Existe una bonita historia que siempre me ha gustado mucho, es la historia de Pigmalión. Os la dejo aquí escrita por si alguien no la conoce.
En la hermosa isla de Chipre vivió, hace de ello muchos, muchos años, un gran artista llamado Pigmalión, cuyas inspiradas
manos podían despertar a la vida los objetos más dispares. Era muy tímido y temía a las mujeres, se había retirado de la vida mundana y de la compañía de otras personas. Pero en la soledad de su existencia esculpió y formó con sus manos la figura de una preciosa muchacha, toda ella de níveo marfil, la más bella que jamás había visto ojo humano.
E inmediatamente se enamoró locamente de su propia obra. Aquella marfileña figura parecía vivir, moverse. La contemplaba día y noche, estaba profundamente enamorado, y su amor iba constantemente en aumento. Muchas veces sujetaba con sus manos aquella noble creación, llegando incluso a no saber si era realmente de marfil o de carne y hueso.
La besaba y llegó a creer, quizás soñando, que ella le devolvía sus besos. Depositó a sus pies unos obsequios que sabía agradaban a todas las muchachas: pechinas, pájaros, y ramos de maravillosas flores multicolores. Adornaba sus brazos con preciosas joyas y la vestía con los mejores tejidos. Al final le instaló un lecho, muelle y suave, colocando cojines de terciopelo para que su nuca reposase bien.
Estaba próxima la festividad en honor de la diosa Afrodita, la diosa del amor y la belleza, y Pigmalión, siempre ansioso y enamorado, ofreció un sacrificio a la diosa, suplicándole que por lo menos lo obsequiase con una mujer que fuese idéntica a su estatua de marfil. Y la diosa Afrodita comprendió lo que Pigmalión realmente deseaba.
Regresó rápidamente a su casa, dirigiéndose de inmediato a la escultura de la hermosa doncella, y la besó.
Tuvo entonces la sensación de que sus maravillosos labios estaban calientes. La volvió a besar, una y mil veces, mientras acariciaba su brazo, pero éste cedió a la presión de sus dedos como si fuese de cera. Pero él siguió acariciando cariñosamente sus miembros y, de repente, ella despertó a la vida, abrió los ojos y le sonrió.
Rebosando felicidad, la estrechó entre sus brazos; ella se sonrojó pero siguió sus pasos. Pigmalión la hizo su esposa y ambos tuvieron dos hijos.