Exponemos a continuación aquellos motivos que con más frecuencia están detrás de los tratamientos parcial o totalmente fallidos.
DIAGNÓSTICOS INCORRECTOS: Previamente a cualquier intervención, es necesario hacer una cuidadosa evaluación del problema. Después de esta evaluación y del análisis de los datos obtenidos, se establece un diagnóstico, en base al cual se fundamenta el tratamiento. Por lo tanto, si se falla con el diagnóstico, el tratamiento seguramente no funcionará. Los fallos en el diagnóstico pueden deberse a insuficiencias en el proceso de exploración y obtención de datos, o a la mala interpretación de los mismo. Es más probable en aquellos casos que no encajan exactamente en ninguno de los trastornos de las clasificaciones internacionales.
TRATAMIENTOS INADECUADOS O MAL APLICADOS: Los métodos científicos aplicados al estudio de los mecanismos de acción y la efectividad de los tratamientos, demuestran, en función del trastorno y sus características, que unas intervenciones terapéuticas son más eficaces que otras. No obstante no sólo se ha de elegir el tratamiento adecuado en función del diagnóstico adecuado, es necesaria también su correcta aplicación: competencia y habilidad del terapeuta, elección de las condiciones de aplicación más favorables y adaptación al paciente y sus circunstancias.
MALA RELACIÓN TERAPEUTA-PACIENTE: Las intervenciones terapéuticas, cualquiera que sea su naturaleza, se desarrolla a través de una relación interpersonal. Es esencial que haya una buena relación de comunicación y entendimiento entre el paciente y el terapeuta, que facilite el trabajo conjunto. Si la terapia toma un tono negativo o amenazante, difícilmente podrá conseguir los resultados esperables. La mala relación terapéutica puede deberse a la actitud del terapeuta, a la del paciente, a la falta de entendimiento mutua por diferencias en los lenguajes usados, etc.
FALTA DE ADHESIÓN AL TRATAMIENTO, Y/O SEGUIMIENTO INADECUADO DE LAS PRESCRIPCIONES: Este problema se relaciona estrechamente con la falta de motivación e implicación por parte del paciente, resistencia al cambio, factores de personalidad y del propio trastorno, mala relación especialista-paciente. Por otro lado, la falta de seguimiento de las prescripciones terapéuticas es más probable que ocurra si el trastorno no presenta síntomas visibles o molestos, si el tratamiento es preventivo, cuando el tratamiento exige grandes cambios en el estilo de vida (lo que antes era automático y aparentemente inocuo, ahora pasa a ser objeto de continuas decisiones), cuando el tratamiento tiene efectos demorados o escasos.
CREENCIAS ERRÓNEAS DEL PACIENTE SOBRE LA PSICOLOGÍA, LA PSIQUIATRÍA, Y LOS PROFESIONALES: Serían ejemplos de éstas el tener pocas expectativas de éxito sobre la terapia (lo que entorpecería, cuando no paralizaría, el desarrollo del tratamiento); demasiadas expectativas de éxito, creer que los resultados se darán rápidamente; pensar que es el psicólogo o psiquiatra el que resolverá el problema; pensar que acudir a terapia afectará negativamente a la propia imagen o a la que otros tienen de nosotros. La gente tiene, en ocasiones, una visión equivocada de las posibilidades de actuación del psicólogo y/o psiquiatra. En primer lugar el cambio psicológico no es inmediato. Requiere, la mayoría de veces, cambios en planteamientos o hábitos muy arraigados, y, eso, significa tiempo y esfuerzo. Además, en este cambio, el principal responsable es el paciente. La terapia es un trabajo conjunto. El objetivo final es que la persona sea dueña de su propia vida, y que tenga los conocimientos, medios y habilidades necesarias para recuperar, conservar y/o mejorar su bienestar, así como para afrontar nuevos situaciones que se deseen generar o problemas que puedan surgir.
