El hipocondriaco siente angustias mortales por cualquier pequeñez, pero cuando llega lo importante respira, ¿y por qué? Porque la realidad importante no es tan terrible como la posibilidad que él mismo crea y en cuya producción consume precisamente sus fuerzas, mientras que puede concentrarlas todas contra la realidad.
(S. Kierkegaard, en El Concepto de la Angustia)
Sospechar es un acto humano, de tipo cognitivo, que consiste en imaginar una cosa por conjeturas basadas en apariencias o visos de verdad. Desconfiar, dudar, recelar, son otras acepciones del término.
La sospecha no siempre tiene un carácter anticipatorio: Podemos sospechar de la veracidad de hechos pasados tal y como se nos han contado, siempre y cuando no estén probados fehacientemente. Como acto anticipatorio, no necesariamente es defensivo, puede ser, simplemente, previsor. Por ejemplo, los dirigentes políticos de un partido pueden sospechar que los dirigentes de otro estarían dispuestos a coaligarse aunque aparentemente manifiesten lo contrario.
Como acto preventivo-defensivo consiste en identificar indicios que puedan advertirnos con tiempo del inicio del desarrollo de hechos o situaciones calculadas previamente como indeseables y por tanto temidos (objeto de prevención). Tenemos como ejemplo para ilustrar esta definición la conducta preventiva de la persona celosa, por lo que al ejercicio de la sospecha se refiere. Parte del temor de que su pareja pueda entrar en complicidades amorosas y/o eróticas con otras personas, lo que podría significar un menosprecio personal, una vulneración de las reglas de la pareja, la eventualidad de perderla, el deterioro de la propia autoestima o autoimagen, etc.
La actitud de sospecha permite prestar una atención selectiva preferente a cualquier hecho que presuntamente pudiera estar encardinado en una cadena de acción relacionada con lo temido. Tales hechos tienen el carácter de indicios, es decir, indicadores. Así la persona celosa presta especial atención y atribuye significación en orden a lo temido, a hechos tales como que su pareja muestra simpatía por mengano o fulana, hable o le hablen, mire o le miren. La alerta será máxima si él o la «rival» es guapo y atractivo. Aquí podríamos hablar de maximización de indicios racionales. Yendo más allá y aunque no se sospeche de ninguna persona en concreto, salvo de la propia pareja, claro está, que un día se ponga un vestido más elegante, o tarde un poco más en lavarse los dientes (lo haga más a fondo), o llegue diez minutos tarde, ha de poner sobre-aviso, sobre la pista del presunto engaño, para tomar las consecuentes medidas disuasorias, preventivas o represoras.
En este último caso se está produciendo un proceso de generación de indicios: es decir, hechos en principio neutros o carentes de significación respecto de un fenómeno (la fidelidad en este caso), adquieren un valor discriminativo, se convierten en señal de alerta, predeterminan el campo atencional y asociativo, y prefiguran las anticipaciones, que a su vez pueden hacerse sobre la base del abuso en el cálculo de riesgos.
Llevada la situación al extremo se trata de considerar cualquier suceso relacionable con lo temido como sospechoso (y al actor culpable) mientras no se demuestre lo contrario, en el consiguiente interrogatorio y aportación de pruebas.
Idéntico mecanismo al descrito podemos encontrar en el hipocondriaco. No se trata aquí de que ciertos daños o molestias, advertidos sin una actitud previa de sospecha o recelo, lleven a conjeturar que quizá estamos enfermando y en consecuencia, bajo esa presunción, acudimos al médico. En lo que venimos definiendo como abuso de la sospecha se parte de una actitud de desconfianza y recelo, a la «caza y sorpresa» del síntoma que evidencie una posible enfermedad grave en curso.
Se presta atención preferente al organismo y sus cambios, se sobrevaloran algunas alteraciones, y otras manifestaciones, insignificantes, adquieren valor de indicios, sobre los que se establece un diagnóstico y un pronóstico, que, dado el uso de la sospecha en el contexto de un abuso de la prevención, serán probablemente catastróficos.
El sujeto se enfrenta entonces a una serie de interrogantes que suelen resultar insaciables porque no encuentra en las respuestas que se da absoluta garantía de normalidad como para dejar de preocuparse. Se someterá a autochequeos y pruebas sin que pueda dejar de considerarse reo de la enfermedad. El resultado es que no puede quitarse el tema de la cabeza (aunque por otro lado quiera), primero porque la ansiedad adquiere cada vez más intensidad y es difícil ignorarla o convivir con ella, segundo porque la actitud de recelo y sospecha requiere atención preferente al campo referencial de la enfermedad, y la sobre-generación de indicios mina otros campos atencionales y constantemente hace saltar al primero, copando el campo asociativo (Así pasa por ejemplo si en una conversación se cruza una palabra asociable con enfermedades, o si las tripas nos hacen ruido, o pasamos por delante de un hospital, o tenemos que decidir qué comer. Cualquiera de estas cosas puede evocar la presunta enfermedad).
Hemos puesto, quizás, dos ejemplos prototípicos para ilustrar el mecanismo cognitivo de abuso de la sospecha, pero es muy fácil de identificar en el conjunto de los trastornos por ansiedad frente a temores de muy diversa índole.
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Fuente: Baeza Villarroel, J.C (1994). ISBN: 84-490-0131-5. Clínica de la Ansiedad.