplir con todo y con todos y se dan cuenta de que no pueden. Esto puede repercutir de forma negativa en su salud mental. Es recomendable:

  •  No llenar la semana de actividades. Planificar un horario con el niño y destinar un tiempo suficiente a las tareas escolares, extraescolares y a su descanso. El horario debe ser realista
  • Planificar actividades gratificantes para el niño. Por ejemplo, si al niño le cuestan las matemáticas se pueden destinar algunas horas a la semana a repasar esta materia, pero también a realizar otras actividades que al niño le resulten más agradables: fútbol, música…
  • Las actividades deben gustar al niño, no sólo a los padres. Algunos padres quieren que el niño estudie o practique una actividad que ellos no pudieron realizar en su infancia. Hay que escuchar lo que quiere el niño.
  • No hay que ser excesivamente exigentes con el niño. Hay que animarlo a que lo haga lo mejor que pueda, y reforzarlo por los pequeños avances, pero no exigir resultados.

Una última nota...

Como se ha comentado a lo largo del texto, en la educación del niño y del adolescente participan tanto los padres como los profesores y otras personas próximas al niño. Es importante que:

  •  Haya comunicación entre todas las personas que se encargan de la educación del niño y se informen mutuamente de los problemas que tenga.
  •  Se haga un frente común para solucionar estos problemas ; esto implica que debe haber unidad de criterios y que todos deben trabajar en la misma dirección.

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Fuente: Noemí Gullamón. Clínica de la Ansiedad. Psicólogos especialistas en el tratamiento de la ansiedad.

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Tratamiento de la Ansiedad

Tratamiento de las fobias específicas o simples

Introducción

La intervención terapéutica conjuga, normalmente, tratamientos específicos, en función del diagnóstico principal, con otros de carácter más general o contextual, en función de las características personales y circunstancias del paciente.

Normalmente, las primeras intervenciones van encaminadas a reducir los síntomas de ansiedad y la incapacitación que producen. Posteriormente se analizan y tratan los factores que originan y/o mantienen la ansiedad y otras alteraciones que puedan acompañarla.

Habitualmente, los tratamientos incluyen aspectos relacionados con la recuperación de la salud, si se ha pérdido, aspectos relacionados con la prevención, y aspectos relacionados con el desarrollo personal del paciente que de un modo u otro tienen que ver con lo que le pasa.

Normalmente, al inicio del tratamiento, se acude a consulta una vez por semana. Cuando el tratamiento está mínimamente encauzado, se espacian las visitas, efectuándose habitualmente a razón de una visita cada 15 días.

Tratamiento específico de las fobias simples

Los tratamientos que han demostrado una mayor eficacia en el tratamiento específico de las fobias específicas son los basados en técnicas de modificación de conducta. He aquí una relación de aquellas técnicas consideradas más efectivas:

  • Información al paciente sobre la naturaleza de la ansiedad en general y de las fobias en particular: mecanismos básicos, procesos de condicionamiento, explicación sobre los síntomas y su alcance, relaciones entre pensamiento, emoción y acción.
  • Identificación y neutralización del procedimientos contraproducentes, utilizados por el paciente para regular su problema, pero que, en realidad, contribuyen, no a la solución, sino al mantenimiento del problema. Para más información sobre estos procedimientos puede consultarse el apartado Ir de mal en peor del menú de la izquierda.
  • Respiración diafragmática lenta y relajación muscular progresiva.
  • Exposición controlada y progresiva a situaciones temidas
  • Desensibilización sistemática: combinación de técnicas de relajación con el enfrentamiento gradual a estímulos fóbicos.
  • Prevención de respuesta o inundación: consiste básicamente en impedir las respuestas de evitación
  • Modelado operante: Inicialmente el paciente observa a un modelo, otra persona, que se enfrenta a las situaciones que él teme sin sufrir consecuencias desagradables. Después el paciente, progresivamente, con ayuda del terapeuta trata de emitir respuestas adaptativas a la situación, a pesar de que persista cierto grado de ansiedad.
  • Medicación: En el tratamiento de las fobias simples no se aconseja el uso de psicofármacos, salvo en algunos casos al inicio del tratamiento, o si existen problemas depresivos.
  • Materiales de autoayuda, como complemento de la terapia, y/o soporte de las «tareas para casa».

Estos son algunos de los recursos terapéuticos más conocidos y probados en el tratamiento de las fobias simples. Se ha de tener en cuenta no obstante, que estos trastornos pueden venir asociados a otros problemas, que requieren también un abordaje, en el contexto de un tratamiento integrado y convenientemente articulado. El tratamiento, en rigor, no lo es de la fobia, sino de la persona que lo padece, en relación, naturalmente, con la demanda que efectúa.

Los tratamientos suelen desarrollarse individualmente, aunque en algunos en ocasiones, en función del caso y del momento, está indicado el tratamiento grupal, o la participación de algún acompañante. Los tratamientos suelen durar en torno a unos seis meses.

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Fuente: Clínica de la Ansiedad. Psicólogos y psiquiatras. Tratamiento de las fobias específicas en Barcelona y Madrid.

Algunas referencias bibliográficas sobre tratamientos de la fobia simple:

Capafons, B. y Sosa, C. (2008). Tratando Fobias Específicas. Madrid: Editorial Pirámide.

Sandin, B. (2008). Las fobias específicas. Madrid: Klinik.

Agras, S. (1989). Pánico. Cómo superar los miedos, las fobias y la ansiedad. Barcelona: Labor

Marks,I.M.(1991a).Miedos, fobias y rituales: (2)Clínica y tratamientos. Barcelona: Martínez Roca

Echeburúa, E. y de Corral, P. (1995). Técnicas de exposición: Variantes y aplicaciones. En F.J. Labrador, J.A. Cruzado y M. Muñoz (Eds.), Manual de técnicas de modificación y terapia de conducta (pp. 422-456). Madrid: Pirámide.

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Buscar ayuda

Exploración y valoración psicológicas

El proceso de exploración y valoración psicológica tiene por objeto conocer al paciente y su problemática, hacer una valoración diagnóstica, e indicar una intervención terapéutica si se requiere. Normalmente dura entre una y tres entrevistas, según el caso, y puede requerir, o no, exploraciones complementarias.

Tras las presentaciones iniciales, el paciente explica a su manera el motivo de consulta, ofreciendo explicaciones sobre qué le preocupa, qué le pasa, cómo, cuándo, inicio, desarrollo, situación actual, expectativas, en fin, toda aquella información que permita trasladar al especialista una visión comprensiva del problema.

En esta primera fase el especialista suele elegir el método de entrevista abierta, es decir, anima y ayuda al paciente a que exprese libremente, con sus propias palabras, a su manera, lo que le pasa. No sólo existe información en lo que se dice, sino en cómo se dice y cómo se articula la explicación.

Posteriormente, el especialista elige un tipo de entrevista semi-estructurada, con preguntas específicas sobre diferentes aspectos, tendentes a conocer en profundidad el motivo de consulta y a elaborar la historia clínica del paciente: manifestaciones sintomatológicas, acontecimientos vitales recientes, conocimiento básico de la situación afectivo-familiar, laboral, social y lúdica, antecedentes médicos y psicológicos, antecedentes familiares, consumo de tóxicos, etc.

Es probable que se solicite al paciente la realización de pruebas específicas complementarias o que las aporte si las tiene: pruebas clínicas (análisis de sangre o electrocardiograma, por ejemplo), pruebas de diagnóstico por imagen (radiografías, por ejemplo) o pruebas psicométricas (cuestionarios generales, de personalidad por ejemplo, o específicos, por ejemplo de ansiedad).