PERSISTENCIA DE ESTRATEGIAS, PENSAMIENTOS, O HÁBITOS CONTRAPRODUCENTES: La actividad de una persona frente a un problema se centra fundamentalmente en resolverlo. Antes incluso de consultar con el especialista la persona ha desarrollado sus propias presunciones sobre lo que le acontece, calculado posibles consecuencias en diferentes órdenes, y, muy probablemente, ha tomado iniciativas tendentes a recuperar la normalidad. Algunas de estas iniciativas, alguna de las soluciones intentadas, no sólo no mejoran el problema sino que contribuyen a perpetuarlo y agravarlo. Tienen además otro inconveniente: pueden neutralizar el efecto positivo de los procedimientos o técnicas adecuados. Un ejemplo muy conocido, de entre los varios existentes, sería recurrir a la hiperventilación para corregir la sensación de ahogo o falta de aire. El efecto será el incremento de la propia sensación de ahogo, la tasa cardiaca etc. Si este procedimiento se utilizase, además, en el contexto de un programa terapéutico basado en la exposición, es probable que se produzcan interferencias indeseables. Los procedimientos contraproducentes, si no se repara específicamente en ellos, es probable que no se desactiven automáticamente por la simple introducción de los nuevos procesos terapéuticos. Pero la utilidad de identificar y desactivar tempranamente el afrontamiento espontáneo contraproducente no se limita a posibilitar una mayor efectividad de las técnicas terapéuticas en uso, sino que dicha operación en sí misma supone normalmente un alivio sintomatológico apreciable. En la medida en que los procedimientos contraproducentes contribuyen a agravar el cuadro, o mantenerlo en ausencia de los desencadenantes originales, e incrementar la incapacitación de quien los sufre (y en cierto modo los provoca), su identificación e interrupción conlleva una mejora del síndrome y sus consecuencias.
RESISTENCIA AL CAMBIO: Se trata de una oposición activa, más o menos consciente, al cambio o cambios que supondría conseguir los objetivos terapéuticos. Esta resistencia puede deberse al miedo a perder la forma en que se estaba percibiendo la realidad; a la anticipación de consecuencias negativas tras el cambio como pérdida de pagas o cuidados de otras personas; a la existencia de una dependencia psicológica o social vinculada al trastorno; a creer que el cambio perjudicará a personas importantes de su entorno; al temor por el desconocimiento de cómo será o se comportará tras el cambio; o a la falta de motivación por el cambio (esto último es típico de aquellos casos en que el paciente acude a terapia por iniciativa, o bajo cierta presión o condicionamiento, de otros).
ENTORNO O PERSONAS DEL ENTORNO QUE FAVORECEN QUE EL PROBLEMA SE MANTENGA: determinadas características del entorno (por ejemplo, una persona que trabaja en casa y padece agorafobia) o determinados comportamientos de las personas (por ejemplo, fomentar la dependencia del paciente) pueden contribuir a perpetuar el problema. En el caso de las personas, no necesariamente han de tener el propósito de mantener el problema. Puede ser incluso que sea su manera de intentar ayudar al paciente a solucionarlo.
ABANDONO PREMATURO DE LOS TRATAMIENTOS: Se trata de algo bastante frecuente, sobre todo cuando el paciente comienza a notar las primeras mejorías. En estos casos, como la mejora no está aún estabilizada ni consolidada, es probable que haya recaídas o altibajos innecesarios, con las consecuencias que ello implica (desánimo, pérdida de credibilidad en el tratamiento o en los profesionales, incremento de la sensación de indefensión frente al problema, etc.). El objetivo de cualquier tratamiento no es sólo conseguir una mejora, sino también consolidarla. Es probable que tras una primera fase de aplicación del tratamiento puedan haberse aplacado los síntomas, no obstante, hay que continuarlo y agotarlo convenientemente, para consolidar la mejora actual, y prevenir y afrontar futuras recaídas.
EXISTENCIA DE OTROS PROBLEMAS QUE DIFICULTAN EL DESARROLLO DEL TRATAMIENTO: La efectividad de las técnicas de exposición, por poner un ejemplo ilustrativo, se vería mermada o impedida por la existencia de un estado de ánimo muy deprimido, el consumo de alcohol o el uso indebido de ansiolíticos. También podría dificultarse el buen devenir del tratamiento como consecuencia de condiciones generales adversas, por ejemplo, mala adaptación social, laboral o conyugal, otros problemas de salud, etc.
Para saber más
Penzo, W. (1999). Psicología per a les ciències de la salut. Edicions Universitat de Barcelona
Labrador, F.J.; Echeburúa, E.;Becoña, E. (2000). Guía para la elección de tratamientos psicológicos efectivos: hacia una nueva psicología. Madrid. Ed. Dykinson.
Greenberg, L.S.; Nice, L.N.; Elliott, R. (1996). Facilitando el cambio emocional Barcelona. Ed Paidòs.
Baeza Villarroel, J.C.(1994). Afrontamiento espontáneo contraproducente en trastornos por ansiedad ISBN: 84-490-0131-5. Tesis doctoral. Publicaciones de la UAB. Barcelona.
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Fuente: Luna, M. y Baeza, J.C. (2002) . Clínica de la Ansiedad. Barcelona y Madrid. Psicólogos y psiquiatras. Terapia cognitivo-conductual