Entendiendo las fobias de impulsión.

Las fobias de impulsión comienzan al malinterpretar pensamientos que en realidad la mayoría de las personas tenemos. Los pensamientos, imágenes o impulsos de contenido agresivo hacia la propia persona o los demás son en realidad normales, aunque sean desagradables. Al interpretarlos como peligrosos, como indicativos de ser una persona desequilibrada…etc, involuntariamente les damos mayor fuerza e importancia, y se pueden convertir en obsesiones, dando comienzo a las fobias de impulsión.

Los estudios dicen que tenemos alrededor de 60.000 pensamientos diarios. Pensamientos de todo tipo. Muchos de ellos negativos y repetitivos. La mayor parte del tiempo no les hacemos demasiado caso, y no nos dejamos “atrapar”. En las fobias de impulsión, ocurre lo contrario, el pensamiento (imagen o impulso) nos atrapa.

Todas las personas, en mayor o menor medida, han tenido o tienen pensamientos característicos de las fobias de impulsión. Entre estos 60.000 pensamientos diarios es normal que aparezcan los temidos “¿y si…?”:

  • ¿Y si pierdo el control y empujo el cochecito de mi hijo a la carretera?.
  • ¿Y si impulsivamente insulto a mi jefe?.
  • ¿Y si se me va la cabeza y le doy una bofetada a…?
  • ¿Y si le hago daño a…?
  • ¿Y si de repente doy un volantazo?
  • ¿Y si…?.

En las fobias de impulsión también pueden aparecer las obsesiones de manera imperativa (no solo en formato de ¿y si…?) como si recibieramos una orden: “pégale”, “clávale el cuchillo”…etc.

La persona, ante estas obsesiones, asume como ciertas una serie de creencias (falsas) que le llevan a sentirse y comportarse de tal forma que, en vez de conseguir eliminar las fobias de impulsión, la mantienen y la refuerzan. Se sienten tremendamente ansiosas y también culpables por pensar así.

¿Cómo comienzan las fobias de impulsión?

Aparece, por ejemplo, un pensamiento “¿y si…?”. En vez de pasarlo por alto y no darle importancia como hacemos con muchos pensamientos, nos fijamos en él con cierta alarma: “¿porqué he pensado eso?, pensar así no es normal, a ver si pierdo el control y…”. Sin darnos cuenta, ya hemos plantado la semilla. De alguna manera le estamos diciendo a nuestro sistema de alarma que hay algo que vigilar y que no es normal. De esta forma, provocamos involuntariamente que el ¿y si…? vuelva a aparecer. Cada vez que aparece me alarmo y me angustio más, me preocupo más y le doy más vueltas. Como creo que no debería pensar esas cosas, empiezo a creer que podría suceder en realidad. Como es algo que no quiero que ocurra de ninguna de las maneras, que sería terrible, trato de no tener o expulsar ese pensamiento (imagen o impulso), y trato de evitar las circunstancias que facilitarían que ocurriera (evito cuchillos, balcones, alargar conversaciones o reuniones, quedarme a solas con niños pequeños o con mis hijos…). Al evitar, se hace más fuerte la falsa creencia de “podría ocurrir”. Nuestro cerebro, en su afán (lógico, pero en este caso poco acertado) por evitar que ocurran cosas terribles incrementa su vigilancia y advertencia respecto a que ocurriera lo temido, y no para de lanzarnos mensajes (pensamientos, imágenes o impulsos) catastrofistas relacionados con esa pérdida de control, locura…etc.

La persona cree que podría trastornarse (o que ya se está trastornando), que está volviéndose loca, que perderá el control. Cree que pensar esas cosas no es normal. Creen que pensarlo es como tener la intención de hacerlo, que pensarlo en si ya es malo e indicativo de algo terrible. Tratan por tanto de prevenirlo y evitarlo. Tratan de no tener esos pensamientos (imágenes o impulsos) y prevenir situaciones (no estar en situación de “riesgo” si perdieran el control).

De esta manera entran en un círculo del que les cuesta escapar. Las obsesiones continúan, experimentan una gran angustia, miedo, culpa y a menudo vergüenza (por tener esas obsesiones). Intentan no tener esos pensamientos, pero aparecen repetitivamente.

La terapia cognitivo conductual ayuda a la persona a comprender mejor lo que le pasa (los pensamientos obsesivos no son el realidad peligrosos y no perderemos el control) y a adquirir las herramientas necesarias para superar este problema (aprender a gestionar y reducir estos pensamientos y el intenso malestar que comportan).

Nota: También hay pacientes que después de haber experimentado uno o varios ataques de pánico, que implican una gran sensación de pérdida de control, comienzan a alarmarse por esa supuesta pérdida de control y desarrollan fobias de impulsión. Es decir, su ¿y si..?, su obsesión, comienza a partir del miedo a perder el control experimentado en el ataque de ansiedad.

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Fuente: Clínica de la Ansiedad. Psicólogos especialistas en el tratamiento de la ansiedad.