Estas exploraciones son pruebas objetivas que contribuyen a conocer mejor el caso, por un lado, y a efectuar el diagnóstico diferencial por otro: algunos signos de afecciones psicológicas pueden coincidir con las manifestaciones sintomatológicas de otras afecciones médicas o psicológicas. Es importante, contar con un buen diagnóstico diferencial, que evite confusiones o solapamientos entre alteraciones que puedan presentar síntomas parecidos. El diagnóstico diferencial se efectúa, pues, sobre los datos de entrevista y, si se requiere, sobre los datos de las pruebas complementarias. Algunas de estas pruebas, por ejemplo test, cuestionarios y escalas de avaluación conductual, puede efectuarlas el propio especialista, otras han de solicitarse a los servicios pertinentes, explicando siempre al paciente los motivos para llevarlas a cabo y contando con su consentimiento.

Finalmente, el especialista está en condiciones de hacer una valoración rigurosa del caso, y más concrétamente un diagnóstico, y explicarlo en términos comprensibles al paciente. Sobre la base del diagnóstico, el conocimiento del paciente, y la demanda de éste, el especialista propone el tratamiento a seguir, explicando en términos generales sus características, implicaciones, perspectivas, periodicidad de las visitas, tiempo total estimado, etc.

A partir de aquí el paciente reafirma, si es el caso, su voluntad de seguir adelante con el proceso e iniciar el tratamiento propiamente dicho, si bien de las intervenciones anteriores ya se ha podido desprender algún efecto terapéutico o de cambio.

No obstante, no todos los casos consultados requieren un tratamiento propiamente dicho. En algunos casos es suficiente con la propia valoración psicológica o una mínima orientación.

Fuente: Clínica de la Ansiedad. Madrid y Barcelona. Psicólogos. Terapia cognitivo conductual.

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Interacciones contraproducentes

Rol de actor versus rol de espectador

Con este título nos referimos a una interacción contraproducente entre actos de afrontamiento de la ansiedad, perteneciente al grupo de las incompatibilidades, que se produce como consecuencia de la interferencia entre la ejecución de una tarea y la evaluación simultánea y sistemática de su modo de desempeño.

Así sucede, por ejemplo, cuando en el transcurso de un encuentro sexual, preocupados por nuestra respuesta y temerosos de que se produzca algún fallo, estamos pendientes de si la erección es buena o mala, si la compañera sexual se habrá dado cuenta, etc.; o en el desarrollo de una conferencia sobre determinado tema, estamos pendientes de evaluar la seguridad y aplomo con que estamos hablando, la fluidez verbal, etc.

Nos estamos refiriendo a una práctica muy común en los trastornos de ansiedad, consistente en llevar a cabo una actuación -rol de actor- a la par que, simultáneamente, se ejerce de crítico o analista de la misma -rol de espectador- desde diferentes prismas.

Se trata de verse desde fuera, por los ojos de los demás, como a través de un espejo o monitor de televisión. La finalidad es apreciar, monitorizar, el efecto que producimos -con atención preferente a los más temidos- e intentar corregirlos sobre la marcha.

Es básicamente una operación de control de imagen, vinculada al control de la evaluación. Un proceder que raramente ocurre si se está solo, y apenas ante amigos o familiares incondicionales, pero que tiende a aumentar a medida que aumenta el número de personas que observan, la distancia afectiva respecto a ellas, la autoridad que tienen o la valoración que les concedemos.

Los efectos contraproducentes se producen como consecuencia de la interferencia, inhibición recíproca y a veces bloqueo entre diferentes campos atencionales y operacionales, de modo que algunas tareas o partes substanciales de las mismas se vuelven irresolubles bajo esas condiciones. Se incrementa así el sentimiento de impotencia y dificultad, disminuye la autoeficacia y se reactiva la ansiedad.

En todos estos casos el sentimiento de ridículo y absurdo se potencia. Imagínese, por ejemplo, lo que sucedería si, bailando con un grupo de personas, el juego que jugamos no es tanto escuchar la música y expresar los movimientos rítmicos que nos provoca, cuanto atender a la mecánica de la propia agitación, muecas o contorsiones; es probable que se produzca una sensación parecida al absurdo que se produce si viendo un baile por televisión quitamos la música, con el agravante de que somos nosotros los protagonistas y los otros el jurado.

La interacción simultánea rol de actor / rol de espectador nos coloca constantemente en situación de pasar examen y a los otros en el papel de supuesto tribunal, con actitud fiscalizadora. Esta circunstancia aumenta la ansiedad y es capaz de convertir actos incluso de por sí placenteros en incómodos o aversivos.

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Fuente: Baeza Villarroel, J.C. (1994) ISBN: 84-490-0131-5. Clínica de la Ansiedad. Madrid y Barcelona

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Otros errores

La negación

La negación consiste en la invalidación de una parte de información desagradable o no deseada y en vivir la propia vida como si aquella no existiera. Es un mecanismo de defensa que los psicoanalistas relacionan fundamentalmente con la depresión, pero es apreciable en otras patologías, la ansiedad entre ellas, y aún en la vida cotidiana. La persistente negativa a verse influido por las evidencias de la realidad también es un indicativo de que el mecanismo de la negación está funcionando. La negación en el contexto de la enfermedad no se considera efectiva, ya que el individuo deja de desarrollar un afrontamiento apropiado (p.e. buscar atención necesaria).

Janis (1958) en un trabajo sobre los «procesos de preocupación» centra su investigación en el hecho de que las personas que usan la negación (también la evitación) como forma de afrontamiento experimentan un mayor alivio emocional en la primera situación amenazante, pero pagan por ello, manifestando una vulnerabilidad continuada en las siguientes. Por otro lado la gente que se enfrenta a la amenaza de forma vigilante, resulta más afectada al principio, pero en las ocasiones siguientes experimenta menor trastorno, puesto que se halla mejor preparada para dominar las demandas de la situación. En los estudios de Janis, los pacientes que mostraban poca o nula aprensión antes de la intervención quirúrgica, presentaron mayores trastornos post-operatorios que los pacientes que habían mostrado el normal grado de vigilancia y ansiedad antes de ser intervenidos.

Wolf y colaboradores (1964), probaron que los padres de niños leucémicos que se defendían de la dolorosa realidad mediante mecanismos psicológicos de negación excretaban menos 17-OCHS que los padres que asumían los hechos tal y como eran.

Breznitz (1983) que ha realizado un extenso estudio sobre la negación y los procesos de afrontamiento que la integran, señala que el uso de cualquier forma de negación implica falta de esperanza en poder cambiar la situación objetiva. En este sentido la teoría de la indefensión aprendida (Seligman 1975) ha servido para poner en evidencia los múltiples efectos del fracaso adaptativo.

Watzlawick, Weakland y fisch (1974) , que han estudiado la negación sobre todo en el ámbito de la terapia familiar, se refieren a ella en los siguientes terminos: » Un modo de abordar erróneamente un problema reside en comportarse como si tal problema no existiera, es decir aplicar como solución la negación del problema». De ello se derivan dos consecuencias: a) el reconocimiento del problema es considerado como manifestación de locura o maldad y b) el problema que exige cambio se complica crecientemente por los problemas creados por el erróneo modo de abordarlo», (pag. 68).

