«Si ordeno, decía (el rey) corrientemente, a un general que se transforme en ave marina y el general no obedece, no será culpa del general. Será culpa mía» (Antoine de Saint-Exupéry, El Principito).
Es probable que la ansiedad altere la ejecución de repertorios de conducta, incluso algunos que normalmente salen solos sin que medie la conciencia en su producción, ya sea por tratarse de respuestas autónomas, o bien automatizadas tras un proceso de aprendizaje y entrenamiento.
La ansiedad puede comprometer o dificultar la escritura, sea manual o dactilográfica, la articulación y fluidez del habla, la atención y concentración, la respuesta sexual, la conciliación del sueño, y prácticamente cualquier acción.
El sujeto entonces pierde parte de la eficacia habitual y aumenta la desconfianza en sus recursos y posibilidades. Alertados por el incremento de errores, algunos pacientes deciden, entonces, someter a control directo y voluntario acciones o secuencias de acción que normalmente venían produciéndose automáticamente, sin esfuerzo consciente de realización, en el marco de programas de acción más generales. Así, es posible que la persona afectada trate de regular voluntariamente la respuesta de erección, regular el movimiento de los dedos al escribir a máquina ordenando cada movimiento al dictado de un plan teórico de actuación (como cuando aprendía a escribir), y comprobando la impresión correcta de cada carácter o palabra; forzar la concentración, de modo que en realidad se esté concentrando sobre el propio fenómeno de la concentración, en detrimento de lo que teóricamente quiere atenderse, forzar el sueño, actividad que en la práctica impide conciliarlo; operar sobre el idioma habitual prefigurando mentalmente cada fonema, palabra o frase y la consiguiente disposición del aparato fonador (de modo parecido a como se hace cuando se inicia el aprendizaje de idioma extranjero).
Estos procedimientos convierten la tarea en irresoluble, es decir, abocada al fracaso, con la consiguiente obstaculización del plan general donde se encuentra articulada. Como quiera que suela aplicarse más solución de la misma, se incurre en una circularidad que se autoalimenta indefinidamente.
Se pueden disponer voluntariamente, eso sí, algunas condiciones que posibiliten la ocurrencia de eventos como los referidos anteriormente, pero no provocarlos directamente. Así, por ejemplo, para facilitar la conciliación del sueño se puede procurar el aislamiento de estímulos auditivos o luminosos, regular la temperatura de la habitación, adoptar una posición cómoda de reposo, etc. pero no imponer el sueño.
El problema del control consciente sobre repertorios automatizados es un caso particular de otro más general consistente en querer tener presente en cada momento y en cada paso de la secuencia de acción el por qué de lo que se hace, cómo se está haciendo y cómo está resultando, cuestiones que, aunque fundamentan la acción, han de ser provisionalmente relegadas al olvido para poder ejecutarse correctamente. Aquí los efectos contraproducentes no se producen necesariamente por ser, aisladamente, actos contraproducentes, sino por las múltiples incompatibilidades que generan tanto desde el punto de vista de la lógica de desarrollo de la acción como de los planes sobre los que se opera.
Los errores, las dudas sobre la pérdida de la normalidad y la razón, la sensación de extrañeza, conducen al paciente a establecer este híper-control que le lleva a comportarse constantemente como instructor, guardián y juez de sí mismo en su vida y actos habituales. Simultáneamente a su producción.
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Fuente: Baeza Villarroel, J.C. (1994). ISBN: 84-490-0131-5. Ilustración: Francisco García. Clínica de la Ansiedad. Madrid y Barcelona