Introducción
Las situaciones traumáticas o acontecimientos vitales –accidentes, lesiones, incendios, inundaciones, separaciones, muertes, etc.- pueden precipitar la aparición de un trastorno de ansiedad. Por ejemplo, muchas fobias específicas se suelen iniciar tras la vivencia de un suceso traumático relacionado con el objeto fóbico: miedo a los ascensores tras quedarse encerrado en uno de ellos, miedo a ir en coche o a conducir tras sufrir un accidente al volante, etc. En estos casos, se considera que la persona asocia un estímulo -por ejemplo, un ascensor, un coche- a una respuesta emocional negativa miedo, tristeza, asco-. Esta persona ha aprendido que la aparición de ese objeto -por ejemplo, del ascensor- puede ir seguida de un estado emocional de miedo o ansiedad. El temor a que la situación pueda repetirse se ha adquirido mediante un mecanismo de aprendizaje que hemos llamado condicionamiento clásico. Este temor se mantiene porque la persona evita enfrentarse a la situación -condicionamiento instrumental-.
En muchas ocasiones, no obstante, los problemas de ansiedad no tienen un desencadenante tan específico. Es bastante habitual, por ejemplo, que el inicio de algunos ataques de pánico vaya precedido de una época de estrés, problemas laborales o familiares, consumo excesivo de sustancias, cansancio, mala alimentación o falta de sueño. Estos factores pueden propiciar el desencadenamiento de un ataque de pánico en ausencia de un factor precipitante específico que explique su aparición.
Por tanto, no sólo los acontecimientos vitales y las situaciones traumáticas pueden preceder a la aparición de un trastorno de ansiedad, también los estresores que forman parte de nuestra vida cotidiana -peleas, problemas de trabajo, de pareja, estar en paro, etc.- pueden desencadenar estos problemas. Los estudios sobre la relación entre acontecimientos estresantes y problemas psicológicos indican que el mayor o menor impacto del estresor en la persona no depende fundamentalmente del tipo de estresor -acontecimiento vital o cotidiano-, ni de su cantidad o duración -agudo, crónico-. Lo que realmente determina el grado en que un acontecimiento o cinscunstancia puede afectar o no a nuestra salud mental es la valoración subjetiva que realiza el sujeto de dicha situación. Si un estresor es percibido por la persona como amenazante el impacto será mayor que si no lo percibe de este modo.
Se han estudiado los parámetros o características de los estresores que determinan la valoración subjetiva que realiza el sujeto. Algunos de estos parámetros son:
- la novedad del estresor -lo nuevo se percibe como más amenazante que lo conocido-,
- su predictibilidad -elacionado con el parámetro anterior, se considera que si un acontecimiento o circunstancia es previsible desencadena una reacción menos intensa-
- el grado en que podemos controlar su aparición y/o duración -a mayor sensación de controlabilidad menor impacto-.
Por otro lado, no sólo las características de los estresores determinan el mayor o menor impacto del mismo en nuestra salud mental. Un acontecimiento es percibido por la persona como más o menos amenazante en función de los recursos de que dispone para hacerle frente. Si una persona percibe un estresor como amenazante, pero cuenta con recursos para enfrentarse a él de forma eficaz, el grado de amenaza percibida será menor que si se ve incapaz de plantarle cara.
¿De qué recursos disponemos para hacer frente a los acontecimientos vitales y a los problemas de nuestra vida cotidiana? Citaremos los principales: el nivel de competencia percibida, los estilos de afrontamiento y el apoyo social.
La competencia percibida
El nivel de competencia percibida hace referencia a la confianza que tiene la persona en su capacidad para afrontar de forma exitosa esa situación. No basta con tener recursos para afrontar el problema, es importante creer que podemos superarlo. Este sentimiento de competencia está determinado, al menos en parte, por nuestra experiencia previa -otras situaciones en que la persona se haya enfrentado con éxito o fracaso a una situación estresante- y por nuestro nivel de autoestima -valoración personal y subjetiva que cada persona hace de uno mismo-.
Estilos de afrontamiento
Se ha definido el afrontamiento como los esfuerzos, tanto de acción como intrapsíquicos, orientados a dominar, reducir, tolerar y minimizar las demandas internas o ambientales y conflictos cuya tarea excede los recursos de la persona (Cohen y Lazarus, 1979). El modo en que afrontamos las situaciones estresantes o los problemas varía de una persona a otra y es diferente en función de la situación. Sin embargo, se pueden agrupar básicamente en tres categorías:
- Análisis y evaluación del problema: se realiza un análisis de la situación y se sopesan los pros y contras de cada una de las alternativas de solución del problema.
- Evitación de la fuente de estrés o huida: se evita la situación o el estresor.
- Control de la emoción: Las estrategias de afrontamiento van encaminadas a disminuir la emoción provocada por el estresor -relajación, mantener la calma, distraer la atención-.
Otros autores consideran que el afrontamiento de los problemas puede ser
- activo -el sujeto participa activamente en la búsqueda de soluciones del problema o aplica estrategias para reducir o eliminar el estresor-.
- pasivo -el sujeto evita la situación, considera que el afrontamiento del problema depende del azar, de la participación de terceras personas-.
El estilo de afrontamiento más adecuado será aquél que combine la evaluación del problema con la búsqueda activa de estrategias para afrontarlo y controlar las emociones que la situación haya desencadenado.
Apoyo social
La carencia de apoyo social se ha considerado uno de los factores desencadenantes más potentes de problemas de salud, psicológicos y sociales. La presencia de apoyo social puede aumentar nuestra autoestima y sentimiento de competencia y la percepción de control de la situación.
Fuente: Clínica de la Ansiedad. Psicólogos especialistas en el tratamiento de la ansiedad.
Vídeo ilustrativo: Estrés (UNED-RTVE2)