Marks (1987) por su parte señala que la negación puede ser un obstáculo para que la exposición funcione: tenemos multitud de puertas (la negación entre ellas) que impiden que las experiencias desagradables se hagan conscientes. Tales puertas nos protegen de una posible sobrecarga y nos permiten seguir funcionando manteniendo la activación en unos niveles que energizan más bien que paralizan. Para que la exposición funcione, la mayoría de dichas puertas deben abrirse, de modo que la experiencia de miedo sobrepase todas nuestras defensas haciéndose así posible la conciencia de la emoción, el procesamiento de esta y a partir de cierto punto su habituación. Los resultados experimentales empiezan a dar soporte a la idea de que la implicación en la exposición es mejor que la disociación durante la misma.

En suma, la negación, como tantas otras estrategias de afrontamiento, no puede calificarse como inherentemente buena o mala. Debe tenerse en cuenta el contexto y sobre todo desarrollar principios que especifiquen las condiciones bajo las cuales los procesos de negación pueden tener consecuencias favorables o desfavorables. Lazarus y Folkman (1984) ofrecen las siguientes consideraciones:

  1. Cuando no hay nada constructivo que pueda hacerse para vencer el daño o la amenaza; es decir, cuando no existe una acción directa importante, los procesos de negación contienen el potencial necesario para aliviar el grado de trastorno producido por la situación, sin alterar el funcionamiento del individuo o producir daño adicional.
  2. La negación puede ser adaptativa con respecto a determinados aspectos de la situación, pero no en su totalidad. Los pacientes que sufren diabetes pueden negar la gravedad de la situación siempre y cuando continúen atentos a su dieta, a su nivel de actividad y a la dosis de insulina.
  3. S. Miller (1980) señala que en situaciones sujetas a cambio -es decir, que pasen de incontrolables a controlables- , la estrategia óptima puede ser aquella que reduzca la activación sin impedir por completo el procesamiento de la información externa referida a la amenaza. Sin embargo, en las situaciones crónicamente incontrolables (e incambiables), la estrategia a elegir puede ser aquella que reduzca de forma efectiva tanto el nivel de arousal como el procesamiento concomitante de la información captada del entorno.
  4. La cronología de la negación como proceso de afrontamiento puede ser una cuestión de importancia. La negación puede resultar menos perjudicial y más afectiva en las primeras fases de una crisis, por ejemplo, en una enfermedad súbita, en una incapacitación o en la pérdida de un ser querido; es decir, cuando la situación ya no puede afrontarse en su totalidad, más que en fases posteriores.

Referencias bibliográficas

BREZNITZ, S. (Ed.) (1983). The denial of stress. Nueva York: International Universities Press.

JANIS, I. L. (1958). Psychological Stress: Psychoanalytic and behavioral studies of surgical patients. Nueva York. Wiley.

LAZARUS, R. S., y FOLKMAN, S. (1984). Stress, Appraisal and Coping. Nueva York: Springer Publishing Company, Inc. Ed. Española (1986): Estrés y procesos cognitivos. Barcelona: Martínez Roca, S. A.

MARKS, I. M. (1987). Fears, phobias, and rituals. Oxford University Press, Inc. Ed. Española (1991): Miedos, fobias y rituales. 1. Los mecanismos de la ansiedad. Barcelona: Martínez Roca, S. A.

MARKS, I. M. (1987). Fears, phobias, and rituals. Oxford University Press, Inc. Ed. Española (1991): Miedos, fobias y rituales. 2. Clínica y tratamientos. Barcelona: Martínez Roca, S. A.

MILLER, S. M. (1980). When is a little information a dangerous thing? Coping with stressful events by monitoring vs. Blunting. En S. Levine y H. Ursin /Eds.). Coping and health. Nueva York: Plenum.

SELIGMAN, M. E. P. (1975). Helplessness. San Francisco: W. H. Freeman. Traducción (1981): Indefensión. En la depresión, el desarrollo y la muerte. Madrid: Debate.

WATZLAWICK, P., WEAKLAND, J. H., y FISCH, R. (1974). Change, Principles of Problem Formation and Problem Resolution. Nueva York: W. W. Norton, Inc. Ed. Española (1976): Cambio. Formación y solución de los problemas humanos. Barcelona: Herder, S. A.

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Fuente: Baeza Villarroel, J.C. Clínica de la Ansiedad.

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Errores en la Anticipación

Extralimitación en el cálculo de riesgos

Tres cosas temo: La noche, el sufrimiento y la memoria».
Felipe Benítez Reyes, en El Equipaje Abierto

El mecanismo de la prevención consiste en el cálculo previo de riesgos con la finalidad de adelantarse a su ocurrencia, evitándolos, impidiendo el efecto sorpresa y la consiguiente falta de reacción, sorteándolos de algún modo o disponiendo de antemano de algún dispositivo defensivo. Todo ello en función del valor de los planes o estado que queremos preservar, de cómo pudieran verse afectados y afectarnos, de las expectativas de resultados y de las expectativas de auto-eficacia, en una situación y momento dados.

Sule entenderse que la máxima prevención consiste en ponerse en el peor de los casos y esta formulación es en cierto modo una máxima para el ejercicio de la prevención, en particular de la abusiva. Implica la contemplación de las últimas y más graves consecuencias. No tiene otro límite que la verosimilitud del supuesto imaginado, y ésta viene conferida por el hecho de que la ocurrencia del supuesto sea hipotéticamente probable, aunque sea en una proporción de uno sobre un millón:

«¿Quién me garantiza que no tendré un infarto aunque me
haya salido bien el electrocardiograma?»

-«¿Quién me asegura que el avión no pueda venirse abajo?»

Seguramente la casuística ofrece algún ejemplo sobre el que el paciente basa su razón inapelable, y justifica su actitud aprensiva.

Existe la creencia social y generalizada de que la falta de prevención es peligrosa y conlleva graves problemas. Se considera que toda prevención es poca y que si su defecto es nocivo, su exceso, si se diera, es inocuo. Se entiende que es preferible, ante algún indicio, ponerse en el peor de los casos, aunque después no acontezca, a no darle importancia y que después resulte algo grave e irreparable.

La popularización en nuestro entorno cultural de la filosofía aristotélica basada en la independencia e incluso contraposición entre lo racional, y lo emocional, reiterada después por Descartes (res cogitans versus res extensa) y los postulados sobre la división mente-cuerpo, han contribuido a que vulgarmente se ignore la estrecha relación entre lo que pasa por la cabeza y lo que pasa por el cuerpo, como si la evanescencia de las ideas no tuviera nada que ver con la materialidad del organismo, y como si aquellas pudieran usarse incontingentemente por lo que a consecuencias físicas se refiere.

No vamos a abundar aquí en el uso, funciones y límites de la prevención que el entorno cultural más próximo aporta al desarrollo cognitivo y representacional del individuo, ni en la importancia que las actitudes, comentarios de padres temerosos y sobre-protectores tiene sobre el aprendizaje de los estilos de pensamiento y anticipación del niño, y qué función juega todo ello en la configuración de la emotividad, la personalidad, la ideación o la acción.

El papel de dichos factores en la extralimitación en el cálculo de riesgos como modo de afrontamiento cognitivo de la ansiedad no parece determinante. Sí, en cambio, la auto-eficacia y la intensidad de los síntomas.

Desde la perspectiva cognitivo-social (Bandura 1986), lo que hace que los acontecimientos potencialmente aversivos resulten temibles es, sobre todo, la ineficacia percibida para afrontarlos. En la medida que el individuo piense que pude prevenir, terminar o disminuir la gravedad de los acontecimientos aversivos, dejará de tener razones para temerlos. Para aquellas personas que tienen dudas sobre su autoeficacia de afrontamiento, la preocupación por la ansiedad y su anticipación excede las dificultades objetivas, causa gran malestar y dedican mucho tiempo a acciones de tipo defensivo (básicamente la evitación) lo que implica estar mentalmente advertido de antemano (Bandura 1978 b). Exageran la magnitud de sus deficiencias y las dificultades potenciales del medio (Beck 1976, Meichenbau 1977, Sarason 1975 a). Tales dudas autorreferidas crean estrés y al distraer la atención de lo que debería ser el comportamiento adecuado dificulta la utilización adecuada de los recursos.

El hombre no es simple predictor de su conducta, es también su productor. El paciente no es solo tal, respecto de su enfermedad, es también agente.

Si se considera que las situaciones amenazantes no pueden afrontarse eficazmente, y tampoco pueden o deben evitarse, es probable que la persona opte por el control interno ante la aparición de síntomas de ansiedad.

Shelton y Mallinckrodt (1991) en un trabajo donde se relacionaban las variables nivel de ansiedad, lugar de control interno o externo y la autoeficacia como predictores del tipo de tratamiento preferido por parte de los sujetos objeto de estudio, encontraron que los sujetos que eligieron tratamientos focalizados sobre la tarea puntuaron significativamente más bajo en el test de ansiedad y más alto en el de autoeficacia, en comparación con los que eligieron un tratamiento basado sobre el control interno de la ansiedad, que puntuaban alto en ansiedad y bajo en autoeficacia.

Si la intensidad de los síntomas de ansiedad es muy alta, son tomados como indicador de riesgo grave para la salud física o mental. Es natural que los sujetos dirijan su estrategia hacia su control interno dado que el valor salud es para la mayoría de personas jerárquicamente superior a otros. En estos casos es probable que el paciente no se conforme con evitar las situaciones donde la ansiedad se manifiesta más crudamente, sino que considerando que algo interno falla se ocupe de estudiarse, conjeturar, auto-escucharse, plantearse supuestos para reducir la incertidumbre o, en cierto modo, crearla como mecanismo defensivo.

Existe la idea de que la incertidumbre, la duda, tiende a ser evitada y reducida, y es cierto en muchos casos, pero en otros, en tanto que estrategia defensiva, se propicia, (en el sentido de no fiarse, recelar) como modo de prevención.

Basta, por ejemplo, pensar en la tendencia, reiteradamente observada en la práctica clínica, que tienen los hipocondriacos a consultar lecturas para saciar sus dudas y tranquilizarse, y cómo, sistemáticamente, terminan más inciertos e inseguros. En este caso, que se reduzca la probabilidad objetiva de daño no redunda en que disminuya la subjetiva, que normalmente se incrementa, entre otros factores porque desde una actitud de sospecha y en la línea de ponerse en lo peor, se generan nuevos indicios que adquieren valor inquietante, generándose una actitud aprensiva no como simple efecto colateral, sino precisamente como base de la acción preventiva. La incertidumbre guarda relación con cómo la probabilidad de que ocurra un acontecimiento influye en su evaluación. Epstein y Roupenion (1970) muestran experimentalmente las diferencias entre la probabilidad objetiva y la subjetiva; por ejemplo, en uno de sus experimentos, una probabilidad del 5% se transforma subjetivamente en una de 50% y una de 50% se transforma en una subjetiva de 95%. Hay discusión entre diferentes autores (Gaines, Smith, Skodmik 1977, Monat, Averil y Lazarus -1972-, Epstein y Roupenian -1970- ) y contradicciones experimentales sobre si la activación (arousal) es igual, mayor o menor frente a diferentes probabilidades de ocurrencia.

La ansiedad intensa es capaz de interferir, por si misma, con el funcionamiento cognitivo dificultando aún más el afrontamiento. Cuando no se puede decidir sobre una pauta de acción, puede producirse miedo, preocupación excesiva, pensamiento obsesivo y más ansiedad. Generar incertidumbre, inhibe y paraliza (Breznitz, 1971).

La sensibilidad hacia la ansiedad parece guardar más relación con experiencias previas de ansiedad y estrés que con la ansiedad como rasgo de personalidad. (Shostar y Peterson, 1990).

Lazarus-Mainca, Friebel y Unshelm (1982) examinaron varias formas de afrontamiento, dependiendo de la ansiedad individual. En un experimento se pidió a los sujetos que imaginaran historias específicas que defirieran en la cantidad de contenido amenazante. En otro experimento, los sujetos hicieron pantomima en dirección a generar o reducir ansiedad, dependiendo de las instrucciones. Los sujetos con más ansiedad tendieron a asociar más sentimientos negativos con situaciones amenazantes que recordaban. Cuando imaginaban situaciones amenazantes, activaban menos concepciones reductoras de la ansiedad y eran menos capaces de controlar las concepciones generadoras de ansiedad que los sujetos con una tasa más baja de ansiedad.

La tolerancia ante estímulos nocivos o aversivos parece depender también de la atribución de eficacia personal frente a la situación (Simon, 1988; Vallis y Bueher, 1986; Ruiz y Avia, 1987), siendo mayor -sintiendo menor dolor- cuando la habilidad percibida es mayor.

Villamarin (1990) en una revisión de la mayoría de investigaciones generadas por la Teoría de la Auto-eficacia, de Bandura, en relación con los trastornos de ansiedad y depresión, pone de manifiesto que, efectivamente, a mayor auto-eficacia mayor conducta de afrontamiento y menor sensación subjetiva de miedo. La relación entre auto-eficacia y activación autonómica aparece poco clara: en algunos estudios se ha encontrado una relación directa (a mayor auto-eficacia, menor reactividad fisiológica), mientras que en otros no se ha encontrado ningún tipo de relación.

Feltz (1982) había encontrado que la respuesta fisiológica de ansiedad no era una fuente significativa de información de auto-eficacia. Sugiere que una posible explicación de este hallazgo, contrario a lo previsto por la teoría de la auto-eficacia, sería que algunas personas no perciben con precisión su activación fisiológica, y considera que la percepción subjetiva que los individuos tienen de su activación fisiológica influya más en la auto-eficacia que el grado de activación real. Este supuesto se puso a prueba (Feltz y Mugno, 1983) y se encontró que la «activación fisiológica percibida» frente a la tarea (saltos de espalda en piscina desde trampolín) fue un predictor significativo de la auto-eficacia: A mayor «activación fisiológica percibida menor auto-eficacia. Dicho de otro modo, a menor auto-eficacia, mayor activación psicológica percibida». Si la falta de auto-eficacia ante una situación favorece que el individuo dirija el afrontamiento al control emocional, es probable que perciba esta como más alta al centrar su atención sobre ella, que la percibida por quien, con mejor auto-eficacia, centra su afrontamiento sobre el problema, fija en él su atención.

Referencias bibliográficas

BANDURA, A. (1978). Reflections on self-efficacy. En S. Rachman (ed.), Advances in behaviour research and therapy. (Vol. 1, pp. 237-269). Oxford: Pergamon.

BANDURA, A. (1986). Social Foundations of Thought and Action. New Jersey: Prentice-Hall, Inc. Ed. Española (1987): Pensamiento y acción. Barcelona: Martínez Roca, S. A.

BECK, A. T. (1976). Cognitive therapy and the emotional disorders. Nueva York: International Universities Press.

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FELTZ, D. L., y MUGNO, D. A. (1983). A replication of the path analysis of the causal elements in Bandura’s theory of self-efficacy and the influence of autonomic perception. Journal of Sport Psychology, 5, 263-277.

GAINES, L. L., SMITH, B. D., y SKOLNICK, B. E. (1977). Psychological differentiation, event uncertainty, and heart rate. Journal of Human Stress, 34, 11-25.

LAZARUS MAINKA, G., FRIEBEL, U., UNSHELM, S. (1982). Anxiety and the image of threatening situations. Psychologische Beitrage. Vol. 24 (3) 356-369.

MEICHENBAUM, D. H. (1977). Cognitive-behavior modification: An integrative approach. Nueva York: Plenum.

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RUIZ, M. A., y AVIA, M. D. (1987). Diferencias individuales en autocontrol dentro del paradigma de tolerancia a la estimulación aversiva. Estudios de psicología, 27/28, 75-85.

SARASON, I. G. (1975 a). Anxiety and self-preoccupation. En I. G. Sarason y D. C. Spielberger (Eds.), Stress and anxiety (Vol. 2, pp. 27-44). Washington, DC: Hemisphere.

SHELTON, Diane M., MALLINCKRODT, B. (1991). Test anxiety, locus of control, and self-efficacy as predictors of treatment preference. College-Student-Journal. Vol. 25 (1) 544-551.

SHOSTAK, Barbara A., PETERSON, Rolf A. (1990). Effects of anty sensitivity on emotional response to a stress task. Behaviour Research and Therapy. Vol. 28 (6) 513-521.

SIMON, M. A. (1988). Autoeficacia y tolerancia a la estimulación aversiva: Efectos diferenciales del Feedback atribucional. Análisis de Conducta. Vol. 14, Nº 41, 401-416.

VALLIS, T. M., y BUCHER, B. (1986). Self-efficacy as a predictor of behavior change: Interaction with type of training for pain tolerance. Cognitive Therapy and Research, 10, 79-94.

VILLAMARIN, F. (1990). Papel de la auto-eficacia en los trastornos de ansiedad y depresión. Análisis y Modificación de Conducta, Vol. 16, Nº 47, 55-77.

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Fuente: Baeza Villarroel, J.C.(1994). ISBN: 84-490-0131-5. Ilustración: Francisco García. Clínica de la Ansiedad.

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Psico-lógicas del miedo

Ansiedad: Sesgo falsacional. Inversión de la carga de la prueba

A los procesos de atender y de significar-interpretar sigue un tercero: comprobar la hipótesis o la formulación a falsar.

Permítasenos una breve disquisición que resultará esclarecedora para el proceso que pretendemos explicar. En un estado de derecho, con todas sus garantías, rige la llamada presunción de inocencia, lo que significa que una persona, a pesar de posibles indicios en contra, es considerada como inocente mientras no se demuestre lo contrario. Es decir, la carga de la prueba recae sobre la demostración de culpabilidad. La hipótesis a falsar es la inocencia, que se tomará por cierta mientras no se aporten pruebas contrastadas y suficientes de lo contrario.

Pues bien, aunque la mayoría de nosotros no somos jueces o investigadores profesionales, continuamente manejamos conjeturas –generamos hipótesis-, tratamos de contrastarlas –las sometemos a prueba- y obramos en consecuencia en una determinada dirección.

En circunstancias regulares, en lo referido a nuestra salud, el trabajo, la pareja, impera la presunción de normalidad a pesar de la existencia de algunos problemas en cada una de esas áreas, más o menos excepcionales, que llaman quizás nuestra atención o nos generan algún recelo o desconfianza.

En situaciones normalizadas, que no entrañan riesgos especiales, dónde la probabilidad subjetiva de ocurrencia de peligro es escasa o las consecuencias menores, lo excepcional, lo imprevisto o lo incierto no alteran la presunción de normalidad. Así, por ejemplo, si vamos por a calle y se nos acerca alguien cuyas intenciones no conocemos consideramos, en principio, no obstante, que no pasa nada amenazante mientras no se demuestre lo contrario, y eso aunque nos haya generado cierta inquietud o alerta; quien se acerca no es un delincuente –un ladrón, un terrorista- mientras no se manifieste explícitamente en ese sentido. Otro ejemplo. Si nuestra pareja se retrasa respecto de su hora habitual de llegada a casa -hecho que no deja de llamarnos la atención y generar alguna preocupación- consideramos, a pesar de la extrañeza que esa circunstancia nos pueda producir, que el motivo será intrascendente o poco preocupante, mientras no se demuestre lo contrario. Un último ejemplo. Si un día nos duele la cabeza, ocasionándonos un intenso malestar y condicionando nuestros planes, entendemos no obstante, a pesar de desconocer el motivo, que nuestra salud no se encuentra comprometida, mientras no se demuestre lo contrario.

En situaciones consideradas de excepción, cuando la ansiedad e inseguridad ante un supuesto peligro son muy intensos e inasumibles, se produce, normalmente de manera automática, un cambio en los procesos y métodos de análisis: la inversión de la carga de la prueba, proceso que bajo determinadas condiciones puede tener un claro valor adaptativo frente a peligros graves, traumáticos o de consecuencias irreversibles.

En una situación de guerra, grave conflicto social, violencia y actos de terror es probable que los individuos que se acerquen a personas o lugares especialmente expuestos o sensibles, sean considerados, de entrada, como malhechores, aun cuando no lo parezcan y aunque se desee profundamente que no lo sean. Para que sean considerados inofensivos han de superar una serie de pesquisas, chequeos, interrogatorios, pruebas, contrapruebas, encaminadas a demostrar que no son lo que se les presume. Así procede también la persona celosa ante un retraso de su pareja, o el hipocondríaco ante una molestia física. Es decir, se toma lo temido por cierto, mientras no se demuestre lo contrario.

En todos los casos, la persona que se siente amenazada, solo se sentirá tranquila, tras demostrase la inocencia o inocuidad del transeúnte, del  retraso de la pareja o de la naturaleza de los síntomas. Inocencia caduca y efímera, que queda solo corroborada para esa determinada circunstancia. Si en los próximos días se repite algo parecido, las pesquisas, pruebas y exámenes de hoy no son probatorias de nada: que nuestra pareja no se retrasara ayer para coquetear con su amante, no quiere decir que hoy no se haya vestido para él. Que el dolor de la semana pasada no fuera debido al cáncer, no quiere decir que no lo sea el de hoy, incluso podría ser que, entonces, el médico se hubiera equivocado, el escáner no hubiera funcionado correctamente en ese momento, o la analistas, traspapelara los expedientes. Porque estas cosas pasan ¿o no?.

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Fuente: J. Carlos Baeza Villarroel. Clínica de la Ansiedad, 2008.

Video: Sesgos cognitivos Falsacional y Finalístico en Trastornos de Ansiedad. José Carlos Baeza Villarroel. II Jornadas sobre Emociones y Bienestar. Organizadas por la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y Estrés (SEAS) y la Fundación Mutua Madrileña (FMM). Madrid: 1,2, 3 de octubre de 2009. Puede descargarlo en Video grabado y difundido por FMM.

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Ansiedad y otros

Hipocondría: Ansiedad por la enfermedad

Hipocondría: una aproximación al problema

«…el paciente describe ataques ocasionales de dolor abdominal leve, sensación de plenitud, ruidos intestinales, y una masa abdominal firme (…) Durante los últimos meses ha ido aumentando progresivamente su preocupación por estas sensaciones, hasta el punto de estar convencido de que pueden traducir la presencia de un carcinoma de colon. Somete sus heces a valoraciones semanales para ver si hay sangre oculta y dedica 15-20 minutos cada 2-3 días a palparse cuidadosamente el abdomen (…) Cuenta su historia con un tono sincero, desanimado, y sólo se alegra (…) cuando puede proporcionar una explicación detallada del descubrimiento de una anomalía uretral genuina, pero clínicamente insignificante…» (Fuente: DSM-IV: Libro de Casos).

El cuidado de nuestro cuerpo y las preocupaciones razonables por la salud son conductas adecuadas, sirven para prevenir diferentes enfermedades. Y, desde luego, cuando se padece realmente una enfermedad, son aún más adecuadas, siempre y cuando, sean proporcionadas a la enfermedad padecida. Lo que ocurre en la hipocondría es una desorbitada preocupación por padecer enfermedades que, o no se tienen, o, teniéndolas, no justifican semejante preocupación. Las cavilaciones se basan en pequeñas sensaciones físicas vagas e imprecisas. Esta inmensa preocupación genera mucha angustia y suele llevar al descuido de diferentes actividades que la persona antes realizaba con normalidad -ej. abandono del trabajo, desatención a la vida de pareja por estar más centrado uno en sus propias sensaciones-.

Los componentes esenciales de la hipocondría se pueden dividir en tres formas de respuesta:

Cognitivos

  • preocupación por el propio cuerpo y por padecer diferentes enfermedades.
  • rumiaciones sobre síntomas, salud y enfermedad y sus consecuencias.
  • autobservación excesiva de las funciones del cuerpo y tendencia a verlas como señal de enfermedad.
  • más atención a las posibles consecuencias negativas, desoyendo los aspectos más saludables de uno mismo y de la vida.

Emocional-fisiológicos

  • ansiedad
  • temores sin correspondencia con el peligro real
  • cambios en el estado de ánimo

Conductuales

  • hablar a propios y extraños de las varias dolencias y síntomas.
  • búsqueda de información en diferentes fuentes (enciclopedias, otros enfermos, familiares…).
  • autoobservaciones repetidas y manipulación de diferentes partes del cuerpo para comprobaciones diversas.
  • aumento de las visitas a médicos y especialistas, y deterioro de las relaciones con éstos.
  • disminución de otras actividades sobre todo las de buena salud y aquellas que implican responsabilidad social o laboral.

La persona hipocondríaca está muy metida en el rol de enfermo, es decir, centra la mayor parte de su vida en la vivencia de estar enfermo. Aunque la hipocondría como trastorno se clasifica independiente de la ansiedad y la depresión, muchas veces aparece junto a ellas. Esta coexistencia se explica por varios motivos. El tono de ánimo negativo hace que nos centremos más en nosotros mismos, lleva a interpretar sensaciones neutras como señales de peligro potencial de enfermedad, y vuelve más catastrofistas nuestras expectativas de padecer una enfermedad y lo que significaría padecerla. Además también se ve aumentada nuestra atención a aspectos negativos de la vida, entre ellos las enfermedades, y a recordar enfermedades que se padecieron o padecieron otras personas en el pasado. Y no hay que olvidar que las propias emociones negativas pueden generar síntomas físicos (la ansiedad, por ejemplo, genera palpitaciones, sudores, temblores…) que pueden ser vistos como enfermedad física si se desconoce su origen, o, incluso pueden provocar problemas físicos reales (úlceras, psoriasis, cefaleas tensionales, hipertensión arterial, asma bronquial, etc…).

Entre los factores que facilitan el inicio de los cuadros de hipocondría, suelen citarse los siguientes:

  1. Experiencias previas con efectos sensibilizadores(p.ej. conocimiento de errores médicos, familiares enfermos, padre hipocondríaco…) y factores de aprendizaje en relación al propio cuerpo (fundamentalmente costumbres sociales en la expresión emocional de la enfermedad y las reacciones a ella, capacidad amplificada para percibir las propias reacciones internas, y fallos en la forma de afrontar situaciones estresantes).
  2. Formación de creencias erróneas sobre los síntomas, la salud y la enfermedad. Además de una atención selectiva a aspectos negativos y tendencia a confirmar estas creencias erróneas.
  3. La presencia de un incidente crítico externo (muerte de un familiar, información sobre una enfermedad cuyos síntomas uno cree padecer) o interno (estado de ánimo negativo) suele activar estas creencias y comportamientos arriba señalados, desencadenándose así los componentes característicos de la hipocondría.

Una vez iniciada la hipocondría, hay otros factores que contribuyen a su mantenimiento, entre ellos:

  • continúas visitas a los médicos y a especialistas, sin encontrarse causa física al problema, y sin explicación satisfactoria. Hay un grupo de pacientes hipocondríacos, sin embargo, que evitan sistemáticamente cualquier consulta o exploración médica por temor a que se les confirme la enfermedad temida.
  • insistente búsqueda de información sobre enfermedades a partir de diferentes fuentes.
  • rumiaciones sobre síntomas, salud y enfermedad y sus consecuencias.
  • aparición de enfermedades reales que confirmen las creencias.
  • la persona centra la mayor parte de su vida en la vivencia de estar enfermo.
  • el abandono de interés y la falta de actividad llevan a atender más a las propias sensaciones.
  • atención continuada a la persona y sus quejas por parte de sus conocidos.

En medicina esta enfermedad tiene un mala aceptación y entendimiento. La relación médico-paciente se va deteriorando. El paciente no está satisfecho con las explicaciones médicas que le dicen que no tiene ningún problema físico o que es un enfermo imaginario.

Desde el punto de vista psicológico, una vez comprobado que hay un buen estado de salud, el foco de tratamiento pasa a ser las preocupaciones por la salud y las emociones y conductas asociadas. Los medicamentos no son efectivos, salvo en la medida en que reducen la ansiedad o el desánimo.

El tratamiento psicológico que más claramente ha demostrado su eficacia es el llamado cognitivo-conductual . Se caracteriza por ser básicamente educativo, se enseña al paciente, y a sus familiares si es necesario, nuevas formas de afrontar el problema y se les anima a que dejen de afrontarlo como hasta ahora hacían. Además hay otros componentes específicos como son la relajación, la exposición a las propias sensaciones previniendo respuestas de evitación, reconsideración de los síntomas regulación del estado de ánimo y la ansiedad, análisis de errores en la atribución, programación de tareas y prohibiciones, etc… Los más importantes de estos tratamientos específicos, están más detallados en el apartado correspondiente.

Diagnóstico diferencial de la Hipocondría

El diagnóstico diferencial sirve para hacer una correcta valoración de una enfermedad con respecto a otras parecidas, con las que pudiera confundirse o solaparse. Es una valoración clínica que corresponde exclusivamente a los especialistas, en ningún caso a los pacientes. En muchos casos requiere de pruebas y exploraciones complementarias que han de solicitarse a los servicios médicos pertinentes en cada caso.

En el caso la hipocondría el diagnóstico diferencial se hace respecto a:

  • Enfermedad médica: explica completamente la hipocondría, y conlleva unas preocupaciones realistas en relación a la gravedad objetiva de la enfermedad.
  • Síntomas somáticos en la niñez: Son normales en esta etapa y no se debe diagnosticar hipocondría a menos que haya preocupación prolongada por padecer una enfermedad grave.
  • Preocupaciones por la salud en la vejez: son más realistas o bien se relacionan con un trastorno del estado de ánimo.
  • Trastornos de ansiedad: en el trastorno por ansiedad generalizada puede haber preocupación por padecer una enfermedad grave, pero ésta es sólo una de las preocupaciones. Aunque en la hipocondría son posibles pensamientos obsesivos sobre la enfermedad y rituales asociados, en el trastorno obsesivo compulsivo las obsesiones y las compulsiones no se restringen a la enfermedad. Las preocupaciones hipocondríacas pueden desencadenar ataques de pánico, sólo se diagnosticará trastorno de pánico cuando estos ataques sean recurrentes e inesperados. En la fobia específica a las enfermedades la persona tiene miedo sobre todo a la posibilidad de llegar padecerá alguna enfermedad, en cambio en la hipocondría hay preocupación por padecerla ya. También se diferencia del trastorno de ansiedad por separación que se inicia en la infancia y en situaciones en que hay separación de personas importantes para el sujeto.
  • Trastornos somatomorfos: en el trastorno dismórfico corporal la preocupación se centra en el aspecto físico (recordemos que esta distinción no la hace la CIE-10). En el resto de trastornos somatomorfos (trastorno de somatización, trastorno de conversión, trastorno por dolor y trastorno somatomorfo indiferenciado) también hay síntomas físicos pero no existe preocupación por padecer una enfermedad grave.
  • Episodio depresivo mayor: puede haber preocupación excesiva por la salud física, pero se limita a los momentos en que la persona está deprimida.
  • Trastornos psicóticos: en la hipocondría la creencia de padecer una enfermedad no llega a las proporciones de los delirios somáticos (p. ej. se puede aceptar que la enfermedad temida no exista, o que no se corresponda con la estructura del propio organismo).

Tratamiento de la hipocondría

El inicio de cualquier tratamiento requiere:

  • Una valoración diagnóstica precisa
  • Un conocimiento exhaustivo de los factores implicados en el origen y desarrollo del problema: antecedentes, factores desencadenasteis, factores predisposicionales, factores de mantenimiento, soluciones intentadas, etc.
  • Un conocimiento suficiente del paciente y sus circunstancias: grado de deterioro de la salud y el bienestar, incapacitación e interferencias en planes de acción o estatus significativos para la persona, recursos personales, atribución de capacidad y eficacia, rasgos destacados de la personalidad y del sistema de valores, estado emocional general, etc.
  • La formulación de un esquema explicativo que identifique las variables más relevantes del caso, las relaciones críticas entre ellas, y el proceso que han ido siguiendo a lo largo del tiempo.
  • El establecimiento de una relación adecuada entre el paciente y el especialista que les permita trabajar juntos de manera eficiente: reconocimiento mutua, comunicación eficaz, confidencialidad, seguimiento de prescripciones etc.
  • Finalmente, en función de todo lo anterior, el establecimiento de unos objetivos evaluables y unos medios convenientemente ordenados y secuenciados. Estos últimos, los medios y su despliegue, en función de la demanda formulada por el paciente, son los que constituyen el tratamiento propiamente dicho.

La intervención terapéutica conjuga, normalmente, tratamientos específicos, en función del diagnóstico principal, con otros de carácter más general o contextual, en función de las características personales y circunstancias del paciente. Normalmente, las primeras intervenciones van encaminadas a reducir los síntomas de ansiedad y la incapacitación que producen. Posteriormente se analizan y tratan los factores que originan y/o mantienen la ansiedad y otras alteraciones que puedan acompañarla.

Habitualmente, los tratamientos incluyen aspectos relacionados con la recuperación de la salud, si se ha perdido, aspectos relacionados con la prevención, y aspectos relacionados con el desarrollo personal del paciente que de un modo u otro tienen que ver con lo que le pasa.

Normalmente, al inicio del tratamiento, se acude a consulta una vez por semana. Cuando el tratamiento está mínimamente encauzado, se espacian las visitas, efectuándose habitualmente a razón de una visita cada 15 días.

Tratamientos específicos de la hipocondría

Los tratamientos que han demostrado una mayor eficacia en el tratamiento específico de la hipocondría son los tratamientos psicológicos basados en procedimientos cognitivo-conductuales.

En los tratamientos psicológicos se explican al paciente los factores de origen y de mantenimiento de la hipocondría, se le insta a que deje de hacer continuas visitas a médicos y especialistas, a que procure no hablar repetidamente de sus dolencias y síntomas y, en general, a que deje de centrar su vida en la preocupación por padecer una grave enfermedad. A las personas cercanas se las invita a que no recompensen las quejas ofreciendo algún tipo de beneficio o ganancia. Todo esto que se desaconseja, está relacionado con la solución que hasta ahora se ha intentado, y que, seguramente, no ha dado resultado.

He aquí una relación de aquellas técnicas consideradas más efectivas:

  • Técnicas de Reestructuración Cognitiva: son un conjunto de técnicas que trabajan con los pensamientos, usando el diálogo y las pruebas para validar los pensamientos. Para la hipocondría se trabaja con los errores al atribuir los síntomas vagos, ambiguos y normales a enfermedad grave. También se anima a cambiar el foco de atención, que parece estar atascado en las enfermedades y sus perniciosas consecuencias, ampliándolo a sensaciones saludables del propio cuerpo. Y se busca instaurar nuevas creencias más realistas sobre la salud y la enfermedad.
  • Técnicas de relajación: Recuérdese que la ansiedad puede provocar síntomas que se pueden atribuir a enfermedad grave o, incluso, generar enfermedades graves. Además el generar estas nuevas sensaciones agradables y gratificantes, ayuda a cambiar el foco de atención y orienta hacia un pensamiento menos negativista, reduciendo en algo las preocupaciones existentes.
  • Inundación imaginaria ante la posibilidad de enfermedad grave o muerte: consiste en intentar visualizar los pensamientos y presentimientos negativos sobre enfermedad y muerte, como si realmente hubieran ocurrido. Aunque pueda padecer muy angustiante, sirve para afrontar directamente el miedo a la muerte, el envejecimiento y el posible rechazo de los demás, de manera que la vida presente se hace mucho más llevadera.
  • Exposición intereoceptiva. Técnica de las conocidas con el nombre de paradágicas, donde se pide al paciente que, mediante diversos procedimientos, se genere y se exponga voluntariamente a los síntomas y sensaciones temidas. De esta manera el sujeto percibe que tiene un control sobre dicho síntomas. Se consigue que sensaciones que antes se consideraban como señal de peligro se vean como absolutamente normales. Por tanto, esta técnica, también contribuye a un cambio en el pensamiento y a reducir la angustia y la preocupación.
  • Entrenamiento en Técnicas de Asertividad: Con la mejora de la asertividad y la autoestima se desarrollan formas más efectivas de conseguir los objetivos y deseos (laborales y, sobretodo, sociales), sin tener que usar la queja y los síntomas como forma de comunicación.
  • Análisis y resolución de áreas conflictivas de la vida de la persona: se tratan específicamente, y con tratamientos también específicos según el área, aspectos de la vida de la persona que han quedado seriamente dañados como consecuencia de la enfermedad, o bien han incidido de alguna manera en su aparición o mantenimiento.
  • Medicación: en la hipocondría los medicamentos no tienen mucha efectividad, salvo para regular la sintomatología ansiosa o depresiva que suele acompañarla. Normalmente se utilizan Ansiolíticos y/o Inhibidores Selectivos de la Recaptación de la Serotonina.

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Fuente: Clínica de la Ansiedad. Psicólogos  y psiquiatras en Barcelona y Madrid.

Referencias para saber más

Avia, M.D. (1993). Hipocondría. Barcelona. Ediciones Martínez Roca S.A.

Bauris, M. (1990). Hipocondría. Barcelona. Gedisa Editorial.

First,M; Frances, A.; Pincus H.A. (1999). DSM-IV: Manual de diagnóstico diferencial. Barcelona. Ed. Masson.

First,M; Frances, A.; Pincus H.A. (2002). DSM-IV: Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. Barcelona. Ed. Masson.

Radio Televisión Española: Hipocondríacos, programa La observadora, emitido el 5 de mayo de 20014, con participación de Rosa León, psicóloga de Clínica de  la  Ansiedad :

Video: Hipocondría: Ansiedad por la enfermedad.

Documentos relacionado

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Estrés Postraumático

Estrés Postraumático: Diagnóstico Diferencial

El diagnóstico diferencial sirve para hacer una correcta valoración de una enfermedad con respecto a otras parecidas, con las que pudiera confundirse o solaparse. Es una valoración clínica que corresponde exclusivamente a los especialistas, en ningún caso a los pacientes. En muchos casos requiere de pruebas y exploraciones complementarias que han de solicitarse a los servicios médicos pertinentes en cada caso.

El diagnóstico diferencial del Trastorno por Estrés Postraumático ha de hacerse respecto a:

  • Trastorno Adaptativo: se usa este diagnóstico cuando se dan los mismos síntomas que en el trastorno por estrés postraumático pero no son debidos a un muy grave acontecimiento. También cuando dándose un grave acontecimiento, no ocurre el cuadro de síntomas típico del TEP.
  • Síntomas de evitación, embotamiento afectivo y aumento de la activación previos al acontecimiento traumático: se deben a otros trastornos ya presentes antes del suceso estresante.
  • Aparición de otros trastornos mentales por la exposición al acontecimiento traumático: entonces se reunirían los criterios para trastornos como el trastorno psicótico breve, el trastorno de conversión, el trastorno depresivo mayor u otros. No obstante, si también se cumplen los criterios para el TEP se harían ambos diagnósticos.
  • Trastorno por Estrés Agudo: el cuadro de síntomas aparece y desaparece en las 4 semanas siguientes al suceso traumático. Si persiste más de un mes y se dan los síntomas característicos del TEP, el diagnóstico será el de TEP.
  • Trastorno Obsesivo-compulsivo: también hay pensamientos intrusos y recurrentes, pero son reconocidos como inapropiados y no se relacionan con ningún acontecimiento traumático.
  • Ilusiones, alucinaciones y otras alteraciones perceptivas en otros trastornos mentales : dichos trastornos mentales serían la esquizofrenia y otros trastornos psicóticos, el trastorno del estado de ánimo con síntomas psicóticos, el delirium, trastornos relacionados con sustancias y trastornos psicóticos por enfermedad médica.
  • Simulación: se fingen los síntomas para obtener beneficios materiales, laborales, legales o de otro tipo.

Para saber más

First,M; Frances, A.; Pincus H.A. (1999). DSM-IV: Manual de diagnóstico diferencial. Barcelona. Ed. Masson

First,M; Frances, A.; Pincus H.A. (2002). DSM-IV: Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. Barcelona. Ed. Masson

Talbott,J.A.;Hales,R.E. y Yudofsky,S.C.(1989): Tratado de Psiquiatría. Barcelona: Áncora

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Obsesiones

Trastorno Obsesivo Compulsivo: Diagnóstico Diferencial

El diagnóstico diferencial sirve para hacer una correcta valoración de una enfermedad con respecto a otras parecidas, con las que pudiera confundirse o solaparse. Es una valoración clínica que corresponde exclusivamente a los especialistas, en ningún caso a los pacientes. En muchos casos requiere de pruebas y exploraciones complementarias que han de solicitarse a los servicios médicos pertinentes en cada caso.

El Trastorno Obsesivo-Compulsivo (TOC), ha de diferenciarse de otros trastornos formalmente parecidos:

  • Trastorno de ansiedad debido a enfermedad médica: si existen obsesiones y/o compulsiones, se explican por los efectos fisiológicos directos de una enfermedad médica.
  • Trastorno de ansiedad inducido por substancias: las obsesiones y compulsiones se explican por los efectos fisiológicos directos de una sustancia -drogas o medicamentos-
  • Trastorno dismórfico corporal: el contenido de obsesiones y rituales es, únicamente, la preocupación por la propia apariencia.
  • Fobias espécífica o social: inquietud por un objeto o situación temida y no por el contenido de las ideas obsesivas.
  • Tricotilomanía:  ideas o rituales recurrentes relacionados con arrancarse el cabello.
  • Episodio depresivo mayor: constantes cavilaciones sobre hechos desagradables, congruentes con el estado de ánimo negativo. No son ideas egodistónicas, es decir, la persona no las ve como algo ajeno a sí misma -a diferencia del trastorno obsesivo-compulsivo-.
  • Trastorno de ansiedad generalizada: hay preocupaciones excesivas, diferentes de las obsesiones en que las preocupaciones se viven como inquietud excesiva por hechos de la vida real -ej. por perder el empleo-, además que se experimentan como autogeneradas (egosintónicas).
  • Hipocondría: ideas recurrentes por el miedo a padecer o estar padeciendo una enfermedad, a partir de la mala interpretación de síntomas físicos. No suelen existir rituales como lavados o repeticiones excesivas.
  • Fobia especifica a la enfermedad: tampoco hay rituales, y la preocupación más que por padecer ya la enfermedad, es por la posibilidad de contraerla.
  • Trastorno delirante o trastorno psicótico no especificado: las obsesiones o compulsiones se desmarcan de la realidad -ej. creer que uno es responsable de la muerte de otra persona, porque una vez se la deseó-. Además, suele haber otros síntomas psicóticos.
  • Esquizofrenia: ideas delirantes recurrentes y comportamientos estereotipados extraños no congruentes con la realidad, y egosintónicos -sintonizan con la propia persona-. En ocasiones, se presentan ambos diagnósticos.
  • Trastorno de tics o trastorno de movimientos estereotipados: estereotipados: tanto tics -ej. aclaramiento de garganta, parpadeo repetitivo- como movimientos estereotipados ej. tambalearse, morderse a uno mismo- son menos complejos que las compulsiones y no tienen como objetivo eliminar una obsesión. Es posible que se den síntomas del trastorno obsesivo-compulsivo y del trastorno por tics a la vez, diagnosticándose ambos.
  • Comportamientos dirigidos asociados con otras enfermedades mentales: Juego patológico, Parafilias, Trastornos alimentarios, y Dependencia o Abuso de alcohol. Existen pensamientos recurrentes y comportamientos excesivos, referidos respectivamente a jugar, actividad sexual, la comida o el alcohol, que no pueden considerarse obsesiones porque la persona obtiene placer. Si los desea abandonar es por lo perjuicios que le acarrean.
  • Trastorno obsesivo compulsivo de la personalidad: no hay ni obsesiones ni compulsiones. Se caracteriza por una permanente preocupación por el orden, el control y el perfeccionismo. Si se cumplen los criterios se pueden hacer ambos diagnósticos.
  • Supersticiones no patológicas y comportamientos repetitivos: no consumen demasiado tiempo, ni afectan excesivamente a actividades cotidianas de la persona. Además no provocan una malestar significativo.

Para saber más

First,M; Frances, A.; Pincus H.A. (1999). DSM-IV: Manual de diagnóstico diferencial. Barcelona. Ed. Masson

First,M; Frances, A.; Pincus H.A. (2002). DSM-IV: Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. Barcelona. Ed. Masson

Talbott,J.A.;Hales,R.E. y Yudofsky,S.C.(1989): Tratado de Psiquiatría. Barcelona: Áncora

Video ilustrativo: Trastorno obsesivo-compulsivo, qué y cómo se trata